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Las Jornadas de Identidad del Arrabal reivindican su histórico carácter de barrio trabajador y luchador

Las Jornadas de Identidad del Arrabal se celebraron el pasado fin de semana

Álvaro Castrillo Schneiter

Zaragoza —

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Hay muchas, muchísimas, maneras de entrar al Arrabal, pero hay una que va a ser especialmente útil. El pasado fin de semana la AA.VV. Arrabal Tío Jorge organizó las Jornadas de Identidad del Arrabal 2019 y llegar caminando desde el Puente de Piedra para desembocar en balcón de San Lázaro sitúa al visitante ante la parte más antigua y primigenia del barrio.

Este lugar, este punto, es un cruce de caminos milenario de civilizaciones. La íbera y la romana, que además de un puente también dejaron vestigios tumularios en esta ribera del Ebro, o la civilización musulmana, cuando propiamente nació y floreció el barrio como rica huerta de extramuros. Cruce de reyes y emperadores; precuela de la Chanson de Roland, para amargura de Carlomagno, base para la conquista de Zaragoza por Alfonso I El Batallador y tormento para el último emperador francés: Napoleón Bonaparte.

La identidad grabada a fuego de cañón

Los sitios de Zaragoza, la épica tragedia numantina de 1808 y 1809, son el episodio histórico central a la hora de entender la identidad colectiva del Arrabal; y de Zaragoza. Los hechos de heroicidad y valentía realizados por los hombres con trabuco, mujeres furiosas y puertas sublimes del Arrabal arden en la memoria junto con el orgullo de compartir el barrio de héroes populares como el chaparro Jorge Ibort, conocido por toda la ciudadanía zaragozana como el Tío Jorge.

Las Jornadas de Identidad del Arrabal tomaron a uno de estos héroes populares para centrar el programa de actividades culturales y musicales que ofrecieron durante todo el fin de semana. Este insigne personaje es Mariano Lucas, conocido por la historia como el Tío Lucas. Fue el lugarteniente del Tío Jorge hasta que este muriera de tifus a finales de 1808, poniéndose entonces al frente de la resistencia popular con el batallón de escopeteros en el frente del Arrabal hasta su propia muerte en el convento de San Lázaro el 13 de febrero de 1809.

Casualidad o causalidad, tres días pasaron entre la caída del frente del Arrabal y la capitulación de Zaragoza ante los franceses. La figura del Tío Lucas, su muerte, su calle, su callejón y su presumida casa recibieron los debidos homenajes a cargo de la asociación vecinal que lleva su nombre.

Desde el balcón de San Lázaro, si se avanzan unos 50 metros bajando por la calle Sobrarbe, queda a la derecha de la vía la entrada a la calle del Horno. Atravesando esta calle de antiguos horneros ya comienzan las primeras reminiscencias; la entrada a la plaza de la Mesa, donde antaño se contrataba a los jornaleros y se pagaban las peonadas, y los ladrillos amarillos de las viejas casas labriegas que conformaban el antiguo Arrabal. A mitad de calle está la entrada a la calle del Tío Lucas. Uno de esos lugares secretos a la vista de todo el mundo que claman por ser descubiertos por un taciturno peatón.

La calle del Tío Lucas no es una calle al uso. Es la única calle cubierta de Zaragoza. Maderos y traviesas techan un pasillo encalado de unos 20 metros que son la transición perfecta hasta el callejón donde la A.V. Tío Lucas recreaba una escena clásica del barrio en el S.XIX. en la puerta de la casa que se desea y se barrunta que pudiera haber vivido Mariano Lucas. Arrabaleros y arrabaleras con sus trajes de trabajo cotidiano. Hortelanos con camisa de algodón, cachirulo y alpargatas de esparto que enseñaban a las niñas y niños a jugar a los tradicionales palitrocs aragoneses. También la señora Conchita, que lucía uno de los coloridos mantos de las mañas y que aun hoy se ven en los días de fiesta, ofreciendo chocolate caliente a los visitantes que se acercaban a contemplar y compartir recreo con la escena.

La marca de la industrialización

Cuando la guerra acabó el barrio seguía ahí. Tras las convulsiones del fin del antiguo régimen llegó la transformación industrial y el antiguo Arrabal no fue ajeno a la evolución de los nuevos tiempos.

Las hortelanas, ganaderos y campesinos se fueron transformando también en obreros, transportistas y comerciantes. Las haciendas se convertían en fábricas y aparecían los primeros comercios modernos. Fue en una farmacia durante esta época, en la del farmacéutico Blas Sánchez Rojas, donde se haya nuestro siguiente protagonista: un loro.

El loro de Rojas era un loro inteligente y avezado. Se esforzaba y ponía mucho empeño en aprender los juramentos que los carreteros y arrieros lanzaban con todas sus fuerzas mientras trataban de subir sus carros y cargas por la, todavía hoy, tremenda cuesta por la que se accede al puente.

Tal fue el progreso retórico del ave que no tardó mucho en poder desenvolverse solo en el ejercicio de la expresión malsonante. Su éxito autodidacta se confirmó cuando las monjas del convento se presentaron en la puerta del señor Rojas escandalizadas por el variado léxico que proyectaba su loro. Así, ofrecieron al farmacéutico Rojas la posibilidad de reeducarlo con sus coros y cantos en el convento. Rojas, sin otra opción, aceptó.

Y el prolífico loro de Rojas no defraudó. El trabajo de cantor en el convento tornó la lengua del loro del taco vulgar al canto angelical para regocijo de las monjas. La transformación de un loro en un barrio que se industrializaba a marchas forzadas sumando casas y comercios hasta resultar en el barrio que es hoy, un Arrabal popular y populoso.

El Arrabal, que tiene su propio folleto turístico con plano, ofrece una ruta industrial para realizar paseando en unos 45 minutos y conocer los vestigios de la industrialización que salpican el barrio de punta a punta. La Casa Solans, la Estación del Norte, la Azucarera y la casa del Director o la antigua fábrica de Galletas Patria son algunas de estas estructuras industriales y joyas arquitectónicas de modernistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX que incluye el itinerario.

Dragones en el Arrabal

Una última imagen que también dejaron las jornadas es la que dibujaron las lumbres de la ronda de faroles que prepararon para el atardecer del sábado 16. La madera de las bandurrias joteras de la tierra, el aire en las gaitas de los Gaiteros del Rabal y el fuego en los faroles rondaron con canciones folclóricas las laberínticas calles del barrio buscando un recuerdo del puente de tablas o la llana ribera regada por el agua del Ebro. Un dragón serpenteante de luces y notas musicales celebrando la alegría de ser arrabaleros.

El mismo dragón amable y tranquilo que se puede ver cada día al final de la avenida Cataluña. Una mirada cálida que invita a sentarse tranquilamente con él en la plazuela que guarda sin que ningún San Jorge tenga que venir a molestar.

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