El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Escuchaba la otra tarde un podcast en el que dos escritoras hablaban sobre sus gustos literarios. Una de ellas hizo una confesión sorprendente. Más allá de géneros, de autores, de editoriales, dijo que le gustaban los libros cortos. Los libros breves. Me sentí totalmente identificado. Hay que ser muy valiente para confesar eso sin temor a que te tilden de superficial, de vaga, de injusta o de cuantas atrocidades más se os ocurran.
Yo –qué queréis que os diga– firmo la frase donde haga falta. Que no quiero decir que no sea vago, injusto y superficial. No penséis que quiero maquillar mis defectos. Que probablemente lo sea todo. Pero, precisamente por eso, a mí dadme libros cortitos y dejadme de levantamiento de peso.
Tengo un amigo que va más allá y que lo expresa con una frase incontestable: “Si no te apellidas Cervantes, tienes que ser muy engreído para colarnos más de doscientas páginas”. Es escribirlo y que se me aparezca como irrebatible.
Vamos a abrir ahora un paréntesis para dar gusto a quienes tendrán la amabilidad de salir a presentarnos las excepciones. Pasen por favor quienes nos aportarán los grandes novelones del XIX que han contribuido a forjar nuestra cultura. También, si son tan amables, la fila de personas que traerán un librito de setenta y cinco páginas que leyeron un día de 2016 y que es perfectamente infumable. Gracias a todos.
Esta, como ocurre con toda gran verdad, está construida con mentiras y salvedades. Lo sabemos. Como sabemos que no existen argumentos racionales para su defensa. O que, al menos, existen los mismos que para defender la posición contraria. Vale.
Pero lo que es innegable es que pocas cosas hay más elegantes que llevar en la mano un pequeño libro, uno que te quepa en el bolsillo del abrigo y que puedas sacar en el AVE o en la consulta del dentista mientras esperas a que te empasten una muela. Leí hace poco que se ha puesto de moda el fingir que estás leyendo en lugares públicos para tratar de ligar. Lo llaman performative reading. En fin.
Haced lo que queráis, pero sabed que, si veis a alguien en el metro con un tocho, será la misma persona que se mira todo el rato en los espejos del gimnasio y la misma que se compró un deportivo el día que cumplió los cuarenta. No digáis luego que no os avisé.