De la normalidad de llevar mascarilla en las administraciones públicas al 'destape' de los bares: el primer día sin cubrebocas

El 20 de abril era una fecha esperada por muchos por lo que ello conllevaba, que no era otra cosa que decir adiós a la mascarilla tras cerca de dos años de uso permanente. Sin embargo, y tal como se había anunciado, el fin de la obligatoriedad no implica que quien quiera pueda seguir utilizando este elemento de protección, por lo que, mientras algunos han optado por liberar sus caras, otros han preferido mantenerse prudentes y continuar llevándola.
En el caso de Cantabria se podría decir que la situación no ha variado demasiado respecto a la de hace un día. Así, se podría decir que la mayoría de la gente en lugares como los edificios de las administraciones públicas ha optado por taparse nariz y boca contra la COVID, mientras en los bares y restaurantes sí que se ha notado cierto cambio. Comenzando por los primeros, un ejemplo es el edificio de la Seguridad Social en Santander, que sigue instalado en la pandemia como si no hubiese cambiado nada.
De esta forma, además de seguir vigente la cita previa para entrar a sus instalaciones, en la puerta de entrada continúa apareciendo un póster con la obligatoriedad de la mascarilla para poder acceder. Por este motivo y tal y como cuenta uno de los guardias de seguridad a este periódico, todo aquel que este miércoles ha entrado a las oficinas públicas lo ha hecho con el cubrebocas puesto. Ocurre lo mismo con los trabajadores, que ni siquiera han recibido aún una orden que les obligue o no a llevarla: “Aquí la seguimos llevando todos”, confiesa el empleado.

Por otro lado, en el edificio de Correos de la capital cántabra también se continúa respirando un ambiente de cierta normalidad pandémica con los trabajadores y los clientes con la mascarilla puesta. Silvia, de 18 años y estudiante, reconoce que no sabía que la mascarilla se retiraba este 20 de abril, aunque preguntada por si la seguirá llevando, admite que se la pondrá cuando vea que la gente la lleva.
Precisamente, en este ambiente en el que todo el mundo continúa llevando este objeto de protección contra la COVID llama la atención Oliva, de 61 años, que entra al edificio sin la mascarilla puesta: “He decidido no ponérmela porque pienso que no hay ningún peligro y ya estoy cansada de llevarla”, argumenta esta letrada a elDiario.es.
Y al igual que en la Seguridad Social, en el Ayuntamiento de Santander los empleados públicos tampoco han recibido aún la orden que les indique si deben seguir llevándola, por lo que, como explica uno de policías y una funcionaria, todos los trabajadores siguen tapándose la mitad de la cara. “Sí que hay alguna persona que ha entrado sin ella, pero la mayoría se la pone”, concreta el agente.
El ejemplo son Antonio, de 75 años y jubilado, y Sergio Umberto, de 68 y también pensionista, que cuentan que se la seguirán poniendo cuando entren a edificios. “Estoy operado de cáncer de próstata y no me siento seguro como para quitármela, pero es que además he visto en los periódicos que están resurgiendo los contagios”, asevera Sergio Umberto.
Y aunque cueste encontrar a alguien sin el cubrebocas en todo el edificio municipal, María Antonia, parada de 50 años, se ha ‘atrevido’ a ser la diferente: “No veo necesario llevarla. Cuando se quitó en exteriores me la quité, y ahora que la han quitado de los interiores también la dejaré de llevar en todos los sitios donde me sea posible”, advierte.

No obstante, la situación sí que ha cambiado en los bares y restaurantes. Un ejemplo es el Café Vinilo, en Cabezón de la Sal, donde Natalia, una de sus camareras, asegura que ha sido un día bastante diferente: “La gente ya entra sin la mascarilla, pero es que yo tampoco la llevo puesta y solo me plantearía volver a ponérmela si me pongo enferma”, indica.
Araceli, educadora de 32 años y una de las clientas habituales de esta cafetería, también confiesa que estaba “deseando” retirarse el cubrebocas: “La verdad es que era un incordio tener que ponértela solamente para el momento de entrar”, asegura mientras Borja, su pareja, revela que para él “no era tanto incordio”.
Algo similar ocurre en la Hostería y Restaurante El Cruce, de Cabezón, donde Javier, su dueño, también ha optado por retirarse este elemento que ha acompañado a todos los españoles durante los últimos dos años: “Hay muy poca gente que la haya traído hoy puesta, y de ellos te podría decir que la mayoría son personas mayores”, declara.
Pero José Luis, del Restaurante El Paraíso que se encuentra en el corazón de este municipio cántabro, difiere de sus compañeros y considera que “todo sigue un poco como ayer”: “La gente entra con la mascarilla y cuando se sienta y pide se la quita”, enfatiza. Por tanto, tanto él como el resto de camareros han decidido seguir llevándola a pesar de que no han recibido ninguna orden expresa de que tengan que hacerlo: “Preferimos ser precavidos”, asegura en la entrevista con este periódico.
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