'Cuadernos del Subtrópico Norte' de Marcos Dosantos

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Cogí el libro y me fui a la cama. Me lo habían enviado esa misma mañana. Comencé a leerlo con esa indolencia típica de quien está cansado de leer cada día y a veces libros inútiles, machaconamente desabridos y con frecuencia triviales. De pronto me alcé sobre las dos almohadas. No era posible; no era verdad; aquello no era una lectura convencional, era una novela o cuentos o párrafos completamente enloquecidos, sublimes, dispersos, mágicos, rebeldes… ¡Yo qué sé! Era literatura en vena. Y seguí, seguí sin parar hasta devorarme las 150 páginas de Cuadernos del subtrópico norte. ¡Era un hallazgo! El libro era una especie de arrebato donde el autor había introducido poemas desconcertantes, unos textos disparatadamente bellos, frescos, sorprendentes, modernos, irónicos, atrevidos y deslumbrantes.

(Si me oye Pepe Hierro me mata al ver tantos adjetivos seguidos, tal cantidad de epítetos dedicados a un escritor o a una obra, pero lo siento, todas esas palabras las escribí al acabar de leerlo el día 1 de marzo a las once y veinte de la noche en un pequeño papel que guardé dentro del libro y que hoy he vuelto a releer después de disfrutar de su lectura una vez más y que me sirve para ratificar lo pensado aquella noche.)

No me comí ni una coma y resalté a lápiz algunos párrafos como una niña buena haciendo las tareas del colegio. Luego pensé: ¡qué diablos! Esto no es para escribirlo. “Esto” es para explicarlo, para desmenuzarlo y completar el laberinto de lo escrito; de lo que parece nunca dicho, del hechizo de la lectura; de la fuerza de la escritura cuando percibes que aquello que está entre tus manos esconde misterios, lágrimas y miserias descritas con una pluma tan certera, tan sin violencia, tan generosa, que lo que te queda en los labios es el inquietante sabor de la ternura.

¿Qué hay en este libro que despertó en mí tal clase de sensaciones? ¿Qué hace que pueda volver a leerlo una y otra vez sin sentir la inquietud de haberme equivocado? Pues nada y todo. Poemas, cuentos, pensamientos deslavazados en apariencia, títulos que uno cree erratas, surrealismo en párrafos encadenados unos detrás de otros que componen un texto único y asombroso. En resumen, las sensaciones que dejan las palabras cuando te cercan y te acaban por derrotar y tú, caída de bruces entre sus páginas, te das cuenta de la importancia de la lectura, de la capacidad de un buen escritor para sacarte de tus casillas, hacerte volar y recorrer los caminos que quiera enseñarte.

Marcos Dosantos es un escritor loco y valiente. Es un valiente por escribir de esa forma entre terrorista y compasiva, entre malévola y delicada, entre turbia y transparente. Todo eso forma un coctel de explosivas consecuencias. Entre otras razones, porque ya no puedes liberarte de sus frases, de sus finales abiertos, de sus delirios y denuncias. Ya no puedes escapar al atractivo de Victoria, a la fuerza de Luna o al encanto persuasivo de Brian. En resumen: ya no te queda más remedio que pertenecer a La Macaronesia de Marcos Dosantos.

En Cuadernos del Subtrópico Norte las historias importan. Cada una de ellas encierra un pretexto para que el autor saque a flote sus nostalgias, sus pérdidas y su resistencia a los decretos y las imposiciones. Historias reales o inventadas. Eso da igual. Para mí son todas ciertas con la certidumbre que da una memoria capaz de recorrer caminos a la inversa. Situaciones, personas y lugares que van y vienen, atraviesan el libro y llegan juntos a un final donde el autor juega con todos ellos hasta cohesionarlos y embarcarlos hacia el único lugar posible al que nos ha llevado literariamente de la mano. El rompecabezas se forma de manera magistral y el lenguaje que construye, que derrama a manos llenas como semillas al aire y que parecía dispersarnos, se extiende como un manto hasta apoderarse del lector y conducirlo hasta donde el autor quiere que lleguemos.

Y de esa manera, Marcos Dosantos nos contará historias donde nacen y crecen personajes que pasarán a la leyenda literaria como Mencey, la gorda jedionda, Juanito el de La Isleta, la azafata de azul eléctrico, Clotilde y sus pendientes de nácar… Y luego está el aguacate. Toda una elegía al fruto, a la infancia, a los suyos, a las islas y al mundo que las contiene. “Si Aday lleva 4 aguacates en el bolso y Juanito, el de la Isleta, le laja 3 aguacates, ¿cuántos aguacates se podrá comer Aday?”.

¿No es para emocionarse?

Elsa López

5 de marzo de 2016

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