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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Los virgimaños

El presidente aragonés Jorge Azcón, en su visita a Vantage, en Virginia (Estados Unidos).
5 de noviembre de 2025 06:00 h

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Construimos nuestra identidad diferenciándonos de los demás. Esta paradoja de la personalidad forja nuestra forma de ser y parecer. Una parte de nosotros nos la hacen los demás y la otra la hacemos contra los demás. No somos nadie. Si hablamos en términos de psicología, la arquitectura de nuestro comportamiento se sostiene con ladrillos de memoria y con ventanas de futuro. En términos más filosóficos podríamos argumentar que somos la suma de conocimiento y experiencia. Pero la biología se entromete con un factor decisivo, que afecta a todo, como es la genética. El incremento de relaciones sociales enriquece la identidad, mientras que el aislamiento lo empobrece. El problema es la capacidad real que tenemos de controlar nosotros mismos ese equilibrio, para que no nos lo impongan los demás. La identidad es egoísta por definición, ya que intenta perdurar como si fuera una especie. Es un error muy habitual en padres y madres que intentan enderezar a la prole a su imagen y semejanza. Deseamos procrear para que nuestro yo siga vivo en el futuro, no para que nuestros hijos desarrollen el suyo. La insistencia en promover una herencia de personalidad es más conflictiva que la de un justo reparto ante notario de los bienes y patrimonio.

La identidad necesita ser bien valorada para que nos encontremos cómodos. De hecho, le damos más importancia a las mediciones de los demás que a nuestra percepción. Sé tú mismo, es la frase más tramposa que podemos dirigir a una persona cercana. Precisamente, ese consejo responde a una duda que nos pide colaboración para elaborar la mejor respuesta ante cualquier situación de la vida. Y el éxito no depende de ser auténtico sino de escoger la mejor autenticidad. Por eso es imposible separar la identidad de la emocionalidad. No necesitamos más relaciones sino más empatía. Esa carga emotiva que tanto nos atrae del grupo al que pertenecemos consigue que nos adaptemos al mismo, tanto para reforzar nuestra inclusión como para rechazar como enemigos al resto con los que compite. La mezcla de adaptabilidad, constancia y coherencia sería una buena fórmula para definir la identidad personal.

El clima de confrontación actual clasifica a las personas según la identidad que les damos, y no por la que tienen ya eso nos obligaría al esfuerzo previo de conocer. Pueden ser personas inmigrantes o no. De una raza u otra. De una creencia o su contraria. De una religión o de ninguna. De izquierdas o de derechas. De lugares o nacionalidades distintas que se irían cerrando en su seña de identidad conforme ampliamos las diferencias con los vecinos. En las familias hay “cuñadismo” y en el trabajo vemos “peloterismo” y“ trepismo”. En las comunidades de vecinos hay inquilinos muy “quinquilinos”, y en las asociaciones más solidarias hay luchas egoístas por el poder. A veces dudamos del bando al que pertenecemos, pero siempre sabemos la trinchera desde la que combaten los demás.

La identidad es un adjetivo de la personalidad. Por desgracia, la hemos convertido en un sustantivo que utilizamos, al mismo tiempo, como un adverbio demostrativo y exclamativo…contra los demás. Si abandonamos la identidad como acogida de diversidad, la convertimos en exclusión. Somos aragoneses, españoles, europeos y ciudadanos de un mundo tan global como común. Pero ese polvo de estrellas que nos ha dado la vida dentro de la especie humana ha sembrado con la misma identidad a todo el Universo. Quizás esa reflexión de la enorme pequeñez que somos nos rebaje el orgullo de una filiación diferente o superior. La persona siempre debe estar por encima del individuo porque las raíces humanas se enlazan entre sí desde la igualdad, ya que la pluralidad es más una característica que una distancia. Siempre que lo propio no sea mejor que lo diferente sabremos compartir la peculiaridad con la solidaridad.  Eso nos hace personas y no meras identidades. Así que ya me disculparán, pero entre tanto cántico de supremacía yo he decidido ser personol. ¡Yo soy personol, personol! ¡Yo soy personol, personol!

Por lo que se refiere a la identidad de nuestro Aragón, tenemos a nuestro presidente de gira por las Américas. Jorge Azcón participa en el foro DCD Connect Virginia 2025 que se celebra en ese estado norteamericano. Ayer impartió allí una charla informal sobre la Virginia de Europa en la que vamos a vivir los aragoneses. A este paso, si a los locales foráneos les llaman virginianos, ¿nosotros seremos los virgimaños? Yo lo único que espero es que ayer asistiera a la primera actividad de este foro. Es cierto que había que madrugar. Pero el programa anunciaba a las siete y media de la mañana una sesión de yoga al amanecer. Qué mejor que un poquito de relajación para salir de esa atmosfera de crispación que envuelve a nuestro presidente contra el mundo mundial. Y si quiere aprovechar la meditación para enviar un guiño a sus amigos de la ultraderecha, un buen saludo matinal al astro rey puede facilitarle las cosas. La presencia de Azcón en las tierras de James Drury, quien protagonizara en televisión la serie 'El virginiano', ha sido decisiva para contribuir a la derrota de la candidata conservadora de Trump, la republicana Winsome Sears, que esta pasada noche española ha perdido las elecciones para gobernadora. La triunfadora ha sido la progresista demócrata Abigail Spanberger. Cuando los votos de los virginianos veas cambiar, pon los tuyos a temblar.

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