50 años del “adiós” de Bonatti en la norte del Cervino
1965, 18 de febrero. Una vez más Walter Bonatti iba a jugar al todo o nada. Unos días antes había intentado con dos amigos –entre ellos no estaba Carlo Mauri por lo que hay que suponer que escalaría siempre de primero– abrir vía en la Norte del Cervino y se habían tenido que retirar después de tres días de escalada debido a una fuerte tormenta. Una tempestad que se llevó por delante la voluntad de sus compañeros de volver a intentarlo. Pero no la de Bonatti.
Como dijo en alguna ocasión, la resignación nunca estuvo en su filosofía. Y para la actividad con la que el alpinista clásico más grande iba a poner fin a su época extrema, fue añadiendo condicionantes que, como él quería, le garantizarían el recuerdo más intenso para su despedida. Un recuerdo que se elevara por encima especialmente del horrible K2 –el año anterior, con motivo de los diez años de la “conquista”, había aparecido el artículo en el que se le acusaba de haber consumido parte del oxígeno que subía para Compagnoni y Lacedelli y de haber puesto en peligro al hunza Mahdi intentando arrebatarles la cima; y la querella por difamación de Bonatti no se celebraría y fallaría a su favor hasta 1967–, pero también del nefando Gasherbrum 4 –con su gran éxito, sí, pero también sus graves problemas logísticos y el desdén oficial–, o de los pavorosos Frêney o Brenva invernal en los que tuvo que salir al paso de acusaciones de culpabilidad por los compañeros fallecidos.
Un buen condicionante era que en 1965 se celebraba el centenario de la mítica primera ascensión, la de Whymper y sus seis compañeros de los que cuatro mueren, junto con la de Carrel pocos días después. Escalar abriendo vía por la norte del Cervino por una ruta incomparablemente más difícil que la abierta por los hermanos Schmid en 1931, sería un buen final. Y le tocaba el orgullo que, ante la derrota del mito que sin duda era, ya hubiera otros alpinistas preparados para ir “adonde Bonatti ha fracasado” cuando él se había quedado sin cordada.
“Iré solo” replicó a su excompañero Panei por librarse de la rabia. De la ira nació la idea que le pareció justificable mediante una ecuación de inteligencia y destino, para darse cuenta de que era lo más lógico y natural como colofón. Sería otra catarsis pero bien diferente a la que vivió en el Dru justo diez años antes. Entonces, con 25 años y el alma dolorida por no entender por qué fue maltratado hasta verse abandonado a una muerte probable en la victoriosa expedición italiana al K2, necesitaba reforzar su yo, su fe en sí mismo porque en los demás la había perdido. En el mejor de los casos el alpinismo extremo iba a acabar para él y se abriría un mundo nuevo en el que podría vivir aventuras en lugares remotos. En el peor acabaría todo.
Ahora, con 35, en un momento de madurez alpina, su yo se debatía entre el interés por descubrir el resto del mundo y la pérdida de sensaciones y de fe en el propio alpinismo. Ni quería seguir repitiéndose a sí mismo, ni mucho menos traicionar su “alpinismo del hombre” pasándose, como ya habían hecho otros, al “alpinismo de la técnica” que, mediante el uso de clavijas de presión y expansión, no superaban lo imposible sino que directamente lo destruían.
Así, el 18 de febrero, como si saliera de Zermatt para una excursión con esquís junto con tres amigos para no dar pistas, Bonatti se despide de ellos y un poco de la vida, acongojado por la emoción que hace presa en su garganta. Serán cuatro días y cuatro noches en que la única comunicación con el mundo consistirá en disparar un par de bengalas o un titilar de las linternas con las que confirmaba que seguía hacia cumbre, una escalada donde volvió a sentir el fluir de lo que llamó el “estado de gracia”, y donde también llegó el momento de huir hacia arriba cuando la retirada era imposible tirando al vacío ropa, comida, y todo lo que ya no hacía falta. El casco; no, el casco no, demasiados recuerdos en cada bollo.
1965, 22 de febrero. La primera solitaria invernal a la Norte del Cervino, ha sido terminada. Y Bonatti le decía ahí te quedas al alpinismo para viajar por los lugares más remotos del mundo y contarlo para la revista Epoca. Pero su desdén no era para las montañas sino que se lo devolvía a la “panda” que le pintó y que le seguiría pintando con ambiciones que no eran las suyas, como escribió en Montañas de una vida. Para escalar el Cervino se había autoimpuesto condiciones para garantizarse la intensidad del recuerdo, y, desde ese día, más allá de las incomprensiones que habían hecho muy difícil su vida de alpinista, llevó en su memoria la presencia de esa escalada.
Por desgracia las incomprensiones continuaron hasta pocos años antes de su muerte, hasta 2007, cuando el Club Alpino Italiano reconoció oficialmente que la historia oficial sobre el K2 había sido una triste mentira y su “amargo rencor” se transformó en derecho a que se supiera la verdad y a la justicia. Bonatti falleció en 2011 a los 81 años, pero sigue siendo “dios” para numerosos alpinistas.
Más sobre Walter Bonatti en el próximo número de Campobase.Campobase.
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