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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Diagnóstico: colapso

Vista aérea del municipio de Piélagos, con decenas de viviendas construidas en la costa.

Susana Ruiz

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Me encanta pasear. Es un vicio más o menos confesable, así que no tengo mucho problema en hacerlo público. Otros no lo son tanto. Y aunque en los tiempos que corren seguramente haya algún lobby hater de los paseos, el riesgo merece la pena. Me encanta pasear, por lo que tiene de cadencia. Ver deslizarse el paisaje, despacio, al ritmo de los pies. Mi respiración, el aire, el golpeteo de los zapatos contra la tierra o el asfalto, invitan a la reflexión, a la conversación, a las confesiones. Porque el paseo no es solo el tiempo que tardamos en ir de un sitio a otro. Es ese paréntesis que abrimos en la vorágine de lo cotidiano para pasarlo con nosotras mismas o en compañía, dejando transcurrir los minutos sin prisa, en un alarde de derroche de nuestra propia existencia.

Esos paseos me suelen llevar, como las niñas curiosas, a adentrarme en los caminos de nuestra bella Cantabria. Senderos que serpentean entre árboles, casas viejas y pastos verdes. Eso sería lo ideal en un mundo de piruletas y arcoíris.

Pero la realidad es tenaz y se empeña en estropearme la estampa: bosques asolados por los eucaliptales, plantaciones de plumeros, vertederos ilegales, explotaciones ganaderas agonizantes, entornos naturales protegidos contaminados con aguas fecales y un patrimonio histórico y cultural en vías de extinción.

Tenemos un modelo productivo, volcado en el turismo, que año tras año no deja de crecer; aunque las cifras macro no reflejen la realidad detrás de los puestos de trabajo que se crean en un sector totalmente precarizado: contratos temporales, salarios basura y horarios laborales inasumibles para cualquier mortal.

Y por otra parte, descuidamos precisamente aquello que nos hace diferentes, que sirve de motor para atraer a esos turistas y su dinero, con los que el Gobierno autonómico saca pecho al mostrar sus resultados. Estamos dejando de ser la “Cantabria Infinita” para adentrarnos en el desconocido territorio de la “Cantabria Desolada”. 

Poseemos un patrimonio rico y diverso. No todo pasa por Santillana del Mar o Comillas. No todo son nuestras cuevas. Y las administraciones están dejando que se desmorone a pedazos. En el extenso catálogo de construcciones arquitectónicas catalogadas en nuestra comunidad, encontramos restauraciones tan aberrantes como la de la casa de Pico Velasco en Carasa, al nivel del Ecce Homo, o directamente edificios próximos al colapso. Casos como El Palacio del Condestable en Colindres o La Casa Torre de Palacio en Limpias demuestran la escasa voluntad de todas las partes implicadas para encontrar soluciones a un problema de todos: la gestión de lo común, de nuestra historia, de nuestro patrimonio.

No se inspecciona, no se resuelve, no se sanciona. Y cuando se hace es tan tarde que las intervenciones se hacen tan costosas, o inabarcables, que son imposibles de afrontar. ¿Dejadez o intereses especulativos? Ambas cosas, que unidas en simbiosis perfecta dejan terrenos urbanizables listos para levantar nuevas torres de pisos, como es el caso del Palacio de Chiloeches en Santoña.

Tenemos un patrimonio natural envidiable. Y tampoco estamos haciendo lo correcto para conservar la riqueza y diversidad que nos ha distinguido hasta hace bien poco. Los famosos plumeros ya forman parte de nuestro paisaje cotidiano. Han colonizado cual invasión alienígena nuestras costas, hasta adentrarse en zonas más recónditas del interior. Se ha aprobado una partida presupuestaria, insuficiente dada la magnitud del problema, para erradicar especies invasoras de todo tipo. Llega tarde y llega mal. Cantabria tiene el dudoso honor de ser el foco desde donde se extendió esta plaga a toda la zona norte de España, por la desidia de nuestros representantes públicos. ¿Dónde estaban mientras se denunciaba de manera reiterada? Quizás bailando, en tertulias televisivas, o escribiendo libros autopromocionales, para bochorno de muchas.

Cuando una de las aficiones que mueve tu corazón es andar por suelos húmedos, cuajados de hojas otoñales, respirando el aire cargado de olores a setas y castañas, adentrarse en una explotación forestal dedicada a los eucaliptos produce un enorme dolor. Seguro que me saltarán al cuello los que defiendan que es un sector productivo (el maderero) importantísimo para nuestra comunidad y que el hecho de que yo pasee a gusto no justifica su desaparición y razón llevan. Pero no son mis paseos los que se ven afectados por esta actividad, es el sostenimiento de nuestro frágil ecosistema. Existen otros mundos en los cuales se vive de la silvicultura, de una forma respetuosa y rentable. El silencio que se siente en un eucaliptal da buena cuenta de que lo que habita en su interior es la nada más absoluta, porque nada puede habitar en un bosque muerto.

Paseando, despacio, como quien no tiene más aspiración en la vida que la observación pausada de la tierra que la acoge, llegamos a nuestras costas. Bravas, abruptas y hospitalarias. Con pequeñas playas de arenas finas que reciben al visitante en un abrazo de mar. Y que nos empeñamos en destrozar con vertidos nauseabundos y espigones como el de La Magdalena para rentabilizar un turismo que viene precisamente hasta Santander por la belleza de nuestra bahía. No sirve únicamente con paralizar la obra, es fundamental devolver a ese enclave único su fisonomía original.

Podría seguir relatando un sinfín de estampas dantescas, pero prefiero quedarme con que aún hay tiempo para revertir políticas centradas en el expolio del territorio. Todavía podemos dar una oportunidad a la vida y transformar en profundidad nuestro modelo productivo, para dotarlo de una dimensión humana, sostenible y respetuosa, no tanto con quiénes somos sino con quiénes queremos ser. Algunas pensamos que las tierras que pisamos no nos pertenecen: son de nuestros abuelos y serán de nuestras hijas; si les dejamos algo, claro.

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