Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Los fuegos del diablo
Acabamos de cerrar las fiestas. De nuevo, las imágenes de las celebraciones de este año poblarán nuestros recuerdos, con su sabor agridulce; por los reencuentros y las ausencias, por las risas infantiles y las lágrimas nostálgicas de navidades pasadas. Como un fantasma de ruido y luces, este periodo que nos obliga a ser felices según mandan los cánones y los anuncios de televisión, nos abandona para dejar paso a la cotidianeidad de las lentejas.
Día de la marmota eterno, las navidades se mantienen fieles a unas tradiciones que algunos partidos quieren convertir en símbolos patrios, ahora que esta tan de moda presumir de españolidad. Este año el PP se descolgaba con una nueva medida que sacará a nuestro país del marasmo institucional y resolverá los problemas de la mayor parte de nuestros conciudadanos: declarar al Belén patrimonio de la humanidad. Que no digo yo que no tenga su cosa, pero puestos a elucubrar, y viendo por donde discurren últimamente los derroteros de las ocurrencias políticas, es posible que se cree una regulación belenística y no quepa en ellos nada que pueda ofender al sentimiento patrio que parecen representar. Me imagino, por un suponer, que el famoso 'caganer' catalán quedaría fuera; que los Reyes Magos de Oriente, tendrían dificultades por aquello de la inmigración ilegal y que a María y a José se les debería exigir un título de propiedad del establo, que me da que están de okupas.
Hablar de la orgía consumista que se desata estos días, entre comilonas pantagruélicas y regalos interminables, es tan recurrente como los anuncios de colonias. Que si comemos demasiado, que si gastamos demasiado. Pero como un virus, los villancicos invaden nuestros cerebros de ratas amaestradas y, sin poderlo evitar, nos lanzamos con furia a la caza del paté, las cigalas y el ultimo iPhone.
Y es en estos días, disfrazado de divertimento para toda la familia, cuando se producen escenas que deberían ser relegadas al siglo XIX, siendo generosas. Cabalgatas de Reyes que, con una crueldad infinita, someten a animales de diferentes especies a paseos sobre el asfalto, el ruido, la multitud y las luces. Renos de Laponia que intentan boquear entre tiernos infantes que acuden al sonido de los cascabeles de Papa Noel. Cuando desde los colectivos animalistas o, en 2017 Santander Sí Puede con una iniciativa en el pleno de enero, se reclama la desaparición de los animales de las cabalgatas y exhibiciones públicas, los del sentimiento patrio y el ladrillo constitucional, nos acusan de querer acabar con las tradiciones que representan a este país. Que para ser español y mucho español hay que poner el belén, el árbol, celebrar la Semana Santa e ir a los toros, según el secretario general del PP. No señores, no queremos acabar con las tradiciones, sino con el sufrimiento que algunas de ellas acarrean. Las cabalgatas lo seguirán siendo sin que los animales sufran por ello, porque si nuestra diversión pasa por el sufrimiento de otros, quizás debamos revisar nuestros principios. Al menos, yo no tengo otros.
Y no solo eso, sino que para celebrar como dios manda tenemos que llenar nuestros cielos de fuegos artificiales, no sea que en Sebastopol no se enteren que en Santander ha entrado el año nuevo. Por más estudios que asociaciones como AVATMA pongan encima de la mesa sobre los perjuicios que la pirotecnia tiene en nuestros compañeros de cuatro patas, seguimos obviando esos daños. Y por más pruebas empíricas que tengamos del daño que se causa con esta explosión de júbilo a menores, personas autistas o con epilepsia, seguimos cerrando los ojos ante la evidencia, porque es mejor seguir disfrutando de manera inconsciente que mirar al otro. Por no hablar de las lesiones y quemaduras que anualmente se producen por la mala manipulación de estas pequeñas bombas de colores. Los fuegos del demonio, que en pagana celebración, alumbran las carencias de quienes nos gobiernan y dan la espalda a las necesidades de los más desprotegidos.
Este año Torrelavega ha regulado el uso de pirotecnia en su municipio, circunscribiendo el mismo a una hora después de las campanadas. Una medida que puede paliar en cierta forma esos daños. Otros países ya usan fuegos artificiales silenciosos, que dan color a las noches de celebración, pero nos ahorran el estruendo. Espero que solo sea cuestión de tiempo que más ayuntamientos den ejemplo y acojan este tipo de propuestas. Un ente público, y más las administraciones locales, deben velar por los derechos de todas las personas que habitamos en el municipio; ya seamos de dos o de cuatro patas, tengamos problemas de salud o no. Solo desde el respeto mutuo y los cuidados se puede decir que se gobierna para todas.
Por eso, cuando hablar de patria se ha convertido en una obligación para la mayoría de los políticos de este país, hay cosas que deberían englobar ese sentimiento y que sistemáticamente quedan fuera del discurso. Tenemos partidos de derecha y ultraderecha invocando la pureza de la raza siempre y cuando esta pase por reafirmar las tradiciones cristianas, la caza y los toros. Y partidos de izquierda que se empeñan en llenar significantes que nunca estuvieron vacíos, reapropiándose de símbolos que hoy cuelgan de los balcones. El “yo soy más español que tú, más constitucionalista que tú”, en un remedo de la canción de la FRAC, se ha convertido en el mantra de sesiones parlamentarias y telediarios.
Un país no son sus tradiciones, es su gente. Y mucha de esa gente reclama(mos) el fin de la barbarie y la tortura taurina, el respeto al bienestar animal, a los derechos de las personas con problemas de salud, y un largo etcétera que nos podrían colocar de igual a igual con nuestros vecinos europeos. Porque no nos olvidemos que una sociedad plena y evolucionada es la que cuida de los suyos. Esa es nuestra bandera y no necesitamos reconquistarla.
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