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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Isonzo

Siemens, Alstom, Talgo, Bombardier y CAF reinician la puja por el 'macrocontrato' del AVE de Renfe

Javier Fernández Rubio

Hay un río al pie de los Alpes Julianos que se llama Isonzo. Nace en Eslovenia y vierte sus aguas en el Mar Adriático, cerca de la ciudad de Trieste. No es un río que aparezca en los libros escolares de Geografía, pero sí en los de Historia. Es el típico río de montaña que atraviesa parajes de gran belleza, sin un gran recorrido ya que no nace lejos del mar. Si tiene relevancia, al igual que otros ríos modestos como el Rubicón, fue porque en sus inmediaciones ocurrieron cosas dantescas, ridículas y absurdas como suelen ser las cosas que acaban en los manuales escolares.

Durante la I Guerra Mundial, el Isonzo fue escenario de once ofensivas italianas contra los austrohúngaros. No sirvieron para nada, simplemente ocurrió, como echar carne a una picadora. Cuando la guerra terminó apenas el frente se había movido y si lo hizo fue por el lado austríaco que se apuntó la única victoria efectiva, la de Caporetto. Trento y Trieste, ciudades austríacas no pasaron a manos italianas después de haber sacrificado 700.000 vidas. Sin embargo, el Isonzo es importante por dos cosas: es la cuna del ascenso de Mussolini y el fascismo italiano y es ilustrativo de cómo lo racional cede el paso a lo simbólico. El Isonzo es una de las máximas representaciones del empecinamiento ante el error, algo que se puede ilustrar con la expresión: 'Síndrome de nuestros muchachos no murieron en vano'.

En la primera batalla del Isonzo murieron 14.000 italianos. Fue una ofensiva absurda, pero reclamada insistentemente por una cúpula militar caduca y corrompida, una clase política no menos caduca y corrompida y unas masas que, si no caducas y corrompidas, estaban envenenadas por un furor patriótico suicida. Como en Alemania, como en Gran Bretaña, como en Francia. La peor combinación posible.

Los significativo es lo que ocurrió tras la primera ofensiva. En un teatro de operaciones de segunda categoría, por unos objetivos que no tenían apenas importancia ni iban a significar más que desplazar una línea unos kilómetros sobre un mapa, la batalla era un error antes de iniciarse. Constatado el error después, alguien mínimamente racional hubiera desistido, pero no no fue eso lo que ocurrió.

En la segunda batalla del Isonzo murieron 40.000 hombres. Y en la tercera, 60.000. Así en 11 ocasiones. ¿Por qué? Por aquellos 14.000 primeros muertos, porque 'no murieron en vano'. Pero sí murieron en vano. Su sacrificio fue inútil como fue inútil el sacrificio de los que les siguieron. Pero Italia se veía impelida a arrojar más carne a la picadora. Los políticos y los militares no podían dirigirse a los familiares de los 14.000 muertos y decirles la verdad, que su muerte había sido un absurdo. Así que les dijeron lo contrario, que su muerte había sido útil y necesaria. Y ello se lo creyeron porque no podían creer que sus hijos, hermanos y esposos habían muerto por nada. No podía ser. Tenían que haber muerto por algo y ese algo lo construyeron.

Y ese algo era la tribu, la nación, que por ser precisamente trascendentes requerían en consonancia grandes sacrificios. La muerte de 700.000 hombres junto a un río en los Alpes no se diferenciaba mucho de los holocaustos humanos de los aztecas. Aquel sucio negocio entre hombres había entrado en el terreno de lo simbólico y una vez sacralizadas las víctimas cualquier paso atrás era un sacrilegio. Una vez en el universo de los símbolos no hay racionalidad posible.

No es algo que solo ocurra en grandes circunstancias. Ocurre en nuestra cotidianidad. ¿Cuántos obras e infraestructuras se han visto prisioneras del síndrome de 'nuestros muchachos no murieron en vano? Bastantes.

Pensemos por ejemplo en Cabárceno, un parque ahora rentable y considerado incuestionable, una joya de la corona turística. Pero nadie parece recordar el dislate caprichoso con que se creó: desfases multimillonarios, terrenos que eran de otros, riadas de asfalto y rebaños de pobres animales tan perplejos que parecían pasajeros en un vuelo de Ryanair. Tras las primeras riadas de millones les sucedieron otras, porque una vez empezado había que acabarlo. Sí o sí. Si Cabárceno es indestructible ahora no es por su rentabilidad, es porque 'nuestros millones no se gastaron en vano'.

Pero el ejemplo máximo está en nuestras infraestructuras, sobre todo las del ferrocarril. ¡Hasta se sacrificó un buey en Monzón de Campos por la llegada del AVE! Como en la antigua Grecia. Sólo faltó un auríspice que auscultura las vísceras. 

Pocos proyectos tan prisioneros de lo simbólico y lo irracional como el AVE. 

Unos agrestes montañeses, orgullosos dada su condición de hidalgos, no soportan a los agrestes montañeses (con no menos hidalguía) del valle del otro lado de la montaña. Así que prefieren acarrear sacos, excavar tuneles y arruinarse construyendo viaductos antes que cruzar el monte de al lado, hablar e ir por el camino más practicable. Con nuestro antivasquismo y nuestra eterna reivindicación a Castilla se han enterrado miles de millones como los polinesios de Rapa Nui dedicaban su riqueza y su esfuerzo a erigir estatutas gigantescas. Pero 'nuestros millones no se gastaron en vano' y hay que seguir. Ahí está el tendido de La Robla abandonado. El túnel de La Engaña y la estación de Yera. Una línea de FEVE digna del Ibertrén. Y ese AVE que si ha subido al norte no ha sido por dar gusto a los agrestes montañeses, sino por conectar las grandes ciudades de la meseta y ésta con el mar (pero no por Cantabria). 

Pero tenía que llegar porque no podemos reconocer que hemos dedicado manifestaciones y décadas a cosas irreales, ni mucho menos reconocer que 'nuestros millones se gastaron en vano'. Un pasito más y el AVE puede que llegue hasta Pesquera y con unos millones más rectificaremos un par de curvas y ahorraremos 30 segundos de ese calvario que nos hemos dado como es viajar en tren. Nuestro orgullo así lo exige.

Ya sé que las cosas están cambiando, que el AVE expirará como un enorme reptil prehistórico al tocar tierra sangrada cántabra, pero bastante lejos de Castelar, y que la alta velocidad de verdad, si la vemos algún día, llegará por el este, por el País Vasco. Pero cuesta todavía decirlo abiertamente, porque estamos abonados a la cultura del buey y la hidalguía y sobre todo, y por encima y por debajo de todo, porque a ver quién es el político que le dice a la tropa que sí, que sus ilusiones sí fueron gastadas en vano.

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