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Una patrulla de soldados israelíes cerca de la frontera con Gaza el 19 de octubre.

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Hola, 

¿Cómo ha ido tu semana? ¿Todo bien? Aquí, en Madrid, hemos pasado de la temporada seca al monzón, en otra prueba más de que nuestro clima está cambiando a una increíble velocidad. El jueves, tuvimos el día con más lluvia de los últimos cien años; desde que existen los registros históricos. Llevamos tantos fenómenos meteorológicos extremos que solo un terraplanista puede ya negar la realidad: la crisis climática no es el futuro, está aquí ya. Y los cambios están siendo incluso más rápidos de lo que la mayoría de los científicos esperaba.

Pero no te preocupes. Si vives en una de las numerosas ciudades o autonomías españolas gobernadas por PP y Vox, no tienes nada que temer –todo se arreglará en cuanto eliminen ese carril bici, que no paraba de molestar–. El CO2 es un gas estupendo, como nos explicó el vicepresidente de Castilla y León. Y hay que evitar los “discursos apocalípticos” y la “dictadura activista” del cambio climático, como nos contó Feijóo en su debate de investidura (con el aplauso de Santiago Abascal). En breve, para mayor tranquilidad, estoy seguro de que a todos los madrileños nos llegará esa planta para colgar en el balcón que Isabel Díaz Ayuso nos prometió durante la campaña electoral. 

Veo la lluvia inundar las calles de mi ciudad con un aguacero histórico y me pregunto cuánta historia indeseada me queda aún por vivir. Ya pasé por la nevada histórica de Filomena, el calor histórico de cada verano, el octubre histórico de los récords de temperatura… Ya solo me sorprende el poco tiempo que pasa entre cada mazazo histórico de realidad.

También intento entender qué pasa por la cabeza de quienes aún prefieren creer que el cambio climático es un invento “comunista”, como Ayuso aseguró. ¿Hasta cuándo una persona puede negar los hechos y vivir de espaldas a ellos? ¿Qué ocurre cuando se da de bruces con todo lo que prefería ignorar?

Pueden pasar dos cosas. La primera: que siga negando la realidad. Ese fenómeno, en psicología, se llama disonancia cognitiva. Es lo que ocurre cuando tus ojos ven lo que tus ideas no quieren creer y el cerebro construye una realidad paralela para protegerse, para intentar mantener su coherencia interna. Por eso la propaganda política es tan eficaz: porque sirve para construir burbujas de irrealidad en la que algunos prefieren vivir con tal de no aceptar que se han equivocado.

También hay gente que, ante la tozudez de los hechos, en ocasiones cambia de opinión. 

Esta semana, he releído un pequeño ensayo que recomiendo, porque, sin pretenderlo, ilustra muy bien esta cuestión. Es un librito corto del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa –se titula ‘Israel/Palestina, Paz o guerra Santa’– donde recopila y amplía una serie de reportajes que realizó en 2005 para el periódico El País, tras un viaje por los territorios ocupados con su hija y su yerno. 

Vargas Llosa, como casi toda la derecha liberal, había mostrado su apoyo y admiración por Israel desde la década de los 70. Pero años más tarde cambió su posición, después de ver con sus propios ojos atrocidades como el muro de Cisjordania, las condiciones de vida en los campamentos de refugiados, la situación en Gaza o el horror de la ciudad de Hebrón –yo también he estado allí, y te aseguro que es desolador–. En este libro, Vargas Llosa denuncia la crueldad de la ocupación de Palestina. También la “derechización extrema” de un país “que se niega a ver y oír lo que ocurre en Gaza y Cisjordania”, como ocurría con “la minoría blanca en la Sudáfrica del apartheid”, escribía Vargas Llosa hace casi dos décadas, en 2005. Ahora es mucho peor. 

“A cualquiera que muestre empatía por el dolor que causamos sobre los inocentes se le llama traidor y es amenazado” –explica un periodista israelí en un vídeo que te recomiendo–. “Como si la sangre de la gente de Gaza no valiese nada. Como si los crímenes de guerra fuesen a reconfortar a nuestras víctimas”. El periodista se llama Israel Frey y ha tenido que escapar de su casa y esconderse de los ataques y las amenazas de la extrema derecha, de una multitud que asaltó su domicilio por defender la solidaridad con las víctimas palestinas. “El dolor por nuestras pérdidas es inmenso” –asegura Frey, en referencia a los cientos de civiles israelíes asesinados o secuestrados por el grupo terrorista Hamás– “pero la gente usa esta guerra para promover una política planificada previamente: el apartheid, la limpieza étnica y la expulsión de los palestinos”.

Hace unos días, publicamos en elDiario.es un emotivo artículo de Sahar Vardi, una activista israelí antimilitarista a la que también llaman “traidora” por simplemente tener corazón. Vardi fue a prisión por negarse a hacer el servicio militar obligatorio y hace años que protesta contra la ocupación de Palestina. Y hoy llora por todas las víctimas inocentes de esta guerra cruel: por los civiles israelíes asesinados por Hamás y también por los bombardeados en Gaza. “No se trata de ambigüedad, ni de equidistancia, sino más bien de un sentimiento devastador”.

Al otro lado de la frontera, en Gaza, bajo las bombas, la situación no para de empeorar. “Esto es un crimen contra dos millones de civiles. He vivido todas las guerras aquí, pero nada se compara con esto. Es como el infierno”, explica Raji Sourani, un activista palestino que ha criticado las violaciones de los derechos humanos tanto de Israel como de Hamás. Nuestro compañero Javier Biosca habla regularmente con él y ha publicado una suerte de diario que tienes que leer. “Claro que estoy en casa. No tengo ningún sitio al que ir. No hay lugar seguro en Gaza. No hay refugio. Tu casa es tu número de lotería. Es nuestro destino”.

Esta semana, gran parte del debate público ha versado sobre quién fue el responsable del ataque contra un hospital en Gaza, donde murieron varios centenares de personas. Israel y el presidente de EEUU, Joe Biden, culpan de estas víctimas “a la otra parte”. Hay algunos indicios que hacen dudar de esta versión. Para empezar, la historia: no sería la primera vez en la que Israel miente sobre su responsabilidad, hasta que aparecen más pruebas, como recuerda Olga Rodríguez.

Podría ser también que esta fuera la excepción; que realmente no fuera un misil israelí. Pero no cambiaría gran cosa la situación. Porque antes de esta matanza, ya ha habido miles de muertos y heridos más –un tercio de ellos, menores de edad–. ¿Alguien cree que es posible discriminar entre terroristas y civiles inocentes al bombardear una de las zonas más densamente pobladas del planeta? 

Lamentablemente, voces pacifistas, como la de Frey, o la de Vardi, son hoy minoritarias en Israel. Donde el discurso que se impone es de un simplismo aterrador: cualquiera que critique al gobierno de Israel, cualquiera que pida la paz o simplemente cuestione la brutal respuesta militar contra los palestinos, es un defensor de Hamás. Otro terrorista más. 

¿Ejemplos? El comunicado de la embajada israelí acusando al Gobierno español de “alinearse con el terrorismo de Hamás”. O las críticas del ejército israelí a la activista climática Greta Thunberg, a la que califican de “partidaria del terrorismo” –a ella y a cualquiera de sus seguidores– por solidarizarse con los palestinos en Gaza. O la decisión del gobierno israelí de silenciar a los medios que “dañen la seguridad nacional” –no solo Al Jazeera, también les molesta la BBC–. O a pequeña escala, el discurso oportunista que, en España, está aplicando el PP, cuando califica de “antisemita” o “partidiario de Hamás” a todo aquel que señale los crímenes de guerra de Israel. 

¿Matanzas en Israel y Gaza? Solo es más combustible para la política española, escribe Iñigo Sáenz de Ugarte, al que siempre hay que leer. 

No diré que me sorprenda. Los mismos que llevan años utilizando de forma partidista el dolor del terrorismo en España aplican hoy el mismo discurso manipulador. Antes todo era ETA, ahora todos somos de Hamás. 

“Les pasa con la convención de Ginebra lo mismo que con la Constitución española, que unos días la abrazan y otros, la pisotean a conveniencia”, argumenta Esther Palomera, cargada de razón

El jueves, en la tertulia del Hoy por Hoy en la SER, me tocó debatir sobre esta cuestión. Algunos días es agotador tener que repetir una obviedad: la de estos días, que criticar a Israel no es apoyar a Hamás. O en palabras de Luis Moreno Ocampo, exfiscal jefe de la Corte Penal Internacional en esta imprescindible entrevista de Olga Rodríguez: “Hamás cometió crímenes de guerra y contra la humanidad, no hay duda”. Pero Ocampo también explica: “Israel no puede matar a miles de personas para acabar con el liderazgo de Hamás. Matar, desplazar y hacer pasar hambre a civiles en Gaza es una respuesta criminal”.

Matar es un crimen. Siempre. Sin excusas. Bajo cualquier situación. Y no me cansaré de repetirlo, aunque me quede sin voz.

Ojalá tengas una buena semana. Ojalá la próxima sea mejor. 

Te mando un abrazo,

Ignacio Escolar

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