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ENTREVISTA David Remartínez, periodista y escritor

“Los trabajos precarios, la corrupción, las entidades financieras, los monopolios, el neoliberalismo digital o los políticos ultraconservadores nos absorben la energía y el dinero: son los nuevos vampiros”

David Remartínez, periodista y escritor.

Blanca Sáinz

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Aspirante a vampiro y cazavampiros a la vez, el periodista y escritor David Remartínez (Santander, 1971) parece no decidirse entre la fascinación que provoca el clásico Drácula transmutado en chupasangres moderno o la obligación ética de defender la civilización que hay detrás de todo Van Helsing, aunque personalmente este no sea santo de su devoción. 'Historia pop de los vampiros' (Arpa, 2021) es una nueva vuelta de tuerca ensayística, irreverente y actual del mito vampírico que Remartínez acaba de publicar y que presentará este sábado en la librería santanderina de La Vorágine. Para el autor, el vampiro moderno es “el trabajo precario, la corrupción, las entidades financieras, los monopolios, el neoliberalismo digital o los políticos ultraconservadores nos absorben la energía y el dinero”.

¿Por qué un libro sobre vampiros?

El libro surgió a raíz de un prólogo que escribí para otro ensayo, 'Historia de Drácula', de Clive Leatherdale. Arpa me propuso entonces escribir una historia de los vampiros, y decidimos hacerlo aportando algo, desde la perspectiva del siglo XXI, y enlazando esa historia general con los cambios sociales que ha vivido el vampiro a lo largo de más de cuatro siglos. El vampiro es un reflejo de nuestra sociedad desde que apareció, y se ha ido adaptando a ella, especialmente en las últimas décadas. Aparte, mi vinculación con los vampiros viene desde niño. Siempre he querido ser uno, me fascinan desde pequeño, desde que me escondía en el pasillo para ver películas de terror.

¿Hay más vampiros en la vida real que en la ficción?

Son distintos. En el libro sostengo que el mundo ha adoptado los peores atributos del vampiro clásico. Los trabajos precarios, la corrupción, las entidades financieras, los monopolios, el neoliberalismo digital o los políticos ultraconservadores nos absorben la energía y el dinero, son los nuevos vampiros: nos dejan en las sombras con un futuro ennegrecido y nos instalan en el miedo, que es el principal arma de manipulación masiva actual. Si te fijas, los monstruos clásicos han caído todos porque el hombre se ha convertido en nuestras ficciones en el peor de los monstruos. Hannibal Lecter da más miedo que La Momia. Para sobrevivir a esas mutaciones, el vampiro de la ficción se ha humanizado, ha adoptado nuestro lado más luminoso, nuestras inquietudes y nuestros anhelos, nuestras incongruencias incluso. Es una versión superada de nosotros mismos, que nos propone una segunda vida mejor que esta, a la par que nos entiende.

Si somos libres de elegir nuestras cadenas, también podremos elegir quién nos vampirice. ¿Cuál sería su predilección? 

Alguien con toda la pasión del mundo por vivir. Alguien con ansia, a quien esta vida se le quede corta y me pueda enseñar otra. Marceline, de 'Hora de aventuras', o la chica de 'Una chica vuelve a casa sola de noche', o Eve, la protagonista de 'Solo los amantes sobreviven'.

¿Las compañías eléctricas nos sangran?

Como el peor de los vampiros. Sangran al ciudadano y al Estado, que no es sino el ciudadano organizándose colectivamente. Este es uno de los grandes escándalos de nuestro tiempo, y con el giro actual anuncia un periodo de grandes sufrimientos a costa del enriquecimiento de unos plutócratas. El colapso energético, tan complicado de entender, va a marcar nuestro futuro inmediato.

Para los vampiros de siempre la sangre es la vida, para el moderno vampiro ¿qué es tan necesario como la sangre a la hora de vivir?

Al vampiro contemporáneo (que suele ser vampira, porque las mujeres y la cultura pop han hecho mejor al vampiro) no le basta ya con la sangre. Algunas vampiras y vampiros incluso renuncian a ella. Porque ya no es una criatura tan simple y unidimensional, no es una encarnación del mal imaginada por el cristianismo y hermoseada por el romanticismo. Ahora necesita, para empezar, compañeros y compañeras. Ya no es una figura solitaria como Drácula, ni un aristócrata, un hombre maduro y machista, sino un superhumano con otra vida más prometedora, que requiere de sentimientos, sueños y alientos tan evidentes como los nuestros. Necesita incluso afecto, algo inimaginable hace cincuenta años.

La promoción del libro dice que la figura del vampiro es el “icono pop que encarna las aspiraciones y disputas de la sociedad virtual, desde el neoliberalismo hasta el sexo digital”. ¿Cuáles son esas aspiraciones y disputas que representan tan bien los nuevos vampiros para poder seguir chupando la sangre?

El vampiro encarna nuestras disputas con el amor, en todas sus vertientes: en las relaciones en redes sociales, en el amor adolescente, en el amor épico como el de Francis Ford Coppola o en las inseguridades afectivas de una época de libertad, donde tenemos Tinder, Pornhub, Instagram. Una época en las que las mujeres y el movimiento LGTBI al fin han ganado su libertad en la cama. Y lo mismo sucede con los problemas económicos: hoy tenemos vampiros pobres que sufren expulsados de la economía global, y vampiros que dirigen multinacionales. En el libro pongo bastantes ejemplos de todos esos conflictos contemporáneos que el vampiro asume. Por no hablar del hedonismo, de la persecución de una belleza eterna y de tantas aspiraciones de nuestra época, que el vampiro ha sabido comprender. Si antes no se reflejaba en los espejos, ahora nos refleja a los humanos por completo.

¿Por qué esa fascinación de la víctima por el vampiro? Hay quien sale corriendo, pero no falta quien ofrece la yugular…

(Ríe). Sí, junto a todo vampiro suele aparecer alguien que quiere ser convertido de inmediato. Supongo que por esa promesa de inmortalidad, que hoy en día se ha extendido, ya que el vampiro promete muchos más beneficios que en su origen, cuando solo salía de la tumba para morder y atacar, normalmente a cándidas doncellas.

El vampiro sigue ejerciendo un influjo maléfico en sus víctimas. ¿Tan poca cosa somos?

Tan poca cosa nos creemos. Por eso nos hemos tragado durante siglos fábulas de otra vida mejor como las del cristianismo, o las de cualquier religión. Porque, en el fondo, si nos iba mal en esta vida, queríamos creer que existía otra oportunidad, una bola extra. Pero la realidad es que, o disfrutas de esta, o estás jodido, amigo. Cada día y cada noche es un regalo, y depende de ti dejarlo pasar o exprimirlo.

¿Quién es nuestro Van Helsing?

Yo detesto a Abraham van Helsing, porque es un energúmeno; un fanático religioso y galvánico. Abraham van Helsing votaría hoy a la ultraderecha, sin duda. Pero la sociedad pop nos ha dado a su reverso: Agatha van Helsing, la protagonista del 'Drácula' de la BBC, con la que acabo el libro, y que es una versión mejorada del antiguo cazavampiros porque incorpora todas las fortunas del feminismo y porque consigue arrodillar al mismísimo Conde a sus pies, desmontando toda su parafernalia de superioridad.

Los vampiros modernos, ya reciclados, ¿se han feminizado o siguen siendo varones castigadores? ¿Elizabeth Bathory estaría plenamente empoderada ahora?

Hoy sería la reina de los vampiros, y dejaría a Drácula como un aprendiz. En realidad, Bathory siempre lo ha sido, pero el machismo nunca se lo ha reconocido. Pocos libros hay tan impresionantes en la historia del vampirismo como 'La condesa sangrienta', de Alejandra Pizarnik. Lo analizo en profundidad, junto con otras vampiras orilladas en el pasado, porque el feminismo es clave, y explica buena parte de la evolución del vampiro. Las chicas han estirado a Drácula como metáfora más allá de los Cárpatos, y han acabado por enterrar al vampiro dominador, donjuanesco y aristócrata.

Si el vampiro es una encarnación de lo maligno, ya en modo clásico o posmoderno, ¿por qué usted se declara aspirante a vampiro? ¿Se ha vuelto un cínico?

(Ríe). No. Yo creo que, como dice el grupo Tachenko: “Esta vida pide otra”. Y de todas las posibles alternativas que he conocido, la del vampiro me parece sin duda la más espectacular. Sobre todo, la que propone el vampiro del siglo XXI.

¿A dónde nunca acudiría sin una buena ristra de ajos a mano?

Yo le echo ajo a todo. El ajo define el sabor de España. Y ese cuento de que ahuyentaba a los vampiros era una tontería, jajaja. Al bulbo se le atribuían propiedades benéficas para la sangre, y de ahí nació la supuesta regla. Pero vaya, intenta tú ahuyentar a un vampiro con un ajo, con una cruz o con agua bendita: hoy en día se reirán de ti, como se ríen en muchas series, novelas y películas. Dios ha muerto, pero el vampiro no. Le ha mangado la resurrección y la inmortalidad.

Dejando la estaca a un lado, ¿tiene algún proyecto literario en ciernes?

Sí, tres. Dos son de gastronomía, y el otro es un libro muy especial para mí, porque habla de mi familia. Pero vaya, yo escribo para ser más feliz, porque lo que me entusiasma es el propio acto de la escritura, la diversión y el aprendizaje que conlleva. Y además me apunto a un bombardeo, así que es posible que por el camino aparezca algún que otro proyecto más. He de darme prisa en hacer cosas antes de que me transforme en muerdecuellos (ríe).

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