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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El canto de los grillos

Jesús Ortiz

La poeta malagueña Chantal Maillard me regaló una vez una jaula para grillos que había traído de China, explicándome que allí los niños cazaban y enjaulaban estos animalitos. Me sorprendió mucho que lo contara de los chinos, habiendo hecho yo de niño eso mismo, como mis compañeros; y ella se sorprendió otro tanto cuando se enteró de esto. Desde entonces dudo si la costumbre es propia de cántabros y chinos nada más, o se practica en todo el mundo excepto en Málaga.

Sospecho lo segundo: los grillos hacen un ruido demasiado obvio como para que los niños los ignoren. El ruido lo producen deliberadamente frotando sus alas esclerotizadas, como reclamo para atraer grillos del sexo opuesto. El equivalente a la berrea, vamos. Solo que, con miles de intérpretes, el canto de los grillos puede ser bastante perturbador, como muestra la noticia de que la embajada de EEUU en Cuba evacuó a varios de sus componentes por sufrir «dolores de cabeza, problemas cognitivos, insomnio y pérdida de audición», efectos todos ellos provocados por los grillos. No queda claro si el canto era una grabación empleada por humanos como ataque, o simplemente que los animalitos se apareaban como lo han hecho siempre.

Precisamente los estadounidenses saben muy bien cómo emplear el ruido contra el enemigo; cómo convertir una reunión de personas que deben tomar resoluciones en una jaula de grillos. Demostraron saberlo a mediados del siglo pasado, empleando métodos idénticos a los actuales. Véase «¡Los agentes de la CIA están en todas partes!» y comprobarán que las enseñanzas de la inteligencia estadounidense han echado raíces en Europa: han encontrado un clima propicio y una población más que dispuesta a colaborar con ellos convirtiendo en insoportable cualquier reunión en la que se permita hablar a los asistentes.

La semana pasada, al tiempo que se difundía la noticia de la embajada, fui a una reunión de la asociación de editoriales ¡Álbum! en Barcelona, la ciudad donde hace unos años Chantal me regaló una jaula. «Impresiona sentarse en una asamblea de la asociación: sabiendo lo que hace cada editorial, uno es consciente de encontrarse rodeado de más talento que en tres o cuatro consejos de ministros juntos (y sin sádicos)», cuenta un artículo de hace unos meses. Pero avisa: «La experiencia dice que grupos así son difíciles de gestionar: no es raro que la gente especialmente creativa y con la energía e iniciativa necesarias para poner en marcha proyectos nuevos tenga dificultades para acompasar su actividad a la de quienes les rodean» [«Lo que está pasando en el mundo del álbum», Trama & texturas n.º 36].

Con eso en la cabeza, viajé bastante aprensivo ante la expectativa de una reunión programada para siete horas ininterrumpidas, más saludos y despedidas. Aunque las veintitantas personas enjauladas dispongan de cuatro dedos de frente y algunos intereses comunes, un encuentro así se transforma con facilidad tremenda en un concierto de grillos.

Pero no ocurrió. No hubo ruido. Se tomaron las decisiones necesarias en el tiempo asignado; nadie se dedicó a frotar sus alas esclerotizadas por ver si atraía una pareja sexual, y acabamos contentos, con la sensación de haber aprovechado el tiempo. Sin dolores de cabeza, problemas cognitivos, insomnio ni pérdida de audición.

De vuelta a casa tengo la sensación de haber presenciado un milagro. Ni siquiera el trato con los piratas irlandeses que me llevaron y trajeron ha conseguido destruir el sabor de la experiencia.

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