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Susana Díaz ahoga su caudal político en dos años: ni PSOE ni Gobierno andaluz

Susana Díaz comparece tras conocerse los resultados electorales

Daniel Cela

Hasta hoy, Andalucía era la única comunidad autónoma donde no se había producido una alternancia de partidos en el poder. Siempre había gobernado el PSOE y en estas undécimas elecciones autonómicas, todos los rivales de Susana Díaz se lanzaron a por ella con un lema fácil de digerir: cambio o continuidad. Con el 99% escrutado, los socialistas andaluces han mantenido su posición como fuerza más votada, pero probablemente hayan perdido el Gobierno después de 36 años ininterrumpidos en el poder.

Lo previsible es que Andalucía sea gobernada por una coalición de derechas, aunque Díaz se apresuró a medianoche a anunciar que abrirá el diálogo con “las fuerzas constitucionalistas” para tratar de formar un Gobierno “de concentración” que deje fuera a la ultraderecha. El PSOE ha perdido 400.000 votantes y diputados en todas las provincias (14 en total), de modo que su única “baza” es que todavía sigue siendo el partido más votado y se agarra a este dato con los dientes. Díaz ha sugerido hoy una alianza con la derecha democrática para evitar que “el próximo Gobierno de Andalucía esté condicionado por una formación xenófoba”. No ha hecho amago de dimitir, al contrario, ha responsabilizado al abstencionismo de izquierdas.

Andalucía era una rareza en España, porque los votantes nunca habían cambiado el color político de su Gobierno; y España era una rareza dentro de la UE, porque permanecía al margen del mayor fenómeno político europeo de las últimas dos décadas: el ascenso de la extrema derecha. A las 23 horas del 2 de diciembre de 2018 todo ha cambiado de repente. La ultraderecha se sentará en el Parlamento andaluz con un 10% de apoyos (en la franja de otras Cámaras europeas), y con Vox entra un ultranacionalismo populista, xenófobo e identitario, que ve en la inmigración y la globalización el germen del problema de las clases populares de este país.

Parte de ese discurso lo ha asumido como propio el líder nacional del PP, Pablo Casado, y en menor medida el dirigente naranja, Albert Rivera. Ambos han ondeado la bandera española en esta campaña y han vencido al andalucismo de Susana Díaz y Teresa Rodríguez, candidata de Adelante Andalucía.

Si PP y Ciudadanos dan la espalda a este “llamamiento” de la presidenta en funciones, como es previsible, a la socialista no le quedará ya nada con lo que negociar en Andalucía. Pero al menos habrá facilitado a Pedro Sánchez y al resto de líderes territoriales y candidatos a Alcaldías del PSOE un potente relato para las generales, municipales y autonómicas de 2019. “Si van a abrir la puerta del Gobierno a la ultraderecha, que lo digan ahora, que sirva de ejemplo para los próximos escenarios electorales”, dijo anoche Díaz, con el rostro desencajado, pero el mismo tono marcial en la voz. La carambola más estrambótica en las cábalas que esta noche hacían ya los socialistas apunta a un Gobierno de “concentración” PSOE (33), Ciudadanos (21) y Adelante Andalucía (17). Pero Rivera no se sentará a negociar con dos fuerzas de izquierdas mientras siga aspirando a desplazar al PP como partido hegemónico de la derecha. 

Dos años de primarias

En menos de dos años, Susana Díaz ha dilapidado todo su caudal político. En marzo de 2015 era la líder socialista con más proyección nacional, acababa de ganar sus primeras elecciones andaluzas, había devuelto la hegemonía al PSOE como partido más votado, aventajaba al PP por 14 diputados y había frenado el ascenso de Podemos, del que le separaban 33 escaños. Díaz se convirtió en el referente institucional del PSOE, un año después disputó la secretaría general del partido a Pedro Sánchez, y ahí empezó su declive. Perdió las primarias de forma estrepitosa en un proceso en el que su nombre se vinculó para siempre “a la derecha del PSOE”, en palabras de sus compañeros.

De los tres años y medio que ha durado esta legislatura, Díaz se ha pasado dos años enfrascada en enredos orgánicos para derrocar al líder de su partido y ocupar su puesto. Cuando regresó, derrotada, a Andalucía, se encontró de frente con miles de ciudadanos en la calle protestando contra la gestión de la sanidad y la educación públicas.

Díaz gobernaba Andalucía con apoyo de Ciudadanos, un partido liberal conservador, y había presionado a Sánchez para que no pactase nada con Podemos. La gente de izquierdas no se lo ha perdonado, porque el desplome de hoy tiene mucho que ver con la desmovilización del votante socialista. Ella misma y sus asesores han fomentado unas elecciones de baja intensidad con una campaña plana y desmotivada en su primera parte (la participación ha caído del 62,3 al 58,6%). Luego trató de corregir el rumbo en la segunda mitad, apelando al miedo a la derecha y advirtiendo sobre la llegada de Vox. Pero ya era tarde. Los votantes socialistas no le han comprado el discurso del miedo a la derecha a una presidenta que llevaba tres años y medio gobernando con la derecha.

El PSOE lanzó una campaña que, como en 2015, priorizó la imagen de Díaz sobre la marca del partido. Tampoco hubo soporte muscular del Gobierno de Sánchez -que sólo apareció dos veces- y de sus ministras. Nunca una campaña ha tenido tantos criterios enfrentados dentro del partido: los que pedían poco pulso, porque la movilización de la izquierda arrastraría también al voto de derechas; y los que reclamaban desde el primer momento polarizar con la extrema derecha. Con el 99% escrutado, llovían abiertamente las críticas de unos a otros. El PSOE empieza a resquebrajarse, porque se avecina un escenario nunca visto: políticos sin experiencia profesional fuera de la política que llevan 20 años en cargos públicos y ahora se asoman al vacío. Todos coinciden en que “el mayor error fue dar por ganadas de antemano las elecciones”. 

Moreno y Marín

Después de tres años y medio del primer Ejecutivo de Susana Díaz, apoyado cómodamente en la formación de Albert Rivera, el PSOE ha pasado de 47 a 33 escaños (llegó a ostentar 66 de los 109 del Parlamento andaluz). Ahora tiene un 28% del escrutinio y es un residuo de aquel todopoderoso PSOE, ha quedado levemente por encima de la barrera del millón de votantes. Los socialistas siguen siendo la fuerza más votada en siete de las ocho provincias (menos Almería), pero han perdido diputados en todas. En todas, excepto Sevilla, el bloque de derechas suma más que el de izquierdas. 

Ni siquiera el PP ha caído tanto como los socialistas: de 33 a 26 diputados (siete menos), un desplome que puede leerse extrañamente como una doble y rara victoria. Primero porque Juanma Moreno -y el apoyo de toda la cúpula del PP nacional en campaña- ha evitado el tan anunciado sorpasso de Ciudadanos y se mantiene como líder de la oposición. Y segundo, porque ahora puede postularse en la investidura como presidente de la Junta apelando a la suma de fuerzas conservadoras: PP-Ciudadanos y el grupo de extrema derecha Vox. Los tres juntos sumarían más de los 55 diputados necesarios para la mayoría absoluta, aunque el partido de Albert Rivera y los dirigentes de Vox ya avanzaron en la misma noche electoral que no harán presidente a Moreno. 

Tampoco es descartable que Juan Marín, candidato de Ciudadanos, presente su investidura como presidente, con el aval de que su formación es la que más ha crecido de todas. Ciudadanos ha triplicado sus escaños, de nueve a 21, rebasando a Podemos, que hasta ahora era tercera fuerza en el Parlamento. Los naranjas han competido duramente con el PP en estas elecciones y, a la par, les han tendido la mano para gobernar juntos si llegaban a sumar. El partido de Marín suma 12 escaños más de los que tenía y usará este dato para legitimarse como candidato a la Presidencia de la Junta, pidiendo el apoyo del PP.

Vox entrará en el Parlamento andaluz con 12 diputados, más de los que tenía IU y con los que irrumpió Ciudadanos en política. La coalición Adelante Andalucía (Podemos-IU), que dirige Teresa Rodríguez, ha obtenido menos diputados juntos de los que lograron por separado en 2015, pasando de 20 a 17 diputados. La confluencia que Rodríguez puso en marcha con Antonio Maíllo, líder de IU, tras un enfrentamiento duro con la dirección estatal de Podemos no ha colmado, ni por asomo, sus expectativas. Los sondeos decían que la gaditana tendría la llave de Gobierno, que sería incluso la segunda fuerza más votada, y ha sido rebasada por Cs.

Por primera vez en la historia autonómica andaluza, el bloque de las fuerzas de derechas suma más que el de izquierdas.

 

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