Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Cuando Cabo Cañaveral estuvo en la bahía de Santander

San Juan Nepomuceno, construido en Guarnizo en 1765.

Javier Fernández Rubio

2

En un rincón profundo de la bahía de Santander, allí donde la costa se dobla para formar la ría de Solía, se construyeron los buques tecnológicamente más desarrollados que hicieron posible la exploración de los mares, el sostenimiento de las rutas océanicas y el desarrollo de la marina de guerra española durante tres siglos.

Santander, y sobre todo Guarnizo, enclavado en una reducida península unida al municipio de El Astillero por un istmo, fue base logística de la Corona de Castilla durante la baja Edad Media, estuvo presente en los albores de la exploración marina y las incursiones bélicas por la fachada atlántica, y protagonizó, ya como Real Astillero, la época dorada de la Armada española.

Comparada con la exploración espacial, los símiles de los primeros compases de la navegación transoceánica son inevitables: naos y galeones como naves y la inmensidad del mar, a escala medieval, como analogía de la inmensidad del universo. Si cabe, la incertidumbre ante lo desconocido y las limitaciones tecnológicas eran mayores entonces que ahora.

En aquellas décadas que median entre la aventura de Cristóbal Colón a bordo de una nao propiedad del santoñés Juan de la Cosa y el fiasco de la Armada Invencible, del norte de España zarparon las naves que exploraron lo desconocido y en este contexto Santander y Guarnizo fueron el Cabo Cañaveral de los siglos XV y XVI ya que constituyeron la vanguardia tecnológica en ingeniería naval.

Hace años, el desaparecido historiador cántabro José Luis Casado Soto ya desmontó la leyenda que cuestionaba la importancia y la calidad de los navíos que configuraron las marinas público-privadas que surgieron en todo el norte de la península, pero sobre todo en Santoña-Colindres y Santander, durante la Edad Media; y ya en el siglo XVI, el de la fallida expedición a Inglaterra de Felipe II, como principal pilar de la construcción de imperio a escala mundial basado en las rutas comerciales transoceánicas.

Esta evolución la da también la relación que la Corona tuvo con los armadores para la construcción de naves: se pasó del arriendo o préstamo de buques en sus inicios a la administración directa de astilleros, pasando por la política de asientos, contratos de construcción que se licitaban al mejor postor.

Para hacerse idea de la importancia que tuvo la construcción naval en los principales puertos de Cantabria, sobre todo en el área de la bahía de Santander, basta decir que en su entorno se encontraba la industria que aportaba cañones (fábricas de Liérganes y La Cavada), cabuyería y lona (Santander y Espinosa de los Monteros) o anclas (Marrón). La frenética actividad constructora deforestó así el territorio.

Los robles necesarios para los buques y el carbón de leña salieron de los bosques de todas las comarcas, de tal modo que se calcula que si en 1831 había 38 millones de robles en Cantabria, en el área de influencia de las fábricas y arsenales, un área de unos 1.400 kilómetros cuadrados, solo quedaban 983.000, lo que arrojaba una media de siete ejemplares por hectárea, poca cosa comparada con los 176 ejemplares por hectárea de comarcas no afectadas directamente por la construcción naval.

Para contrarrestar la deforestación se obligó por ley a plantar tres árboles por cada uno que se talase, pero el ritmo constructivo fue tan alto que no se pudo frenar la desaparición de los robles, árboles de crecimiento lento.

Autosuficiente

Desde los barcos de Ramón Bonifaz, primer almirante de Castilla, que en el siglo XIII conquistaron Sevilla hasta el descubrimiento de América, la Corona se sirvió principalmente de barcos de propietarios particulares (obtenidos por arriendo, compra o embargo) de Orio, Pasajes, Colindres y Santander. No obstante, la gran época dorada de Guarnizo estaba aún por llegar.

Para sostener un imperio naciente, en el siglo XVI la construcción se aceleró, aunque todavía no existía una marina real propiamente dicha. Tampoco un gran astillero propiamente dicho, más bien un área, los playazos del contorno de la bahía, en donde se construía.

Felipe II en el año 1581 encargó una serie de nueve galeones para la defensa de Indias, que han pasado a la historia como los primeros galeones oceánicos de guerra que han existido y que se ocuparían del transporte del tesoro y la escolta de las flotas.

Antes de que los rellenos colmataran el 50% de la bahía de Santander, Guarnizo era una pequeña península unida por un istmo a El Astillero. Como bien recuerda Nemesio Mercapide, en su obra sobre el Real Astillero de Guarnizo, fue este emplazamiento en el que la monarquía, al tomar las riendas de la construcción naval en el siglo XVIII, decidió establecer un astillero de grandes proporciones a la entrada de la ría de Solía.

En su elección fue determinante lo recóndito de su emplazamiento, la disposición de calado suficiente y la disponibilidad de recursos en sus proximidades que prácticamente lo hacían autosuficiente: roble, carbón vegetal, ferrerías y fábricas de cañones.

Época dorada

Pero la época dorada del astillero, sin embargo, fue el siglo XVIII. Coincidió con los ataques y merodeos de franceses y británicos a Santoña en 1719 y Santander en 1726, por lo que se decidió concentrar la actividad en la bahía natural más grande del norte de España, la de Santander, fortificar su acceso y potenciar las gradas de Guarnizo.

Ya en 1702, Antonio Gaztañeta, superintendente del astillero, decidió aumentar el tamaño de los navíos, frente a los galeones anteriores. Desde 1720 se compatibilizará la construcción de navíos de mayor porte en el nuevo astillero con la de fragatas y otros barcos menores en Potrañés, el enclave tradicional usado de antaño en las inmediaciones.

En 1737, el 40,4% de los buques de la Armada se construyó en Guarnizo. Fue la decisión de impulsar el astillero de Ferrol lo que llevó al declive de Guarnizo en el último tercio del siglo XVIII. No obstante, la actividad constructora continuó hasta 1871 con la botadura de la fragata 'Don Juan'. En total durante los siglos XVIII y XIX se botaron más de 100 grandes buques para la Armada. Durante el primero de esos siglos, se construyeron 44 navíos de guerra, entre ellos el primero de tres puentes, el 'Real Felipe' (1732).

Actualmente, el municipio de El Astillero, en donde se inscribe la Junta Vecinal de Guarnizo, sigue manteniendo su tradición constructiva, acogiendo el astillero de Astander, dedicado actualmente al mantenimiento y arreglo de buques.

Etiquetas
stats