Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Más que amigos
La noche del 24 de mayo de 2015 hubo lágrimas en el Hotel Santemar. El cuartel general del PP parecía un cementerio. Y es que, una vez abiertas las urnas, la formación política hegemónica en Cantabria enterró un buen puñado de mayorías absolutas. No solamente perdió el Gobierno autonómico en favor del PRC de Miguel Ángel Revilla, algo que entraba en todas las quinielas, sino que dijo adiós de forma apabullante al bastón de mando de algunas de las ciudades más pobladas de la comunidad -Camargo, Astillero, Bezana, Piélagos, Castro Urdiales, Laredo, Santoña, San Vicente de la Barquera o Los Corrales de Buelna, por ejemplo-, feudos populares incontestables durante años.
A pesar de todo, las malas caras de aquella noche no eran las de Ignacio Diego y su equipo, que también. Las lágrimas y los ojos fuera de sus órbitas en esa madrugada aciaga para los conservadores cántabros eran los del núcleo duro de Íñigo de la Serna en el Ayuntamiento de Santander. Concejales con y sin acta, personal de confianza que veía peligrar su puesto de trabajo por primera vez en su vida, militantes incrédulos por el varapalo sufrido por su jefe de filas, un alcalde que comparecía ante la prensa con el gesto desencajado, acostumbrado como estaba a los paseos militares en una ciudad que respira PP por los cuatro costados.
La pérdida de la mayoría absoluta en Santander por primera vez en dos décadas no entraba en los planes de ninguno de los allí presentes y dejaba un cierto tufillo a fin de ciclo. Era prácticamente imposible que la oposición maniobrase para tejer una alianza a cinco -con intereses absolutamente opuestos en algunos casos- y desalojara a De la Serna de la Alcaldía. Sin embargo, el nuevo escenario iba a obligar al alcalde a gobernar sin contar con los votos necesarios para pasar el rodillo a la oposición pleno tras pleno. Este pronóstico, a punto de alcanzar el primer año de legislatura, fue el único que no se cumplió aquella noche.
En estos meses, el idilio entre el PP y Ciudadanos roza lo obsceno, con los dos ediles del partido naranja arrodillados y entregados a las peticiones del equipo de Gobierno que ellos mismos sostienen. No existe ni el mínimo intento de disimulo. Algún día tendrán que explicar en qué consiste su labor de oposición, dado que ni siquiera se intuye en los plenos o en las comisiones en las que participan. No han intentado colgarse una medalla, ni fingir que torcían el brazo del PP para arrastrar a los populares hacia sus postulados, tampoco han impuesto alguna medida cosmética de su programa electoral. Nada. Cero. Sus dos representantes en el Consistorio agachan la cabeza y levantan el brazo para sumarse incondicionalmente a lo que les exija el alcalde.
En esa explicación pública que deben dar David González y Cora Vielva, que cada día es más urgente, también tendrían que explicar a sus votantes sus logros en el Ayuntamiento de Santander, un balance preciso, una valoración real de para qué ha servido su voto y qué aporta su partido a la vida política de Santander. El resultado es tan exiguo y la docilidad tan evidente -sin ninguna motivación aparente, al menos a la vista pública- que se puede calificar desde sorprendente hasta sospechoso.
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