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Un pájaro amarillo sobre la arena
A mí la playa, para pasear, me gusta en invierno, en esos días en que la mar se pone bromista y juega a disfrazarse de nubes, y uno no sabe bien donde empieza el cielo y acaba el océano. A mí me gusta la playa cuando hace frío, cuando la arena está helada, cuando el agua se vetea de rayitos blancos y parece que hasta a las gaviotas les da pereza posarse. En esos días yo caminaba por Oyambre, que es enorme, y casi salvaje, y abierta a un Cantábrico siempre ventoso, y pasaba junto a una pirámide de piedra que ya no está y que recordaba algo que casi todos han olvidado…
Es 1920 y un objeto insólito cruza los cielos de Cantabria en unos tiempos en los que solo las aves vuelan y el firmamento no está rasgado por estelas de vapor. Es comprensible, claro, el asombro del campesino al ver aquel extraño artefacto, que cada vez vuela más y más bajo, que parece que va a chocarse contra los acantilados cercanos a Comillas.
En los años treinta todos los niños franceses (todos los niños franceses que podían permitírselo) tenían en sus casas una baraja de cartas con el rostro de los llamados “ases de la aviación”. Era un artículo evocador, que hablaba de héroes, de grandes aventuras, de epopeyas llenas de peligro en las que siempre, siempre, se aterrizaba en el último momento con el depósito casi vacío. Uno de los protagonistas de esa baraja era Armand Lotti. Y él también, claro, tuvo que hacer un descenso rozando la tragedia. Fue en Cantabria, en la playa de Oyambre. Fue a bordo del Pájaro Amarillo.
Armand Lotti era un parisino, veterano de la Primera Guerra Mundial, que aspiraba a ser el primer francés en cruzar el Océano Atlántico en avión uniendo Estados Unidos y París. Y para ello iba a contar con la ayuda de una máquina cuyo nombre es hoy sinónimo de leyenda: El Pájaro Amarillo. O, más bien, L´Oiseau Canari, que era como realmente se llamaba el aeroplano, jugando con el color habitual de los canarios. Hoy lo veríamos como una pequeña avioneta, pero en aquellos tiempos era casi un monstruo del cielo. Una máquina que tenía autonomía estimada en 5.400 kilómetros. La distancia a recorrer eran 5.300 kilómetros. Cualquier error de cálculo, por pequeño que fuera, podía resultar fatal.
Y los hubo, claro.
No fue por el resto de la tripulación, compuesta, al margen de Lotti (que no podía pilotar porque había perdido un ojo en un accidente de caza), por Jean Assollant y René Lefévre. Más bien se debió a la curiosidad, al ansia de trascendencia, de un joven americano llamado Arthur Schreiber.
El jueves 13 de junio de 1929 una pequeña multitud se acerca a la playa de Old Orchard, en Maine. La tripulación había aligerado al máximo el peso (no llevaban más ropas que las puestas, agua y comida se habían racionado e, incluso, cien litros de carburante adicionales se habían quedado en tierra), y no podía entender la razón por la cual el Pájaro Amarillo se elevaba a de forma timorata, hasta el punto de que casi se estrella contra un dique… Asustados piensan que tal vez el motor falle, pero, claro, siguen adelante. Media hora después el misterio se resuelve…
Reptando por el fuselaje del avión se presenta ante los tres asombrados pasajeros Arthur Schreiber, periodista norteamericano de 25 años que había aprovechado el bullicio para convertirse en el primer polizón aéreo de la historia. Las únicas palabras que pronunció a sus anonadados compañeros fue un lacónico Here I am. Assollant y Lefévre lo tienen claro: hay que arrojar al joven al océano...total, nadie sabe que está allí, no habría problemas con la justicia.
Como vemos eran gente pragmática, por decirlo suavemente. Lotti es más caritativo. Llegaremos todos o ninguno. Seguramente ninguno. En mitad del Atlántico les sorprende una tormenta apocalíptica que ralentiza su marcha y les desvía hacia el sur. Cuando divisan tierra, con el depósito de combustible a cero, comprenden que aquello no es Francia sino la costa cantábrica. Y que si no aterrizan en ese mismo instante jamás podrán hacerlo.
Ver un arenal amarillo, amplio y de superficie compacta como el de Oyambre debió de ser para ellos un milagro. Así que no dudan en aterrizar, sin una gota de combustible, en aquel lugar tan apropiado. Eran las 20.40 horas del viernes 14 de junio de 1929, justo en la caída del sol (que les da de frente, porque hacen una maniobra para tomar tierra apuntando la proa de la nave hacia San Vicente de la Barquera), y tras 29 horas y 20 minutos de travesía ininterrumpida y 5.900 kilómetros (600 más de los previstos) recorridos L´Oiseau Canari, o el Pájaro Amarillo, se convierte en el primer avión europeo en cruzar el Océano Atlántico.
Estaban en una playa desconocida de una tierra extraña. Evidentemente los vecinos de la zona, asustados por aquel artefacto tan extraño que venía volando muy bajo, se afanaban por llegar hasta Oyambre para comprobar qué era lo que estaba sucediendo. Lotti y los suyos se palpan para ver si están todos completos, y después suben al camino que bordea el arenal, donde dan con un paisano en bicicleta que surge de la penumbra. Caballero educado, Lotti intenta en un mal español explicarle quiénes eran y preguntar dónde estaba el siguiente pueblo. Cuando el improvisado comité de bienvenida apunta que el lugar más cercano es Comillas, Lotti pide prestada la bicicleta y pedalea hasta la villa, pregunta por el alcalde, le saca de su casa y le explica toda la historia.
Al día siguiente el aterrizaje del Pájaro Amarillo en Oyambre es noticia en periódicos montañeses y noticieros internacionales, y los cuatro tripulantes se convierten en rostros familiares para los cántabros. Los padres llevan a los niños a contemplar el enorme avión que sigue retenido en el arenal, para que puedan disfrutar del progreso, de la modernidad que marcan tanto la máquina como aquellos simpáticos y amables extranjeros. Ellos, sabios, se han abastecido de todo tipo de chucherías y chocolates para repartir entre la chavalería.
Y es que mientras los aviadores esperan a que desde Madrid llegue el combustible que les iba a permitir continuar su vuelo hasta Francia, el ambiente es de auténtica fiesta. Verbenas, marsellesas a ritmo de pasodobles, puestos de dulces y orquestas variopintas rodean al Pájaro Amarillo, y convierten el día de espera en jornada de espectáculos y festejos.
Especialmente exitosa parece que fue la figura de Schreiber, que despertó más de un suspiro ahogado entre la concúrrela femenina y, según cuentan crónicas maliciosas (a las que no daremos crédito, porque somos escritores decentes), dejándose querer en especial por alguna moza de buen ver…pero esa es, claro, otra historia.
Cuando se llena el depósito del Pájaro Amarillo, y no sin cierta desazón en las jóvenes de la comarca, el avión se eleva y parte rumbo a Francia, donde la tripulación aterriza en otra playa, esta vez la de Mimizan, en plenas Landas, siendo recibidos como héroes nacionales. Era el 16 de junio de 1929.
Una vez en tierra Lotti toma la palabra ante los periodistas y, cogiendo del brazo a Schreiber, pronuncia una frase que pasaría a la historia: “Él es un americano, un amigo, un buen chico”.
Hoy existe en la playa de Mimizan un monumento que rememora la gesta. En Oyambre también lo hubo, una pequeña pirámide de piedra, pero los hombres se la llevaron para protegerla del mar hace unos años y, aunque el mar la hubiese devuelto, ellos aun no lo han hecho. Y ahí sigue esperando la fina arena a que vuelvan los recuerdos de aquellos tres hombres que, como les ocurría a los mosqueteros de Dumas, resultaron ser cuatro.
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