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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Enrique Álvarez, el fanático musulmán

Paco Gómez Nadal

Este es el artículo que habría publicado el jefe de servicio de Cultura del Ayuntamiento de Santander, Enrique Álvarez, si, en lugar de un fanático católico huérfano de partido político que lo defienda, fuera un fanático musulmán. Imagino que la alcaldesa respetaría “profundamente su opinión personal” y que El Diario Montañés lo publicaría. Es lo que tiene la libertad de expresión y la pluralidad.

El Cristianismo y el Mal

“Nunca he creído en la existencia del mal absoluto. Eso del mal en estado puro es algo que se da sólo en las malas películas de Occidente o en los sermones católicos plagados de miedo y de demonios.

Si partimos de la base de que lo que llamamos el Mal es lo moralmente perverso, lo que daña por el placer de dañar, es decir, lo diabólico, a podemos entender -por poca cultura religiosa que se tenga- que el mal se caracteriza precisamente por su afición a disfrazarse del bien y, de hecho, por su cercanía al bien. Para nadie es un secreto que Shaitán, o Iblis, no fue más que uno de los yinn creados por Alá, conocedores del bien, cercanos a la divinidad, y ángeles caídos capaces después del mal y de la rebeldía ante Dios.

Todos los males, sin duda, tienen grandes virtudes, rasgos positivos de cualquier tipo. Sólo que estas virtudes están aisladas, no guardan armonía con otras virtudes, son la tapadera de terribles defectos. El capitalismo, por ejemplo, en cualquiera de sus versiones, se concentra en el bienestar individual y en el progreso económico y tecnológico de la sociedad. Pero este carácter cuasi benefactor no se corresponde con un verdadero sentido de la justicia o del cuidado, sino que camufla su intensa carga de egoísmo y crueldad que pone al servicio de unos pocos el trabajo, el sufrimiento y el despojo de las grandes mayorías.

El Cristianismo es un caso análogo. Contemplado desde muchas perspectivas, el mundo cristiano resulta admirable. Para empezar, podemos considerar a la Biblia como una obra maestra de la literatura. A continuación, los aportes de la cultura cristiana al progreso de la humanidad durante siglos resultan indiscutibles. Y para concluir, la solidaridad y la capacidad de movilización de buenas voluntades que se observan en muchos pueblos cristianos –sean cuáles sean sus apellidos– deberían ser un ejemplo para nuestra sociedad postmusulmana, podrida de populismo islamista.

Pero con todo esto, el Cristianismo es una religión mala y perversa. Lo es porque no reconoce la cualidad esencial de dios, que es su perfectibilidad, y la niega en sí misma y en sus efectos, o en el mayor de todos ellos, que es el Destino y el Decreto Divino, guiado por la Sharía y la unidad en la palabra del profeta Muhammad. Y lo es también porque se escuda en el libre albedrío humano para justificar así los comportamientos individuales y colectivos que van en contra de la Sharía y de los designios de Alá. El Cristianismo se escuda en las leyes naturales para negar la verdad de las leyes de dios y niega en su práctica la igualdad de todos los siervos de dios para generar una serie de jerarquías que atentan contra la esencia humana, que es la pureza y la reciprocidad entre las personas: un creyente no es tal si no quiere para su hermano lo que querría para él mismo. Y, por último (por si todo lo anterior resultara mera especulación teológica), es malo y perverso porque el Cristianismo ha traído al mundo, desde el minuto uno de su matrimonio con el poder político hasta el día de hoy, un sinfín de guerras, de odios y de divisiones irreconciliables tanto en ámbito interno (el desangre de la Europa cristiana lleva siglos de recorrido), como en sus relaciones con el Islam o con pueblos con otras religiones, como los judíos, los indígenas de las Américas, los animistas africanos, o los asiáticos en su diversidad espiritual y religiosa.

Por todo ello es tremendamente insensato reaccionar ante las agresiones cristianas ejecutadas por los ejércitos “aliados” o ante la venta de armas sin escrúpulos a los peores regímenes islamistas (que no islámicos), favoreciendo al cristianismo moderado en nuestras sociedades, con la financiación de nuestros estados en teoría laicos, con la inclusión de sus catequistas, curas y pastores en las escuelas donde se educan nuestros hijos. No me cansaré nunca de repetir que cualquier concesión hecha a las iglesias católicas o cristianas en general para dar ejemplo de tolerancia a fin de que los fanáticos se aplaquen un poco, constituye un error gravísimo. Porque sólo los tontos ignoran, aunque el número de ellos crece y crece, que la agresión armada cristiana no es ciega, ni ilógica, ni absurda; que la guerra, la invasión y la cizaña cristiana siempre saca tajada social, económica y política, o al menos aspira a ello. Y la alianza entre el gobierno español y la iglesia católica no es la excepción.

De modo que la acción social intensa y bien coordinada para combatir el Cristianismo está muy bien. Pero si a esa acción no le acompaña una toma de conciencia en el mundo musulmán e islámico (que no islamista) de que, hasta donde la democracia lo permita, urge restaurar la religión de Alá y limitar al máximo la de Cristo, los muertos de Siria, Palestina, Libia, Irak, Argelia, Egipto, Sudán y los que vengan habrán derramado inútilmente su sangre. Sí, muy útilmente. Para el avance del Occidente Cristiano, claro“.

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