“Solo me quedan mis padres, que viven encerrados en casa por miedo a los talibanes, así que o salen ellos del país, o tendré que ir yo”
Las historias que los medios de comunicación han contado durante estas semanas sobre Afganistán se pueden contar por cientos. Las imágenes de la desesperación, también. Y la idea de que este conflicto termine por convertirse en uno más para los occidentales comienza a rondar en la cabeza de muchos afganos que ya empiezan a pedir que no se les olvide.
Este es el caso de Samir Attah, un joven de 30 años que ya sabe lo que es vivir en el terror más absoluto. Todo comenzó en 2016, cuando los talibanes asesinaron a su hermano mayor, de 34 años, por colaborar con los estadounidenses: “Llegaba al campo en el que iba a trabajar, le pararon el coche y le mataron a él y a su compañero”, cuenta con una fortaleza admirable. Aunque tampoco le quedó otra que ser fuerte. Ese mismo día su padre le ordenó que abandonase el país, porque ambos sabían que Samir podría ser el siguiente y sus progenitores no estaban dispuestos a pasar por la muerte de otro hijo.
Resulta extraña la naturalidad con la que Samir habla de las mafias. Él pagó 14.000 euros para que le sacasen del país, y tardó unos 30 días en llegar a España con la única posesión de su teléfono. Durante ese periodo reconoce haber pasado hambre e incluso sed, a lo que hay que sumar el estado anímico en el que se encontraba el joven, que acababa de perder a su hermano y no sabía cuándo podría volver a ver a su familia o si llegaría a España.
Pero llegó a Valencia, aunque su residencia definitiva iba a estar en Torrelavega, en Cantabria. Desde que está en nuestro país ha estudiado Comercio, y ha trabajado en El Corte Inglés y como hamaquero, aunque su empleo actual es de dependiente en una herboristería. Habla siete idiomas: darí y pastún, lenguas de Afganistán, urdu de Pakistán, hindi de la India, inglés, alemán y español. Además, es informático, profesión que ejercía en su país y que le reportaba unos 1.800 dólares al mes, lo que suponía “mucho salario” en relación a lo que se cobra allí: “Eso fue lo que me permitió poder irme”, cuenta.
No obstante, en 2019 la vida volvió a darle un revés con la muerte de su hermano de 11 años en un ataque talibán cerca de su casa. En esa ocasión él ni siquiera pudo acompañar a sus padres en el dolor y, desde entonces, su único objetivo ha sido volver a reunirse con ellos y ofrecerles protección: “Necesito cuidarles, son mayores y han sufrido mucho… Solo les quedo yo, y a mí solo me quedan ellos. Viven encerrados en casa por miedo, así que o salen ellos del país, o tendré que ir yo”, argumenta emocionado.
Su madre, de 61 años, es profesora, por lo que desde que los talibanes están en el poder no ha podido trabajar -a las mujeres no se les permite-, y su padre, de 63, es banquero y aunque él sí que podría ir a trabajar, de momento los bancos se encuentran cerrados. Precisamente, por su vinculación con los estadounidenses, han preferido permanecer en su casa y salir únicamente a realizar compras de alimentación.
Allí esperan pacientes a que alguien les comunique que puedan salir de Afganistán, ya que desde que Samir dio el aviso, el Gobierno español les metió en las listas oficiales: “Antes de que las tropas estadounidenses saliesen del país estuvieron a punto de poder coger un avión. De hecho, se les avisó y estuvieron en el aeropuerto 14 horas esperando, pero finalmente no pudo ser… Ahora, desde muchos gobiernos están intentando hablar con los talibanes para que dejen a gente como mis padres irse. Espero que ocurra rápido”, indica.
Sobre la posibilidad de que sus progenitores vengan a España a través de alguna mafia, tal y como hizo él, Samir lo descarta automáticamente a pesar de que su padre se lo ha sugerido: “Están cogiendo el dinero y dejando a la gente morir por ahí… Tengo amigos que han intentado salir de Afganistán y no se ha vuelto a saber nada de ellos. No quiero eso para mis padres, quiero que vengan de manera segura”, asevera.
Por otro lado, y pese al agradecimiento que profesa al Gobierno español, se muestra decepcionado por no haber obtenido antes los permisos de residencia que le permitiesen traer a sus padres: “Nuestra idea era que, en cuanto yo pudiese, les trajese aquí porque en España tendríamos una vida tranquila y un futuro”, destaca.
Ahora solo les queda esperar a que ocurra el milagro y el teléfono suene. Mientras tanto, Samir continúa ordenando alimentos en la herboristería e intentando no pensar de más para que cuando llegue la hora de llamar a sus padres pueda fingir que todo va bien porque, al igual que en cualquier familia, en los Attah el más importante siempre será el otro: “Ellos me dicen que están tranquilos, pero supongo que sea como cuando yo les digo a ellos que estoy tranquilo y bien”, concluye.
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