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¡Ríndete, Dorita!
Herman Mankiewicz era considerado un genio que había escrito muchas películas triunfales para Hollywood. Y lo era: en cierta ocasión le encargaron hacer un guión para la serie infantil Rintintín, basada en las hazañas de un perro del mismo nombre. Humillado por el encargo, en vez de protestar escribió un episodio en que el heroico animal cargaba con un bebé en el hocico y lo metía en un edificio en llamas.
Metro Goldwyn Mayer contrató a Mankiewicz para hacer el guión de El mago de Oz el 28 de febrero de 1938. Tres días después el escritor entrega 17 páginas con la secuencia de Kansas, y cuatro más tarde otras 56 páginas. Ese mismo día lo despidieron por borracho y jugador.
Los guionistas de la época trabajaban así de rápidamente, muchos de ellos venían de la prensa. Trabajaban así de rápidamente a pesar de que cobraban por días y lo normal era que ni siquiera su nombre apareciera en el producto final. Noel Langley, uno de los nueve que sucedieron a Mankiewicz como guionista de Oz, había escrito una película de éxito ¡en tres días!, y se enfrentó a un boicot de los compañeros, que lo acusaron de comunista, por pasarse de veloz.
La película El mago de Oz tuvo diez guionistas y cuatro directores (Richard Thorpe, George Cukor, Victor Fleming, King Vidor). No se sabe si a pesar de la abundancia de guionistas y directores o precisamente por ella ha resultado un éxito perdurable mucho más allá de lo esperado. De hecho muchísimo más alla: MGM la consideraba una producción de prestigio, no esperaba sacar dinero de ella. Era una película más, la producción n.º 1060, una de las 41 que terminó en 1939. Y sin embargo ha calado en la cultura estadounidense como ninguna otra. En la película After Hours, de Martin Scorsese, se hablaba de un paisano que le gritaba a su pareja: “¡Ríndete, Dorita!” cada vez que se corría, el mensaje que la Bruja del Oeste escribía en el cielo montada en su escoba. Treinta años después de After Hours multitud de estadounidenses de todas las edades citan diálogos de El mago de Oz, recitan pasajes completos de memoria a la menor oportunidad.
¿Por qué este éxito, esta devoción? Déjenme aclararlo enseguida: no tengo la menor idea. Pero no canten victoria: no voy a callar por eso. Llevo años oyendo tertulianos y profesores que no cierran el pico a pesar de no tener ni idea remota del tema que están tratando ni, en muchos casos, sospecho, de nada en particular. Así que yo también voy a hacer algunos comentarios muy inteligentes aquí mismo, con la esperanza de que pueden arrojar algo de luz.
El éxito de El mago de Oz había empezado con el libro del mismo título, cuarenta años anterior a la película. El de Frank L. Baum era un cuento de hadas, pero un cuento podríamos decir democrático. Del mismo modo que todos los países de América se libraron de partida de esa lacra que los europeos más torpes seguimos arrastrando, la monarquía, el gran cuento de hadas americano prescinde absolutamente de reyes y reinas. El líder del país de Oz era un mentiroso ordinario, sin sangre real, es decir, como cualquier presidente de Estados Unidos (por no señalar a otros sitios).
Por otro lado, el relato de Baum se corresponde exactamente con el esquema que Joseph Campbell explicó de lo que llama el monomito, según él estructura básica de todos los cuentos humanos. Lo hizo en El héroe de las mil caras, libro del que George Lucas no se despegó ni un momento para rodar la saga de las galaxias. El esquema es: el héroe es una persona corriente en un mundo corriente, que de pronto se ve transportado a un mundo completamente extraño, donde debe aprender modos nuevos de sobrevivir y progresar; donde encuentra amigos que ayudan y enemigos que amenazan. Transcurre por ese mundo hasta que domina sus secretos, momento en que vuelve al mundo ordinario para compartirlos con sus semejantes: eso es lo que mantiene al mundo vivo. (El esquema completo es un poco más desarrollado y El héroe de las mil caras no es demasiado fácil de leer, así que otro hombre de cine, un lector de guiones de los estudios Disney, lo simplificó a un nivel que hasta los productores pueden entender en El viaje del escritor, que ahora es la biblia de todo el mundo que quiere hacer películas).
Pero Baum no tenía la ayuda que tuvo Lucas. Escribió Oz en 1899, la película es de 1939 y El héroe de las mil caras se publicó en 1940.
Quizá estas sean razones que ayuden a explicar el éxito casi sobrenatural de la película. Pero son solo parte de la explicación. Otro punto podría ser el elemento humano con que se hizo, su talento y su entusiasmo aportando vitalidad extra a un relato que ya era un bestseller. Pero resulta que quienes trabajaron en el rodaje se lo tomaron como un trabajo más, un modo de ganarse la vida, y no le dieron una importancia especial.
Ahora bien, la película El mago de Oz tuvo diez guionistas, cuatro directores y… 124 enanos.
Los enanos llegaron al estudio a mediados de noviembre de 1938 y se quedaron nueve semanas. Los recuerdos de quienes trabajaron con ellos coinciden en atribuirles grandes borracheras, orgías en el hotel y conducta temeraria. Afirman que desde que llegó la gente pequeña las coristas tenían que salir del trabajo en grupo, protegidas por hombres armados. Judy Garland contaba que se emborrachaban y luego “la policía los iba recogiendo con redeños para mariposas”.
Solo algunos de los actores pequeños eran profesionales; unos cuantos de ellos nunca había visto a otro enano antes, y estaban encantados y muy excitados de estar juntos. Su jornada laboral comenzaba con el maquillaje, operación que se había preparado siguiendo los principios tayloristas: 30 sillas en línea, que los pequeños actores recorrían sucesivamente. Se sentaban en la primera y les arreglaban una parte de la cara; se levantaba e iban a la segunda, donde les maquillaban otra, y así toda la fila.
Para meterse en su disfraz, la encargada del vestuario también les ponía en fila. Les hacía pisar dentro de los pantalones o faldas, a una orden se lo levantaban hacia arriba todos al tiempo, luego giraban a la derecha, la encargada se ponía tras el primero y le levantaba la cremallera, simultáneamente todos los demás levantaban la de su compañero de delante.
Pero unos trajes así eran incómodos de llevar durante todo el día, especialmente para ir al servicio. Después de que uno de ellos cayera en su retrete y no pudiera salir hasta que lo encontraron tres cuartos de hora más tarde, el estudio amplió la plantilla dedicada al rodaje incorporando a varios trabajadores dedicados a acompañar a los actores menudos al lavabo y ayudarles con la indumentaria.
Todos los entrevistados menudos recuerdan su trabajo en El mago de Oz como un hito importante en su vida. Recuerdan el día de navidad, cuando Judy Garland les regaló una caja enorme de dulces y se sentaron en el camino de baldosas amarillas a comérselos juntos.
La mayor parte de la información aquí presentada sobre el rodaje de Oz proviene de la historiadora Aljean Harmetz, que era hija de una costurera de la MGM. Acepta sin reparos el tema de las borracheras, atribuyéndolo a los hombres de estatura normal que “disfrutaban invitando a beber a los pequeños con el mismo espíritu de aventura […] que hubieran sentido invitando a un chimpancé” y recordando que la resistencia al alcohol está relacionada con la masa corporal. Por otro lado, se preocupó de preguntar la opinión médica sobre los enanos, técnicamente descritos como pacientes de hipopituitarismo. Resultó que las personas con esta característica tienden a tener un impulso sexual inferior al medio, no superior. Así que Aljean concluye que buena parte de la conducta que se les atribuye a los enanos del rodaje respondía simplemente a prejuicios.
Pero quizá haya otra explicación complementaria. El problema puede ser que el sexo se porta como un amigo cuando se lo trata como tal. Pero se convierte en terriblemente contumaz cuando se le cierra la puerta: se mete por todas las ventanas y rendijas con una insistencia irreductible. Eso ocurrió por ejemplo con los dibujantes de los castísimos cartoons de Disney: obligados a excluir cualquier alusión al sexo de su producción dedicada al público infantil, dibujaban, en horas de trabajo y por todas partes, a los mismos personajes ahora dedicados a la actividad sexual más frenética.
Como toda gran obra, la que nos ocupa puede consultarse para encontrar inspiración y conocimiento sobre los más variados asuntos. Pero el objetivo del presente artículo es sumar una propuesta a ese brainstorming en el que toda España parece haberse instalado para encontrar ideas para tener un gobierno. Se habla de reformar la Constitución con una tranquilidad que da escalofríos: repetir elecciones es, parece, lo más antidemocrático del mundo; reformar la Constitución por una necesidad puntual, en cambio, es lo más normal del mundo. Ante este panorama, podemos ofrecer alguna idea más o menos práctica, pero ni de lejos tan onerosa.
Bien, ¿qué dice El mago de Oz de una situación como esta? En Oz se deshacen del jefe, después de que este deje a un hombre de paja perfectamente imbécil como sustituto, por el sencillo procedimiento de meterlo en un globo aerostático y soltar amarras. Si aquí el principal obstáculo para tener gobierno es un político amortizado ¿por qué no hacer lo mismo? Lo metemos en un globo y lo perdemos de vista mientras dure su viaje a los consejos de administración de las grandes empresas de gas, electricidad y telecomunicaciones. Hombres de paja tenemos a porrillo, y si es necesario que además sea perfectamente imbécil, seguro que podemos encontrar alguno también sin demasiado esfuerzo.
Así acabaríamos con el sufrimiento de esa pobre gente, los diputados, obligados a pasar jornadas completas encerrados en un salón, tirándose furiosamente feromonas y artículos del reglamento unos a otros. Obligados a hacer relatos castísimos de su trabajo cotidiano, seguro que cuando salen van desesperados donde sus parejas, titulares o suplentes, y aúllan “¡Ríndete, Dorita!” como posesos.
Y es que la política y los cuentos de hadas siempre han estado muy juntos. Que se lo pregunten a Herman Mankiewicz, que sin dejar de beber ni de jugar tras ser despedido de El mago de Oz escribió el guión de Ciudadano Kane, ganando un óscar y la inmortalidad.
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