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El rastro del coronavirus: un funeral online y grupos de WhatsApp para rezar

Misa en Almudévar

Miguel Barluenga

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El último adiós a un ser querido a través de la pantalla del teléfono móvil. Con una videollamada realizada por el cura desde el cementerio a unos familiares que no podían acudir al encontrarse en aislamiento y que, de este modo, asistieron a lo más parecido posible a un funeral. Esta es una de las muchas situaciones anómalas que la COVID-19 ha provocado a nivel mundial. También en el medio rural, donde su envejecida población expone su salud a una pandemia que ha modificado sus costumbres más arraigadas. Como las religiosas, con iglesias vacías, comuniones casa por casa y el auxilio de las nuevas tecnologías.

El funeral por vía telemática se produjo durante las fechas de mayor incidencia de la crisis sanitaria en la localidad de Almudévar (Huesca), de unos 2.500 habitantes y muy próxima a la capital. Allí, como en tantos otros puntos de la geografía nacional, ha recaído en las personas mayores el mayor peso de estos dificilísimos meses. “Pude retransmitir de algún modo a su hija, su yerno y su nieto el momento tan duro de enterrar a una madre”, recuerda el párroco de Almudévar, Francisco Raya, que tuvo que emprender un rápido reciclaje de la liturgia eclesiástica a partir de las recomendaciones emanadas de la Conferencia Episcopal Española y del propio sentido común.

Todos los funerales de este periodo han resultado “difíciles” y “en un pueblo lo es mucho más porque las familias son largas” frente a las limitaciones impuestas entonces para la asistencia a los entierros. La vecina había fallecido en su casa y el médico pensó que podía tratarse de COVID-19. Se puso a la familia en cuarentena y para que pudiera sentirse conectada en ese momento tan duro hicimos la videollamada“. En un mes y medio han tenido lugar 19 funerales en esta población, ”los mismos que en medio año normal“. Se ha recordado a todos ellos en dos misas a la espera de que puedan celebrarse las ceremonias habituales, lo que en este momento es ”absurdo porque en un pueblo no tiene sentido dejar pasar solo a 60 personas a la iglesia“.

“Buscamos respuesta a la situación que nos iba viniendo”, sintetiza el religioso, cuya primera medida fue la creación de un grupo de WhatsApp al que llegaron a añadirse más de 70 personas y en el que todos los días se rezaban los Laudes por las mañanas y las Vísperas por las tardes además de algunas oraciones añadidas. Aún se mantiene vigente, y le acompañaron las misas por streaming: “Tocó aprender a hacerlo, con errores y pocos medios. Al menos se ha intentado hacer bien”, expresa Raya.

La COVID-19 también afectó a la Semana Santa y la Pascua y la imposibilidad de que la gente mayor pudiese salir de sus casas llevó a este sacerdote a darles la comunión en sus propios hogares y tomando todas las medidas de seguridad indicadas por las autoridades. La obligación para los feligreses de cambiar el chip también supuso un proceso gradual que se inició en el mes de marzo, “cuando la cosa ya se preveía complicada antes incluso de decretarse el estado de alarma. Le empecé a decir a la gente mayor que no viniese a la iglesia y la semana previa dejé de celebrar las misas. También cesamos de acudir a las residencias de mayores y a las casas y lo anunciamos pregonándolo por el pueblo”, añade Francisco Raya.

Sin una fecha exacta en el horizonte de vuelta a la normalidad, con la entrada de la provincia de Huesca y del resto de la Comunidad Autónoma en la fase 2, los templos religiosos permanecen abiertos y con la mitad de su aforo total disponible. “En Almudévar he implementado medidas de seguridad y sanitarias radicales”, detalla. Se han quitado los bancos y colocado sillas que se pueden limpiar y desinfectar más fácilmente después de la celebración, todas ellas con una separación de dos metros en todos los lados. Asimismo, se han creado pasillos de entrada y salida y una pantalla de metacrilato separa a sacerdote y feligreses durante la comunión. Se han cancelado las lecturas para prevenir contagios por medio del papel.

Los asistentes llevan mascarilla, se les desinfectan los zapatos y se les toma la temperatura a la entrada de la iglesia. Cualquier cosa menos la rutina de siempre. “Ha cambiado todo, hay que moverse de otra manera y va a costar. De cualquier modo, a la gente mayor le insisto en que se queden en casa hasta que todo se calme un poco más”, concluye. Para asistir a las eucaristías, los interesados se han de inscribir en una lista previa con la que también se controla a aquellos que hayan podido pasar la enfermedad. No percibe miedo en el pueblo pero sí precaución, y “en este momento es buena frente al desconcierto con tantas normas súbitas y este mar de incertidumbre”.

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