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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Kiko

Loro

José Antonio Machín

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Kiko, un yaco gris de cola roja, se ha fugado de casa. En pleno confinamiento. No le cuadraban tantos cambios en su paisaje habitual: los libros acumulados en las mesas, la ropa tendida al sereno después de cada regreso de la compra, las tazas con el sobrecito de tila, el silencio sepulcral en el patio o que nadie respondiera a sus imitaciones de los tonos del teléfono móvil.

Y se ha ido.

Mara y su madre dejaban suelto a Kiko en el piso. Le habían preparado un entorno amable para que se encontrase a gusto a pesar de la red que le impedía volar de verdad más allá del balcón. Llevaba con ellas 16 años, desde que un hermano de Mara lo recibiera de un amigo. Era capaz de imitar el lloro de un niño, de decir su propio nombre, de mandar besitos a los vecinos y de pronunciar el número cuatro. Los loros eligen palabras así gracias a su siringe, aunque estés las 24 horas del día intentando que digan lo que quieres. También son capaces de sentir los estados de ánimo ajenos, así que se deprimen si están rodeados de tristeza o se muestran alegres si quienes le rodean lo están.

Y nadie está muy contento en estos días.

El caso es que el loro aprovechó un descuido doméstico y huyó. Quizá porque creyó que de verdad este silencio, el mundo de aparente paz que disfrutamos estos días, va a durar siempre. Es posible que le haya poseído un espíritu africano de la especie y le haya obligado a dejar de ser mascota.

Mara y su madre bajan al parque desde el 6 de abril, le cantan su nombre y le silban. Un día, una vecina lo vio y las llamó. Estaba en una rama de un castaño de indias, como si hubiera vivido allí toda su vida de loro. Intentaron atraerlo de todas las maneras posibles con que se puede seducir a un yaco de cola roja para que regrese a casa, pero volvió a echar a volar y se alejó hasta la rama de un magnolio. Su vocación congoleña de pájaro libre se manifestó ese día. Dejaron de verle.

No obstante, han seguido recorriendo todos los días la urbanización y a veces gritan su nombre desde el balcón mientras le intentan distinguir con los prismáticos. Pero Kiko no ha vuelto casi quince días después de su evasión. Hasta la gata, a quien se enfrentaba al principio, está triste. A Mara y a su madre les hacía mucha compañía, porque aunque era revoltoso no le gustaba estar solo y las reclamaba si se iban a pasear. Cuando se podía pasear. En un pequeño recipiente le esperan las frutas que suele comer. Quién sabe si, en el caso de que regrese, le premien con un plato de ese cuscús que tanto le gusta.

En los últimos días ya no se oye a las vecinas. La comunidad sigue comentando la ausencia de Kiko, pero Mara y su madre le han perdido la pista. Es muy posible que Kiko decida volver: le quedan muchos años por vivir y aunque esta primavera inédita ha hecho aumentar exponencialmente el polen y el néctar, por no hablar de los moscardones y otros bichos que le pueden servir de comida, acabará añorando el vínculo que mantenía con sus dueñas. En el fondo, todos le echamos en falta, porque nos saludaba al entrar en la urbanización y nos despedía por la noche con aquellos sonidos infantiles que despertaban en nuestro inconsciente mundos muy lejanos ya.

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