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Los principales museos y centros culturales de Ámsterdam renuncian al patrocinio de las energías fósiles

Tormenta de folios en la sala de conciertos Real Concertgebouw organizada por el colectivo Fossil Free Culture

Marta Montojo

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La cultura en Ámsterdam está un paso más cerca de ser completamente independiente de los combustibles fósiles, ahora que la Real Concertgebouw, la sala de conciertos de la capital holandesa, se ha desligado de la industria del gas y del petróleo al terminar su acuerdo de patrocinio con la compañía Shell.

El logotipo de la petrolera neerlandesa ha desaparecido del mosaico de firmas que componen el denominado Business club, el grupo de 30 compañías que apoya financieramente la sala de conciertos y del que, hasta enero de 2020, también formaba parte Shell.

El divorcio entre la sala y la petrolera ha llegado después de que activistas de Fossil Free Culture NL –un movimiento que aúna a artistas, investigadores y ecologistas– llevaran a cabo diversas acciones de protesta para exigir a la Concertgebouw que dejara de aceptar fondos de Shell.

La última de ellas fue en octubre de 2019, cuando los activistas iniciaron una “tormenta de folios” dentro de la sala, una lluvia de partituras “imposibles” porque “no habrá música en un planeta muerto”, manifestaban.

Episodios similares se han ido sucediendo en los últimos dos años en la capital holandesa. Desde 2018, otras instituciones culturales de la potencia del museo de Van Gogh, el Rijksmuseum y o el Stedelijk de arte moderno y contemporáneo, han interrumpido su relación con la industria fósil al calor de las protestas promovidas por los artistas.

Ahora, Fossil Free Culture NL está presionando al único museo de la ciudad que todavía acepta fondos de Shell: el museo Nemo de las ciencias.

Desde Nemo confirman que obtienen ayudas del Fondo de Becas del Centenario de Shell para desarrollar un método educativo con el que enseñar materias de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Desde esta institución argumentan: “Una organización como Nemo no puede crear programas sin el apoyo de sus asociados”, e incide en que la entidad “siempre conserva la independencia editorial para garantizar que pueda servir al interés público de hacer que la ciencia y la tecnología sean accesibles para todos”.

A juicio de los activistas, esto resulta paradójico: “Es inaceptable que una empresa petrolera que tiene un historial de difundir desinformación para desacreditar la ciencia climática tenga algo que decir en los programas educativos del museo de ciencias”, critican.

La referencia para el colectivo de artistas de Holanda fue el movimiento Liberate Tate, en Reino Unido, que pedía a BP dejar de patrocinar el museo. En diciembre de 2015, semanas antes de que tuviera lugar la Cumbre del Clima en París, 35 activistas ocuparon una sala de 1840 de la galería londinense y se tatuaron unos a otros la cifra de concentración de partículas de CO2 en la atmósfera correspondiente al año en que habían nacido. Poco después, la petrolera británica anunció que a partir de 2017 pondría fin a su acuerdo de patrocinio con el Tate, después de 26 años de colaboración entre ambos.

En Holanda, las presiones de Fossil Free Culture NL ha influido en otras instituciones culturales. Es el caso, por ejemplo, del Mauritshuis, el museo de La Haya que alberga obras como La joven de la perla de Vermeer.

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