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El test de la Nasa y el referéndum
Imagínese que usted no está delante de un ordenador, un portátil, una tablet o un móvil. Está usted delante de la consola de mando de una rutilante nave Apolo que acaba de tener un accidente en el alunizaje. La Base lunar se encuentra a más de 300 kilómetros de distancia y ha de prepararse ahora para una larga caminata con sus compañeros. Revolviendo en el interior de la aeronave, encuentra los siguientes materiales:
- Una caja de fósforos.
- Comida concentrada.
- 20 metros de cuerda de nylon.
- Paracaídas de seda.
- Un aparato portátil de calefacción.
- Dos pistolas de calibre 45.
- Una caja de leche en polvo.
- Dos tanques de 50 kilos de oxígeno.
- Un mapa del firmamento.
- Una barca auto-hinchable de salvamento.
- Una brújula.
- 25 litros de agua potable.
- Bengalas especiales.
- Botiquín de primeros auxilios con jeringuillas hipodérmicas.
- Una radio emisora-receptora de ondas FM, portátil y de energía solar
Usted y sus compañeros tienen que priorizar el material y ahí es donde el grupo ha de sentarse (es un decir) y tomar decisiones.
Esto es un test, pues es un test y un test colectivo además que ha elaborado la Nasa, y sus respuestas también. Es muy científico y la resolución está muy meditada, aunque el planteamiento parezca una sandez. Se usa mucho en diversos ámbitos, como el académico, para constatar algo que parece obvio, pero que no lo es: las decisiones en grupo son más acertadas que las que hubiera tomado usted personalmente.
Mientras usted se pregunta para qué diantres querría 'una barca auto-hinchable de salvamento' en la Luna y empieza tener sudores bajo la escafandra de solo imaginarse tener que arrastrarla por el polvo, hay algo que empezará a darse cuenta a medida que los resultados pongan de relieve que las mejores puntuaciones son colectivas y no individuales: en la vida real, las soluciones colectivas pueden ser idóneas, desde el punto de vista de alguna organización 'científica' y racional, pero son casi siempre las más conservadoras.
Tener un punto de vista conservador en la Luna es interesante, no lo voy a negar. Se trata de pura supervivencia. Pero no es probable que a usted o a mí nos vayan a poner a prueba en los próximos años. Ni en el Amazonas ni en el Atlántico Norte, aunque nunca se sabe. Hay otros escenarios en los que tomar decisiones y en donde el punto de vista conservador, lo que se considera 'razonable' desde un punto de vista institucional, no es más que la visión conservadora de las cosas.
Desde un punto de vista conservador, Europa hubiera sido descubierta por los aztecas, andaríamos todavía con pieles sobre los hombros y nadie abandonaría la aldea, algo que por definición, y es cierto por los siglos de los siglos, ha sido una de las decisiones más arriesgadas que hayan podido tomarse. Pero siempre han sido los aventureros los que han conseguido, no tanto fracasar o tener éxito, como espolear al resto a seguir su senda. Una vez que la brecha ha sido abierta, y el atrevido ha sido debidamente digerido por el tigre siberiano, los demás asumen como factible un planteamiento considerado descabellado inicialmente. Salir de casa ha sido siempre lo que define al adulto.
Recientemente ha habido en Colombia un referéndum sobre el cese de las hostilidad entre el Estado y la guerrilla de las FARC. Este es un buen caso de decisión colectiva y de decisión conservadora. Muchos se echaron las manos a la cabeza al triunfar el 'no' en la consulta. Es difícil, prácticamente inconcebible, de entender que alguien, en la tesitura de elegir entre la paz y la guerra, opte por la 'no paz'. Es cierto que la campaña preelectoral vino precedida por una ristra de medio verdades y mentiras por los defensores de la opción a la postre ganadora. Pero lo sorprendente es que el presidente Santos tomara la decisión de someter un acuerdo de su Gobierno a plebiscito. Estoy convencido de que, aunque no hubiera estado presidida por la intoxicación del uribismo, aunque no hubiera estado la decisión de la población colombiana mediatizada por un cúmulo de experiencias y componentes emocionales, el resultado hubiera sido igual. La prueba es que, en una segunda fase, el acuerdo no se sometió a las urnas.
Y algo parecido debiera haber hecho Renzi en Italia o Cameron en Reino Unido, si estos no hubieran sido prisioneros de una tentación demagógica y oportunista. Es lo que ocurre cuando se utilizan mecanismos incontrolables para respaldar opciones políticas personales, aunque de esto apartaría el caso colombiano que es más complicado que la tentación plebiscitaria que todo líder tiene.
Si hace años se hubiera sometido a consulta un planteamiento similar sobre ETA en lo concerniente a un alto el fuego, pudiera (siempre hay que decir 'pudiera') el electorado haber dado la espalda a los negociadores.
Las decisiones colectivas tienen a la par otro cariz conservador: el bloqueo de decisiones a que el asambleísmo conlleva. Convertir la vida en una perenne asamblea sería ideal para algunos pero destructivo para el resto. Y así, asamblea tras asamblea, en un intento de democratizar al máximo la decisión y obtener el mayor respaldo, el tiempo se escamotea en debates y circunloquios, cuando el tiempo, precisamente el tiempo, en ocasiones de urgencia, es lo que menos sobra. Nada más conservador que la parálisis.
Y aquí es donde quería llegar. El mecanismo conservador que todo referéndum conlleva, ancla su raíz en algo muy humano, que se esconce detrás de todo lo antedicho: la incapacidad de tomar decisiones. O mejor dicho, la huida de la toma de decisiones. Y ante la falta de decisión, el resultado es el mantenimiento del 'statu quo' imperante.
El referéndum es el paradigma de la democracia, igual que las elecciones. No se puede desechar porque el resultado decepcione. Pero, como dijo aquél, las batallas son para ganarlas, no para perderlas, y el enfriamiento de las pasiones que toda decisión masiva conlleva, y la querencia de gran parte de la ciudadanía de dejar la iniciativa en manos de otros, hace que al final nos encontremos arrastrando un bote hinchable por la luna con lo fácil que sería llamar un taxi.
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