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El pueblo conquense de 260 habitantes que ha optado por el autoconfinamiento: “Es lo que había que hacer”

Cañaveras (Cuenca)

Carmen Bachiller

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El Ayuntamiento de Cañaveras ha pedido a sus vecinos que se confinen durante al menos dos semanas. Este pueblo conquense de 260 habitantes censados ha añadido un ‘extra’ al confinamiento perimetral que impide, en toda Castilla-La Mancha, salir de cualquier municipio si no es con una causa justificada.

“Lo vimos venir”, dice el alcalde Isaías Pérez. “Sabíamos que después de las fiestas, si entraba el virus en un pueblo pequeño…Enfin. Intentamos adelantarnos para que no fuera a más y la gente ha respondido”.

En un bando pide a los vecinos que solo salgan de casa si tienen que ir a trabajar, a cuidar a personas mayores, a comprar productos de primera necesidad, a citas médicas o a comprar fármacos.

Y ni siquiera eso es necesario porque se ha creado un grupo de voluntarios que se coordinan a través de Whatsapp y que se encargan de suministrar a los vecinos lo que necesiten para evitar salidas innecesarias. “Es la ventaja de los pueblos pequeños, la gente es muy colaboradora”.

En Cañaveras los contagios se conocen por el ‘boca a boca’, dice el alcalde. “No tengo información, creo que esta semana debe haber unos 14 o 15”.  Y es que, al tener menos de 500 habitantes, los datos sobre contagios de este pueblo no aparecen en la estadística oficial que cada viernes actualiza el Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (SESCAM).

“Está funcionando bien, la gente no está saliendo a la calle. El centro de salud hace pruebas cada día y ahora todos están concienciados”, asegura el alcalde.

En eso coincide Amparo que, desde hace más de una década, se ocupa de la farmacia de Cañaveras y de otros cuatro botiquines en pequeños pueblos de los alrededores: Olmeda de la Cuesta (22 habitantes), Buciegas (32), Castillo- Albaráñez (21) y Arrancacepas (25).

La decisión que ha tomado el alcalde le parece “perfecta” porque “es lo que había que hacer”. En un pueblo pequeño como Cañaveras, y a pesar de que también hay un consultorio médico, su labor va más allá de lo estrictamente profesional. “Procuro tranquilizar a todo el mundo porque la gente se poner muy nerviosa con esto de la COVID. Hay afectados de todas las edades”, explica.

“Me llaman no solo para pedirme las cosas sino para preguntar si pueden o no tomar determinados medicamentos. Han corrido tantos bulos que la gente está muy desorientada”, lamenta.

Cada día acerca la medicación al domicilio de los confinados. “Lo hago cuando cierro a las dos o a las seis y media de la tarde. Si es fin de semana y lo necesitan voy igual, aunque no esté de guardia porque, claro, no pueden desplazarse a ningún sitio. Y hay familias enteras contagiadas”.

Amparo tiene una clientela de avanzada de edad. “A los que no están contagiados también les digo que no salgan de casa. Prefiero llevarles la medicación a casa. Y les recuerdo mil veces que se laven las manos. Yo mismo llevo el desinfectante y se lo pongo en las manos y en las bolsas. Lo llevo bien”, nos cuenta entre risas.

La pandemia en el medio rural, “entre el miedo y el respeto”

Los comercios también están colaborando. La única tienda del pueblo, además de la panadería ahora cerrada, la llevan dos hermanas, Mari Carmen y Conchi. “En verano solo se entraba de uno en uno. Después se relajó un poco, pero con todo este brote ahora se quedan fuera y yo les saco la compra y el ticket y... a casa”.

A veces ella misma lleva la compra a las casas de los clientes. Mari Carmen explica que aun sin pandemia “ya somos pocos en el pueblo, así que imagina si nos quedamos todos en casa”. Las calles se han quedado desiertas. “No sabemos exactamente cuántos hay contagiados”.

La gente está cumpliendo, dice la comerciante. “Yo por mi parte intento hacerlo lo mejor que puedo. En Navidades se ha salido más de la cuenta y lo estamos pagando. Yo no salí a ninguna parte”.

Montse regenta la carnicería del pueblo desde hace 30 años. Viene cada día desde un municipio vecino, a diez kilómetros, y solo abre por las mañanas. Dice estar viviendo el momento “entre el miedo y el respeto” porque “el primer confinamiento nos pilló sin saber lo que era. Solo entendí a Pedro Sánchez cuando al día siguiente me levanté y vi que no había bar para tomar café. Ahora, hay más respeto, sobre todo porque hay dos personas en el hospital”.

Desde que el Ayuntamiento ha pedido a los vecinos que se autoconfinen llaman a su establecimiento para hacer los pedidos sin salir de casa. “Sobre todo la gente mayor porque los jóvenes lo hacen por whatsapp”. En el pueblo no tienen problemas de abastecimiento.

Montse está ‘fiando’ el producto y al mismo tiempo se estrena con nuevos sistemas de pago. Es lo que tiene la pandemia en un pueblo con poco más de 200 habitantes. “Las clientas de todos los días vendrán a pagar cuando pase todo esto. Me dicen que no quieren tocar el dinero y la gente joven lo hace a través de Bizum”.

Reconoce que lleva la situación con filosofía. “¿Y qué vas a hacer? Yo soy muy optimista y creo que esto pasará y que el país entero saldrá adelante”. Ahora espera la llegada del turno para la vacuna. “No era muy partidaria, pero haré lo que me toque. Mi madre tiene 76 años y está deseando”.

El alcalde tiene intención de prorrogar el bando municipal mientras la epidemia no remita. “Hemos publicado alguno posterior e informamos a través un grupo de whatsapp en el que están más de cien personas”.

El de Cañaveras no es el único caso. Otros ayuntamientos de Cuenca han seguido su estela. En Villar de Domingo García el 16 de enero el alcalde publicó un bando pidiendo el confinamiento en casa durante 15 días y Priego ha hecho lo mismo.

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