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Espacios libres de fronteras: así es vivir en un centro de refugiados

La Plaza del Salvador acogió un 'flashmob' con motivo de la Semana del Refugiado

Carmen Pérez Acal

Sevilla —

En el barrio sevillano de Torreblanca hay un edificio con 33 habitaciones ocupadas por mujeres y hombres de diferentes edades y países. Algunos de ellos se pasean con tranquilidad por el recibidor. En una de las sillas ancladas a la pared de la sala, una mujer con auriculares canta en voz alta una sintonía que nos transporta directamente a África.

Por la descripción, este edificio podría ser un hotel de cualquier parte, pero el aire que se respira en él es diferente. Sus residentes, que no huéspedes, se relacionan como una gran familia multicultural en la que el mayor denominador común es el agradecimiento. En la recepción está Ibrahimi, un chico joven con una sonrisa que contagia. Ingeniero de minas, llegó a España en 2016 desde Guinea Conakry. Vino solo. Es el protagonista de esta historia.

Según ACNUR, existen dos tipos de personas que se desplazan a otro país. Los refugiados son personas que huyen de su país por conflictos armados o porque están siendo perseguidas. Para ellos, volver a casa podría tener consecuencias mortales y por ese motivo solicitan asilo y protección fuera de sus fronteras. El derecho internacional, amparado por diferentes leyes y estatutos, define y protege a los refugiados, que a su vez no deben ser expulsados del país que los acoja y devueltos al suyo si su vida y libertad pueden verse amenazadas. Los migrantes, sin embargo, deciden trasladarse no por una amenaza tan directa sino, principalmente, para mejorar sus vidas (por trabajo, educación u otros motivos). A diferencia de los refugiados, los migrantes siguen recibiendo la protección de su gobierno.

Ibrahimi no sabía nada de español cuando aterrizó en un Centro de Atención Temporal de Almería pero ahora se expresa a la perfección gracias a las clases que ha recibido. Cuenta que, cuando llegó, tenía un objetivo claro: seguir formándose. A pesar de tener un título universitario, aún no se lo han homologado y es probable que tarden en hacerlo. Por este motivo, en este tiempo ha estudiado un grado superior de telecomunicaciones, otro para ser auxiliar de comercio y un tercero de mantenimiento eléctrico. Como dirían en Andalucía, casi ná.

Hoy, Ibrahimi forma parte del personal del centro de refugiados que lo ha ayudado a tener una vida lo más normal posible lejos de su país. “La idea es poder trabajar para vivir”, dice convencido. Al igual que para cualquier refugiado, para él no fue fácil dejar Guinea Conakry y llegar a un sitio en el que todo era diferente: “Todo era extraño para mí, pero como era yo quien venía de fuera, era yo quien me tenía que acostumbrar a estar en España”, recuerda.

Su mirada es directa y su postura, relajada. A él nunca lo trataron mal en España, por eso se siente seguro. “Estar aquí con los profesionales me ha dado mucha fortaleza”.

El centro donde se encuentra Ibrahimi pertenece a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y en él hay 117 personas asiladas, de las cuales 40 son menores de edad. Actualmente, la mayoría de ellos son de Venezuela, Colombia y Siria. En muchos casos son mujeres que vienen solas y han sido víctimas de trata, en otros son personas perseguidas por su orientación sexual y, en algunos, son familias enteras cuyos padres son doctores de Universidad.

Durante los meses en que estas personas están asiladas con la mediación de CEAR no tienen opción de trabajar pero sí reciben los conocimientos y se les dan las herramientas necesarias para que puedan hacerlo cuando abandonen el centro. Después de esto, solo algunos afortunados (uno de cada cuatro) reciben una ayuda finita que les facilita el comienzo de su nueva vida.

José Carlos Cabrera, responsable de comunicación e incidencia de CEAR, explica que el equipo multidisciplinar de profesionales que trabaja en el centro de Torreblanca no tiene una rutina laboral. A pesar de que siempre tengan que ocuparse de la gestión del edificio, adaptan su trabajo a las características y necesidades de cada persona. Sus cometidos se extienden desde enseñarles español hasta orientarlos en cuestiones como la educación, la sanidad, la legislación, etc. aunque también dedican tiempo a divertirse como la gran familia que son.

Por eso una noche al mes organizan una fiesta en la que cada uno de los que allí vive elige qué canciones propias de su país les gustaría escuchar. Y por ese mismo motivo y, puesto que esta ha sido la Semana del Refugiado, han organizado actividades por el centro de la ciudad hispalense en la que han participado cantantes como el Canijo de Jerez. Como dicen ellos, con orgullo, “en estas actividades comunes se ve esa riqueza cultural”.

Además del equipo de profesionales, en el centro de CEAR en Torreblanca cuentan con la ayuda de unos 40 voluntarios en diferentes áreas. Su objetivo, altruista, es hacer más fácil la integración a las 117 personas que se han visto obligadas a huir de su país y pedir protección internacional.

En el barrio sevillano de Torreblanca hay un edificio con 33 habitaciones para ellos. En él no existen las fronteras pero sí una gran familia que los recibe con los brazos abiertos y que los ayuda a que sus vidas sean un poco más fáciles.  

En él está Ibrahimi, con esa sonrisa inagotable.

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