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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Macacos, crisis ecológica y el negocio de la experimentación

Camarney, el mayor centro de distribución y experimentación con primates no humanos de Europa, se encuentra en Camarles, Tarragona.
18 de octubre de 2023 06:00 h

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La organización antiespecista Abolición Vivisección acaba de publicar un informe acerca de Camarney, el mayor centro de distribución y experimentación con primates no humanos de Europa, que se encuentra en Camarles, Tarragona. Se ha elaborado con datos proporcionados por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación sobre el número y el origen de los primates importados y exportados por este centro, y con otras informaciones aportadas por la Generalitat de Catalunya acerca de las instalaciones que albergan a los animales.

Este centro comenzó a operar en Camarles en 2003, en medio de la oposición vecinal y a pesar de que entidades antiespecistas y ecologistas trataron de impedirlo en los tribunales. Desde entonces, han pasado por Camarney unos 30.000 macacos de cola larga (Macaca fascicularis), una especie que en 2022 fue declarada en peligro de extinción por la IUCN y una de cuyas principales amenazas es precisamente su captura para experimentación. Hasta 2015, Camarney importaba los primates desde Mauricio y, a partir de entonces, lo hace también desde Vietnam.

Durante 2022 y la primera mitad de 2023, Camarney importó 4.898 macacos de cola larga de Mauricio y Vietnam. En ambos casos, los viajes duran como mínimo un día y medio. Los animales son transportados por carretera, luego en bodegas de aviones y luego por carretera de nuevo, encerrados en jaulas diminutas y en condiciones estresantes y peligrosas para su salud. Durante ese tiempo, apenas tienen acceso a comida ni agua, casi no pueden moverse y no entienden lo que está sucediendo. Los animales que sobreviven a estos viajes son a menudo reenviados a laboratorios españoles en otras ciudades o a diversos países de la Unión Europea. Durante 2022 y la primera mitad de 2023, Camarney exportó 3.651 macacos a Francia, Reino Unido, Holanda y Alemania.

Desde 2020, Camarney no solo importa y exporta animales, sino que también realiza experimentación en sus instalaciones, que actualmente está ampliando para poder albergar más individuos. Camarney es propiedad de Noveprim, y el 49% de Noveprim pertenece a Charles River Laboratories, uno de los gigantes del sector.

La organización Abolición Vivisección denuncia algunas irregularidades. Por ejemplo, que en los años 2006, 2007, 2012, 2015 y 2022 la Generalitat de Catalunya no realizó la inspección anual obligatoria de Camarney. En los años que sí realizó la inspección, detectó en algunas ocasiones que se habían hecho o se estaban haciendo obras sin pedir los permisos necesarios, incluso de edificios enteros que no aparecían en los planos. Además, se comprobó que algunos de los trabajadores encargados del “cuidado y atención” de los animales carecían de la titulación exigida por la ley. También se detectó en algunos casos que en el registro de los animales faltaban datos e incluso en alguna ocasión que si un animal fallecía, no se anotaban las causas ni los resultados de las necropsias. A su vez, se comprobaron deficiencias en aspectos de “bienestar animal”, como la climatización de las jaulas y salas de experimentación, los niveles de ruido y los ciclos de luz. Sin embargo, lo más preocupante no son estas irregularidades, sino el destino de los animales.

Los macacos de cola larga son animales salvajes que sufren enormemente en cautividad, tanto si han sido secuestrados de su hábitat como si han nacido en una jaula. Son animales con elevadas capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas, que viven en grupos y establecen lazos sociales complejos y profundos con otros individuos. Arrancarlos de su hábitat, separarlos de su familia, encerrarlos en espacios diminutos y artificiales, impedirles tomar ninguna decisión sobre sus vidas, obligarles a reproducirse en esas condiciones y someterlos a experimentos dolorosos y estresantes, les causa un inmenso sufrimiento físico, emocional y mental.

Cuando la pandemia de COVID-19 se expandió por el planeta en 2020, se experimentó con una gran diversidad de animales y sobre todo con primates no humanos de varias especies, lo que incrementó un comercio que ya llevaba años al alza. Se estima que más de 100.000 primates son explotados en laboratorios de experimentación cada año. En la búsqueda de vacunas contra la COVID-19, se usaron tantos macacos de cola larga (Macaca fascicularis) y macacos Rhesus (Macaca mulatta) que llegó a haber escasez y los precios se dispararon. Diversos países están literalmente desvalijando sus propios ecosistemas salvajes para hacer dinero con la venta de primates. Entre ellos, China, Camboya, Vietnam, Indonesia, Mauricio y Perú.

En momentos en que la sociedad estaba angustiada por la pandemia, los portavoces de los experimentadores aprovecharon para desfilar por todos los medios de comunicación y defender la importancia del uso de animales. Sin embargo, no nos explicaron lo más importante: el covid es una enfermedad de origen zoonótico, que se originó en un mercado de animales vivos. Los mercados de animales vivos, en los que se amontonan en malas condiciones animales de muchas especies, a menudo heridos y moribundos, sangrando, orinando y defecando unos encima de otros, son un infierno para los animales, pero son también un paraíso para los patógenos, que pueden saltar de una especie a otra y aprovechar que el estrés de los animales debilita su sistema inmunitario. Muchos expertos habían advertido de que los mercados de animales vivos eran un riesgo para nuestra salud colectiva, especialmente después del brote del SARS en 2002. Si se hubieran cerrado los mercados de animales vivos, no habríamos tenido la pandemia de covid.

Actualmente, los expertos no dejan de advertir del riesgo de una pandemia de gripe aviar, que podría surgir de las granjas de cerdos, pollos o visones. Recientemente ha habido brotes de gripe aviar en una granja de visones española y en granjas de visones y zorros finlandesas, pero si finalmente acabamos sufriendo una pandemia de gripe aviar, los experimentadores nos dirán que necesitan usar animales para encontrar una vacuna. Y así es como los distintos negocios de explotación animal se retroalimentan entre sí y nuestra salud colectiva queda atrapada en un bucle de maltrato animal.

Ese bucle tiene dimensiones complejas, pues la mayoría de nuestras enfermedades infecciosas son de origen zoonótico y han surgido de prácticas como la ganadería y la caza. También podemos pensar en los problemas de salud que provocan la comida basura que abarrota los supermercados, la industria del tabaco y la contaminación ambiental. Prevenir nos iría mejor, pero prevenir no es negocio.

Y así es como los distintos negocios de explotación animal se retroalimentan entre sí y nuestra salud colectiva queda atrapada en un bucle de maltrato animal.

Por otro lado, el uso de macacos en experimentación es dañino para nuestra salud. Los seres humanos estamos provocando una extinción masiva de especies que está degradando todos los ecosistemas y es la principal amenaza para nuestra salud colectiva, juntamente con el caos climático. En este contexto, el creciente comercio de primates para experimentación está vaciando los ecosistemas de estos animales. Pero los primates, como cualquier animal salvaje, realizan funciones ecológicas que contribuyen al buen funcionamiento de la biosfera, e incluso ayudan a capturar carbono y mitigar el calentamiento global. Si de verdad nos importara nuestra salud, y aunque solo fuera por esta razón egoísta, deberíamos dejar a los animales salvajes en paz. Y no, la cría en cautividad no resuelve el problema. Ya hemos visto casos de corrupción, de supuesta cría en cautividad que en realidad estaba blanqueando la captura de animales salvajes en Camboya, China y Perú. Además, la cría en cautividad ocupa territorio y consume recursos que se le roban a la vida salvaje.

Los lobbies de la vivisección difunden la idea de que experimentar con animales tiene como objetivo mejorar la salud humana y que además es imprescindible para conseguirlo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La inmensa mayoría de los experimentos ni siquiera tienen como objetivo mejorar nuestra salud: muchos de ellos son experimentos militares para el desarrollo de armamento, investigaciones al servicio de la industria ganadera y piscícola para aumentar la “productividad” o estudios de ciencia básica sin ninguna aplicación práctica a la vista, que a menudo solo sirven para mantener a flote la carrera académica de los científicos.

Cuando los experimentos están relacionados con la salud, frecuentemente parten de un paradigma reduccionista y mecanicista. Pensar que entenderemos la drogadicción obligando a animales enjaulados a hacerse adictos a alguna sustancia y creer que curaremos la depresión maltratando a animales de formas brutales para que se depriman, es resultado de una visión muy superficial de la salud mental. En esas prácticas se gastan cantidades ingentes de dinero público que se podrían destinar a mejorar directamente las condiciones de vida de las personas que sufren drogadicción o depresión. Comprendemos aún más la irracionalidad de todo esto cuando entendemos que una de las cosas que más ayuda a cuidar la salud mental es precisamente contemplar animales salvajes en una naturaleza sana o compartir la vida con animales domesticados.

Por otra parte, cada vez más científicos están denunciando que experimentar con animales con el fin de desarrollar tratamientos para enfermedades humanas no es eficaz. Un 95% de los medicamentos que funcionan en otras especies no funcionan en humanos y por tanto suponen una gran pérdida de tiempo y dinero. Numerosos científicos reclaman un cambio de paradigma hacia métodos sin animales, y cada vez más centros y organizaciones se dedican a desarrollarlos y promocionarlos: Red Española para el Desarrollo de Métodos Alternativos a la Experimentación Animal (REMA), Phyisicians Committee for Responsible Medicine, Ärzte gegen Tierversuche, etc.

Si estudiamos la historia de la experimentación, como hace Anita Guerrini en su libro Experimenting with Humans and Animals. From Aristotle to CRISPR, veremos que esta práctica fue, desde su origen en la Antigua Grecia hace tan solo unos 2.400 años, y hasta hace pocas décadas, una actividad minoritaria y sin carácter económico. Las cosas cambiaron en la segunda mitad del siglo XX, cuando una serie de empresas la convirtieron en un nicho de negocio. Hoy en día, el entramado industrial de la vivisección está formado por una larga lista de empresas, algunas de ellas corporaciones muy poderosas, que se lucran vendiendo animales (muchos de ellos modificados genéticamente), experimentando por encargo, fabricando jaulas y todos los enseres necesarios para los experimentos, produciendo el alimento para los animales, desarrollando software para manejar los datos obtenidos, impartiendo cursos de experimentación o transportando los animales de unos centros a otros.

También deberíamos incluir a las revistas científicas que cobran por publicar y/o leer los resultados. Para estas industrias, experimentar con animales no es un medio para lograr un fin como el conocimiento o la salud, sino que es un fin en sí mismo. Hoy en día, el viejo debate a favor o en contra de la experimentación ya no es solo un debate entre científicos, expertos en ética, juristas y defensores de los animales, porque en el centro de todo están los intereses empresariales.

La Sociedad Española para las Ciencias del Animal de Laboratorio (SECAL) es la principal organización que reúne a los experimentadores en este país. En su página web puede verse la lista de “socios benefactores”, empresas que se lucran con la experimentación y que patrocinan sus congresos científicos, en los que aprovechan para publicitar sus “productos”.

El Documento COSCE sobre el uso de animales en investigación científica, elaborado en 2015 por la Confederación de Sociedades Científicas de España para defender esta actividad, está firmado conjuntamente por científicos y directivos de empresas que viven de la experimentación.

Las investigadoras Núria Almiron y Natalie Khazaal publicaron un interesante trabajo analizando las estrategias de lobby de este sector de negocio y su capacidad para influir en la clase política y en la legislación: "Lobbying Against Compassion: Speciesist Discourse in the Vivisection Industrial Complex. Estas mismas cuestiones las examina también el libro de Will Potter Los verdes somos los nuevos rojos, editado en español por Plaza y Valdés.

En la vivisección, la ciencia y el negocio tienen relaciones demasiado estrechas que ponen en duda la objetividad y la imparcialidad que deberían guiar la investigación científica. De la ética, en cambio, no quieren saber nada: la ética es esa materia que los grados de veterinaria y biología no quieren en sus programas de estudios. Luego, paradójicamente, en las instituciones que experimentan tienen comités de ética, aunque la mayoría de sus miembros están en ellos sin tener formación en esta materia. La Orden ECC/566/2015, de 20 de marzo, por la que se establecen los requisitos de capacitación que debe cumplir el personal que maneje animales utilizados, criados o suministrados con fines de experimentación y otros fines científicos, incluyendo la docencia, exige a los experimentadores realizar una formación que incluye un mínimo de dos horas o bien un mínimo de diez horas de ética según las funciones que se vayan a realizar en el laboratorio, pero eso no es tener formación en ética, eso es un chiste malo. La ética es una disciplina académica que requiere años de estudio, como el derecho, la química o la arquitectura. Sería impensable tener en las instituciones comités de geología formados por gente que no hubiera estudiado geología o comités jurídicos compuestos por personas que no fueran juristas. ¿Por qué, en cambio, se permite que haya comités de ética cuyos miembros no tienen formación en ética?

Esta relación tan estrecha entre la ciencia y el negocio explica lo que sucedió tras el escándalo de Vivotecnia. Vivotecnia es una empresa que realiza experimentación por encargo para instituciones públicas y empresas de diversos países. En la primavera de 2021, una persona que había trabajado en  el laboratorio de esta empresa en Madrid durante más de dos años, y cuya identidad está protegida por el seudónimo de Carlota Saorsa, denunció a través de Cruelty Free International que en el laboratorio se maltrataba a los animales de forma atroz y había mala práctica científica. Saorsa tiene muchas horas de grabación con cámara oculta, y una síntesis de nueve minutos puede verse en el canal de YouTube de Cruelty Free International. Cuando las imágenes fueron publicadas desencadenaron una oleada de indignación a nivel internacional.

Sin embargo, a pesar de la evidencia, los animales no fueron decomisados y se permitió a la empresa seguir experimentando. La organización Abolición Vivisección ha denunciado que, después de haberse visto las imágenes, y a pesar de que hay un procedimiento judicial abierto contra Vivotecnia, una serie de organismos públicos han seguido contratando a esta empresa. Según puede comprobarse en la Plataforma de contratación del sector público, estas instituciones son: Universitat de Barcelona, Universitat Jaume I, Institut de Biomedicina de València, Gerencia de Atención Integrada de Albacete, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) e Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA). En total, casi seis millones de euros de dinero público desde que estallara el escándalo en la primavera de 2021 hasta el verano de 2023.

En cambio, cuando la diputada de Junts per Catalunya Pilar Calvo preguntó al Gobierno cuánto dinero había destinado al desarrollo de métodos alternativos a la experimentación con animales, la respuesta fue que no lo sabía, porque no existe una partida específica para ello y no hay un seguimiento de esta materia.

La inercia que mantiene la vivisección no solo responde a los intereses económicos de unas empresas particulares, sino también a la manera como el capitalismo neoliberal ha transformado la investigación. La productividad científica se mide a través de los papers publicados, lo que obliga a los investigadores a publicar a tal velocidad que el tiempo para pensar es un lujo inaccesible. Además, una competitividad malsana lleva a que varios equipos puedan estar haciendo los mismos experimentos, porque no comparten los datos. Igualmente, a menudo no se publican los resultados de una investigación cuando son negativos, lo que impide compartir esa información y puede llevar a otros científicos a repetir los mismos experimentos. A todo ello hay que añadir la precariedad laboral de muchos investigadores. Este cóctel tóxico está provocando, por un lado, una epidemia de salud mental en la comunidad académica y, por otro lado, montañas de ciencia basura, es decir, papers que no aportan conocimiento, que no hacen más que repetir una y otra vez las mismas ideas. Los papers basura son un problema de todas las disciplinas, también en humanidades, pero al menos los papers basura de humanidades no se han cobrado la vida de animales maltratados.

Si en medio de toda esta irracionalidad sistémica podemos mantener un cierto grado de optimismo es porque existen organizaciones como Abolición Vivisección y Cruelty Free International, entre otras, y personas como Carlota Saorsa, que tienen la racionalidad y la valentía de denunciar la barbarie de la experimentación. Y porque hay también muchos científicos creativos e instituciones innovadoras trabajando en el desarrollo de métodos de experimentación sin animales, que son el futuro que necesitamos.

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