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Decía José Saramago que el poder lo contamina todo: es tóxico. Ayer empezaba esta columna hablando de la contaminación de las grandes urbes. De que, en París, los coches conducen por turnos y se incentiva la compra de bicicletas con el 15 % menos de su coste. Que en Londres, el diesel es más caro que la gasolina por ser más contaminante. Y que en Madrid, el Ayuntamiento ha prohibido, por primera vez, aparcar a los no residentes en el centro hasta que no bajen los nieles de dióxido de nitrógeno y los ciudadanos podamos respirar algo que no sea aire contaminado.
Hoy ya nada tiene sentido. Hoy no.
A la hora de la cena, se apagaron las luces de París y se encendieron las de emergencias. Saltaron todas las alarmas antiterroristas en Francia y en medio mundo. Tras los primeros tiroteos y las primeras explosiones, el presidente Hollande decretó el estado de emergencia y el cierre de fronteras. Y miles de parisinos entonaron la Marsellesa al ser evacuados del Estadio de París entre varias escenas de pánico.
El Ayuntamiento de la villa pidió a los ciudadanos que ¡no salieran de sus casas!. Y cerró el metro. Hubo hasta siete explosiones casi simultáneas en la ciudad del amor. A través del hastag #PorteOuvete, los parisinos acogieron en sus casas a quienes no podían llegar a la suya y necesitaban un lugar seguro. Facebook activó su servicio 'safety check' que nos permitió conocer a muchos la situación de nuestros amigos en la capital francesa. Hasta la propia Policía se informó por twitter de las ráfagas de kalasnikov y las granadas. Hay días en los que recuperas la fe en el ser humano.
Fuerzas especiales francesas entraron en la mítica sala de conciertos Bataclan, rescatando a muchos de los rehenes retenidos por varios encapuchados armados, aunque ya todos sabíamos por twitter: “están matando a todo el mundo”. Una masacre. Algunos de los supuestos terroristas de ayer escaparon, al menos cinco murieron en el asalto a Bataclan -con sus cinturones de explosivos- y aún falta saber quiénes han orquestado la tragedia. El terrorismo ha golpeado de nuevo a París, once meses después del atentado contra Charlie Hebdo.
Da igual lo que digan presidentes, reyes y políticos... ¿No están ya hartos de tantos comunicados de condena y repulsa? Yo sí. No sirven de nada.
Más de 120 muertos y numerosos heridos graves con nombres, apellidos, vidas, familias y amores a los que les da igual lo que diga Obama, Hollande y hasta la mismísima OTAN. Esa que ayer osó decir que los terroristas no van a poder con la democracia. ¿Democracia? Alguien tendrá que escribir algún día la verdadera historia de la OTAN. La de verdad tiene mucho que ver con este horrible terrorismo actual y casi nada con la malquerida y maltratada democracia.
No sirven de nada. Ni los comunicados ni las condenas. Tampoco la del Consejo de Seguridad de la ONU que lleva años sin hacer nada, aunque ayer noche corriera a conjugar los conceptos libertad, igualdad y fraternidad con la boca llena y las manos en los bolsillos. O la del consejo Ecofin, que también tuvo que interrumpir en Bruselas su maratoniana negociación de cierre de los presupuestos europeos del 2016 para improvisar un texto de condena. Una Europa que no quiere acoger a los sirios que están -precisamente- huyendo del mismo terrorismo que nos acaba de abofetear en París.
Vuelvo a Saramago, a recodar que el poder lo contamina todo, que es tóxico. Y aunque parece que hoy el dióxido de nitrógeno va a estar algo mejor, y que la boina de contaminación que adorna el cielo de Madrid nos da una tregua, hoy dan ganas de gritar: ¡No salgan de sus casas!
Los terroristas, y el poder, siguen sueltos.
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