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Una tumba en Colliure

Caballero Bonald, García Montero o Benjamín Prado recuerdan a Machado en el 75 aniversario de su muerte

Juan José Téllez, director artístico del Centro Andaluz de las Letras

En Colliure, al sur de Francia, no sólo se conservan los restos mortales de Antonio Machado y de su madre, doña Ana Ruiz, bajo la habitual compaña de flores, enseñas tricolores, poemas y cartas que le dirigen los peregrinos hacia su vida y hacia su obra. Su pequeño cementerio, la hospedería en donde el poeta vivió sus últimos días y los archivos que ahora se abrirán al público el próximo domingo, suponen también un símbolo, el del largo exilio español que como la muerte del autor de “Campos de Castilla”, cumple también 75 años.

Tres cuartos de siglo después del final de una guerra terrible que abrió una posguerra peor, este país sigue viviendo desmemoriado, con la sombra de Caín recorriendo su espina dorsal, como ya delatase aquel profesor de francés que bebió de Henri Bergson, de Kant y de Leibnitz, pero que también supo dialogar con sus contemporáneos, desde Miguel de Unamuno a Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez, o con los más jóvenes, Federico García Lorca, a cuyo asesinato dedicó un poema memorable, o Rafael Alberti, ya que presidía el jurado que le otorgó el premio nacional de poesía por su ópera prima, “Marinero en tierra”. Su sombra como teórico y como lírico alcanza incluso a movimientos literarios mucho más recientes, como el de la otra sentimentalidad, enunciado por Juan Carlos Rodríguez a partir de Juan de Mairena, y seguido en su día por autores de la talla de Luis García Montero, Javier Egea, Alvaro Salvador, Antonio Jiménez Millán o Angeles Mora, entre muchos otros.

Esa tumba en Colliure no sólo alberga, por lo tanto, a uno de los creadores más certeros de la poesía del siglo XX, sino también a uno de sus cerebros más lucidos, el que anticipó la creencia fatal en las dos Españas que nos hielan. El eligió la España joven, la que encarnó, entre errores y aciertos, la Segunda República, cuya legitimidad defendió con la palabra de la misma manera que otros –Enrique Líster, a quien dedicó unos célebres versos—lo hicieron con las pistolas. Machado creía en la necesaria transformación de aquella malherida España, torpe, escuálida y beoda, cuya mano no acertaba con su herida. Un buen epitafio para estos tiempos terribles que ojalá encuentren pronto su propia tumba, la que nos permita resucitar, para que la nave de la esperanza torne por una vez y nos encuentre a bordo ligeros de equipaje.

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