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“Cuesta apostar por la eficiencia energética porque es difícil medir el ahorro”

Andrés Llombart

Ana Sánchez Borroy

El Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos es un centro tecnológico aragonés que nació en 1993 para impulsar la eficiencia energética y las energías renovables mediante el desarrollo de I+D+i y acciones formativas. En sus más de 25 años de vida, ha superado los 1.500 proyectos. Ahora tiene en activo 150 profesionales y un presupuesto que supera los 8 millones de euros. Andrés Llombart (Alcañiz, 1970) es su director general.

¿Cuáles son los sectores que más necesitan investigar en cómo mejorar la eficiencia energética?

Lo necesitan prácticamente todos los sectores, pero estamos centrados en aquellos que pueden obtener resultados más rápido. Como cualquier irrupción tecnológica, la eficiencia energética va evolucionando con el tiempo; en un momento determinado, no en todos los sectores es igual de rentable. En estos momentos, es más rentable en todos los sectores intensivos en energía: las cementeras, las fundiciones, las industrias del vidrio, el sector agroalimentario, cuando hay cadenas de frío o calor con fuertes consumos... Ahí es donde las inversiones en eficiencia tienen retornos más rápidos. Al final, quien tiene el dinero quiere saber en cuánto tiempo recuperará su inversión y qué rentabilidad va a tener.

Dependerá de los casos, pero ¿cuánto tiempo puede tardar ese retorno de la inversión?

Algunas inversiones se pueden recuperar en un año; otras, hasta en 5 o 6 años. Depende de las condiciones y de cómo están las instalaciones previamente: normalmente, la tecnología más antigua es menos eficiente, con lo que cualquier actuación ahí consigue más ahorros. En los estudios sobre energías renovables, las conclusiones son más claras. Por ejemplo, en un estudio de irradiación solar, sabemos los watios que obtendremos por metro cuadrado; en relativamente poco tiempo tienes claro qué hay que hacer. Sin embargo, en un estudio de eficiencia energética, hay que entender bien el proceso concreto de cada fábrica. Podemos tener dos industrias de vidrio, una al lado de la otra, pero con procesos internos que no son exactamente iguales y, por tanto, los potenciales ahorros son distintos. Depende mucho de las particularidades de cada empresa.

¿Los sectores con más posibilidades de mejorar su eficiencia energética suelen ser los que más se interesan por estos estudios?

En general, la eficiencia energética aún es la gran desconocida. Todo el mundo se interesa por ella, pero cuesta apostar, precisamente, porque es difícil medir el ahorro. El ejemplo sencillo es pensar en nuestra casa. Si el mes que viene gastamos un poco menos, ¿cómo sabemos si es porque hemos estado menos en casa o porque realmente las medidas que hemos instalado son mejores? Si un proceso industrial no es continuo, llega un momento en que las mediciones del ahorro son complejas. Mucha de la carga científica viene precisamente en tener modelos fiables que, de alguna manera, sirvan de encuentro entre quien propone la solución y quien la implanta. Al final, no contar con un modelo confiable, con unas auditorías energéticas potentes, está siendo una de las barreras principales en ese sector, genera desconfianza. El dinero es lo más miedoso que hay.

Esto, después de 25 años ya trabajando en el CIRCE. ¿Esa desconfianza va disminuyendo con el tiempo?

Sí, evidentemente, la sensibilización que hay actualmente no tiene nada que ver con la de hace años, pero muchas veces los sectores productivos prefieren invertir en nueva máquina; las cuentas son más fáciles que en una inversión en eficiencia energética.

Con este problema de la dificultad de calcular los ahorros, ¿cree que sería interesante plantear medidas obligatorias, al menos, para los sectores más contaminantes?

A mí, personalmente, me parece que obligar sería demasiado duro. Creo que no se puede obligar a implantar medidas de eficiencia, pero sí a reducir emisiones de CO2 o a reducir el consumo de energía por kilo de producto, por ejemplo. Ahí el mercado cada vez implanta más el eco etiquetado, que supone calcular la huella de carbono de cada producto. Cada vez más, los países europeos están reclamando productos con una huella de carbono baja. Es el propio mercado el que está tirando del carro; es la solución ideal.

¿Los consumidores se fijan en esa huella de carbono hoy en día?

La verdad es que sí, cada vez la gente se fija más. Una empresa no pide el servicio de mejorar su eficiencia energética si no hay nada detrás que le ayude a vender más. Lo notan, sobre todo, los que exportan. Por ejemplo, en el sector del vino, que está exportando a Alemania, a Estados Unidos... es cada vez más común.

¿Cuál es ahora mismo el proyecto más ambicioso que tienen en marcha el CIRCE?

Con respecto a eficiencia energética, tenemos proyectos de optimización de hornos de distintos tipos. Los hornos son los principales consumidores de energía, sea del sector que sea, tanto el vidrio como las acererías. En el sector agroalimentario, también hay un potencial de ahorro bastante importante; tenemos otro proyecto que trata de monitorizar toda la cadena de suministro en agroalimentación para detectar en qué puntos están consumiendo más o menos. Es un proyecto de ámbito europeo en el que están participando muchos actores. Es interesante porque, a veces, cuando analizas un proceso singular, no sabes si puedes gastar menos. Cuando analizas muchos procesos similares en distintos países y empresas, podemos ver quién consume más y menos; simplemente por comparación, tenemos la opción de detectar qué procesos de qué empresas están gastando más de la cuenta. De todas formas, el 60% de nuestro trabajo está dedicado a energías renovables, redes eléctricas, tecnificación.

Trabajamos en estudios para instalaciones de energía eléctrica, solar, conexión a red y, sobre todo, toda la parte de redes inteligentes, que tiene que ver con que cada vez haya más pequeños generadores distribuidos por todas partes, en el ámbito urbano o en el rural. Ese nuevo paradigma de electrificación del sector energético es muy potente.

Para entenderlo, podemos pensar en las tuberías de agua de casa: cuando abrimos un grifo, el agua viene desde la calle, sube por la tubería y acaba en el grifo. Si mañana tuviéramos un generador de agua, a veces, nos sobraría agua y la tendríamos que inyectar en el sistema. Sin tener claro cómo funciona, está claro que hay que cambiar unas cuantas cosas para evitar sobre presiones y que no reviente ninguna tubería. Algo parecido pasa con el sistema eléctrico; la tecnología que hay detrás es bastante compleja. Conseguir ese futuro más renovable, más eléctrico e igual de seguro que la situación actual es un reto tecnológico interesantísimo.

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