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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Medio milenio arriba o abajo

Carlos I y su esposa Isabel.

Marcos Pereda

Ustedes ya saben, porque van cogiendo el hilo, que a mí me gusta menos la Historia que las historias. Que prefiero los relatos pequeños que las grandes epopeyas, que cuento con más gusto el día a día en una pequeña aldea que los fechos celebérrimos de reyes y generales. Lo que reviste cierta lógica, si lo reflexionan, porque aquello que podemos llamar el relato oficial no deja de ser una biografía cruzada de quienes representan a una diminuta, infinitesimal, fracción de todos los hombres y mujeres que han vivido. Y que, por eso mismo, pareciera albergar cierta lógica el que posemos al menos por un rato nuestra atención en los ritos, rutinas y experiencias de quienes, en esta y todas las épocas, han constituido la inmensa mayoría de la población. Y por eso hablo tanto de molinos, y de vacas, y del maíz, y de caminos, sendas o veredas.

Pero se pueden hacer excepciones, ¿no? Más bien, deberían hacerse. Cosas que pasaron y que tuvieron la suficiente importancia como para recordarse hoy en día. Que están, además, rodeadas de color, de elementos sobre los que reflexionar y solazarse. Historia contada en historias, vamos. De esa que no leerán por ahí. Por ahí. Pongan ustedes el nombre adecuado a ese “ahí”.

Sobre todo en fechas redondas. Como el medio milenio, ¿se les ocurre data más llamativa? Hace exactamente 500 años cruzaba las tierras de las Asturias de Santillana y Campoo quien, poco tiempo después, sería jurado como Carlos I. El tío que más tarde acabará siendo el más poderoso de Europa. El joven aquel de barbilla pronunciada y gesto algo adusto, que apenas hablaba castellano y, la verdad, tenía pocas ganas de venirse a este páramo de bárbaros atrasados, con lo a gustito que se está en Flandes, coño, ya. Ese mismo. Poca cosa.

La cosa es que de este viaje conocemos hasta los más íntimos detalles desde su misma llegada al pequeño pueblecito asturiano de Tazones, donde al futuro emperador lo reciben a hostia limpia, lanzándole todo lo que tuviesen a mano. Imaginen una aldea de pescadores que ve aparecer a lo lejos un montón de naves, más de cuarenta, engalanadas con un montón de pendones. Se acojonaron pensando que eran piratas y bueno… ya saben… a luchar por la propia vida. Pero luego ya sí, luego rindieron pleitesía al majete aquel que miraba con aire aburrido y no podía cerrar la boca.

Como decía, tenemos toda la información necesaria sobre este paso como para trenzar un relato sostenido, minucioso y, por qué no decirlo, sumamente divertido de tal peregrinar. Estamos en deuda con Laurent Vital, un ayudante de cámara del Habsburgo, que lo fue anotando todo con oficio de notario pero espíritu de literato. Porque el sinvergüenza tiene gracia, aunque sus ojos y sus palabras abusen en ocasiones de lo sicalíptico. En exceso, digo.

Sabemos, así, que el tal Carlos se puso malito porque le cogió un chaparrón entre Unquera y San Vicente de la Barquera, y que hubo de guardar cama allí. Que lo intentaron curar con lo más avanzado para la época, que era el polvo de auténtico cuerno de unicornio. Diluido en agua, ojo. Que durmió en Treceño, luego en Cabuérniga y más tarde en Los Tojos, donde a la comitiva les pasó de todo, desde una tormenta republicana que se llevó por delante terciopelos y donosuras hasta un ataque de pulgas y chinches que se cebaron con la muy blanquita carne del Habsburgo, obligándole a tomar viaje en plena madrugada. Cosas veredes, vaya. El último sitio de la actual Cantabria donde estuvo unos buenos días durmiendo fue Reinosa, alojado en una auténtica casa de los líos, con piadosos anfitriones que libraban de tal condición (la pía, no la generosa) una vez a la semana.

Como les digo el relato es fascinante, entretenido y delicioso, lleno de giros, de comentarios sobre el humor y la naturaleza de las gentes de estas tierras (algunos poco amables, por si piensan lo contrario), y con descripciones que son oro puro en manos del curioso. Pero, sobre todo, el relato fija con precisión unos hechos de los que ahora se cumplen, como dijimos, medio milenio. Y llama poderosamente la atención la poca importancia que está teniendo tal conmemoración en prensa o instituciones. Vamos, que no veo yo por ahí libros, o charlas, o ciclos de conferencias. Con las excepciones habidas, que las hay y ante quienes me disculpo…

Pues de eso era de lo que querría hablarles hoy. De los fastos culturales que no se celebrarán, de las celebraciones que no se harán, de tantas posibilidades como tiene esta tierra que, a veces, nos empeñamos en despreciar. O, al menos, en desconocer. O, oigan. Es una pena. Una pena enorme.

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