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Pilar Edo, agricultora y ganadera: “Tenemos el pueblo vacío, pero el estado de alerta es mucho más llevadero”

Pilar Edo, agricultora y ganadera, en una foto para la exposición "Enraizadas. Mujeres bajo un mismo cielo"

Ana Sánchez Borroy

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‘Mujeres a pie de campo’ era el título de una mesa redonda que la comarca del Jiloca había organizado hace unos días en Fuentes Claras, en la provincia de Teruel. Aunque el coronavirus obligó a suspenderla, una de las ponentes, Pilar Edo (Bañón, 1974) asegura que el estado de alerta es más llevadero en los pueblos pequeños. Ella es arqueóloga, trabaja en una explotación agrícola y ganadera y es vocal del Centro de Estudios del Jiloca.

¿Cómo es ser mujer y estar “a pie de campo”, como rezaba el título de la mesa redonda que se había organizado en Fuentes Claras?

No somos muchas las mujeres que estamos trabajando directamente en el campo. Si observamos la historia del mundo rural, la mujer siempre ha ocupado un papel fundamental en la economía familiar, pero nunca ha figurado como titular de las explotaciones en las estadísticas ni tampoco han sido consideradas socialmente como trabajadoras agrícolas o ganaderas. Ahora sí se está luchando por que la mujer se incorpore a este mundo. Para mí, ser mujer agricultora y ganadera supone un reto por muchos motivos y, sobre todo, supone hacer lo que me gusta: disfrutar con lo que hago y sentirme orgullosa con mi trabajo. Llevo seis años con la explotación. Al principio, no te salen bien las cosas, piensas que estás haciéndolo mal, pero te vas dando cuenta de que poco a poco eres capaz de sacar adelante la cosecha. Para mí, es un orgullo hacer todo el ciclo de sembrar, ver cómo crece y cosechar. Como mujer, hay algunas cosas que me resultan algo más complicadas que a un hombre. A veces, tienes alguna avería en el campo y no tienes fuerza para desmontar la pieza. Ellos también necesitan ayuda y siempre hay amigos que te puede echar una mano para ir solventando los problemas.

¿Están cambiando las cosas?

Hay mucha gente que está apostando por la vida en los pueblos y por la igualdad y la equidad de la mujer. Estamos demostrando que podemos desarrollar cualquier tipo de trabajo. Al principio, a mí la gente me preguntaba que si estaba loca por ir con el tractor a labrar o sembrar o me decían que no iba a poder. Pese a todos esos mensajes, seis años después sigo aquí, estoy consiguiendo hacerlo y pienso que cualquier mujer podría. ¿Necesitamos ayuda a veces? Sí, por supuesto, igual que cualquier hombre. Además, la mujer aporta muchas cosas positivas, diferentes. Somos mucho más activas en los pueblos cultural y socialmente. La vida social en los pueblos muchas veces gira en torno a las actividades que organizan las mujeres. En Bañón, las charlas, los cursos... el 90% de la gente que acude son mujeres.

¿Y cómo es ser mujer, a pie de campo, en un estado en alerta por el coronavirus?

Todo el mundo tenemos que respetar las normas que nos han dado, sobre todo, por respeto a los demás y también a nosotros mismos. Todavía más viviendo en un entorno rural donde el porcentaje de personas de edad avanzada, más vulnerables, es muy alto. Tenemos una responsabilidad, si cabe, mayor. Como agricultora, pienso que somos una parte importante de la sociedad. La agricultura es la base de la alimentación y una de las bases de la economía. No podemos parar, tenemos que continuar. En el caso de la ganadería, todavía más, porque las ovejas no se pueden quedar en la paridera, hay que sacarlas todos los días. Los animales no entienden de cuarentenas, con lo que te apañas como puedes, pero el trabajo no puedes dejar de hacerlo.

¿Qué problemas supone el estado de alerta para los agricultores y ganaderos?

En agricultura extensiva, de cereal, que es mi caso, funcionamos todos de manera bastante independiente. Vamos a nuestras parcelas y pasamos prácticamente todo el día solos en el tractor. Por tanto, no tenemos contacto con ninguna persona, no supone ningún cambio en ese sentido. Sí cambia que cuando vamos a la nave a por el tractor, normalmente nos encontramos a alguien, charramos... O que, si tienes una avería, puedes necesitar que alguien te ayude. Si tengo que ir al taller, tampoco sé si me van a atender; si a mí no me arreglan la maquinaria, no puedo continuar mi trabajo. Lo mismo, con los suministros agrícolas; entiendo que las cooperativas sí que están abiertas y nos van a suministrar, pero todo lo que dependemos de otras personas se va a ver afectado.

¿Cómo afecta la pandemia en un municipio como el que usted vive, Bañón, con menos de 200 habitantes?

La gente mayor está sin salir de casa, están aislados completamente. Hay varias personas que tienen problemas de salud relacionados con insuficiencias respiratorias que están, por supuesto, totalmente aislados. Incluso sus familiares, también, por el riesgo que conlleva. La gente mayor está asustada porque ve muchas horas la televisión, demasiadas. No es que haya miedo, pero sí precaución y permanecen en sus casas. La gente joven también nos estamos moviendo muchísimo menos. Hace días que no veo absolutamente a nadie. Hoy, cuando he sacado a las ovejas, me he encontrado con una persona que iba paseando al perro, pero nada más. Y cuando vino el carnicero y vendedor de congelados, que son ambulantes, la gente salió a comprar, pero éramos ocho o diez personase separadas dos o tres metros; se mantenían las normas y las recomendaciones. Lo normal estos días es que no veas a nadie por la calle. Como mucho, te encuentras a alguien con las ovejas también o alguien que sale del pueblo a hacer algún recado, pero la carretera de entrada y salida al pueblo está prácticamente muerta, no hay nadie paseando, no hay servicios eclesiásticos, el club social del pueblo también está cerrado... prácticamente no ves a nadie.

¿Hay diferencias con cómo se puede estar viviendo la crisis en las ciudades grandes?

Por supuesto. Con esta situación que nos está tocando vivir, me reitero en la suerte que tenemos de vivir en los pueblos. Para mí siempre ha sido un lujo; es lo que he querido siempre, ahora todavía más. Aquí, al menos, podemos salir al corral, estar con los perros, los gatos, los animales, bajar al huerto a por unas acelgas... Aunque tengamos que guardar las precauciones, la situación no se vive de la misma manera que metidos en un piso de una ciudad. Es completamente distinto. Tampoco vemos lo que supone una ciudad completamente vacía, que tiene que ser una imagen difícil para la gente que vive allí habitualmente. Aquí tenemos el pueblo vacío, pero como normalmente tampoco hay mucha gente por las calles, es mucho más llevadero. Psicológicamente es muy importante. Aquí no tenemos la misma presión ni el mismo agobio por estar en casa. Tenemos muchas cosas que hacer en casa. Supongo que en una ciudad también hay muchas cosas que hacer, pero en un pueblo creo que tienes muchas más opciones. La mayoría de la gente tenemos corrales, jardines o huertos, con lo que tenemos ese pequeño espacio al aire libre que nos permite salir a dar un paseo por la mañana o por la tarde.

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