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Espacio de divulgación científica y tecnológica patrocinado por la Universidad de Alcalá (UAH), con el objetivo de acercar el conocimiento y la investigación a la ciudadanía y generar cultura de ciencia

Solar Orbiter: ¿qué nos cae del cielo? (y no son solo asteroides)

Solar Orbiter

Carmen Bachiller

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Estudiar el sol y la actividad magnética en la heliosfera. Saber cómo funciona la estrella e incluso predecir su comportamiento. Es el objetivo de la misión Solar Orbiter desarrollada por la Agencia Espacial Europea (ESA) en colaboración con la NASA en la que participan numerosos científicos y académicos.

Entre ellos está Ignacio Cernuda, miembro del Grupo Investigación del Espacio de la Universidad de Alcalá dentro del departamento de Física Solar y Heliosférica. “Estamos construyendo un satélite que lanzaremos el año que viene para estudiar el sol lo más cerca posible desde una perspectiva única”.

Desde Cabo Cañaveral enviarán un satélite con diez instrumentos, tanto telescopios como sensores. La Institución académica alcalaína se ocupa de uno de ellos. “Durante los tres primeros meses estaremos poniéndolo a punto y el año y medio siguiente tendrá lugar el acercamiento al sol en lo que se llama la fase crucero”.

Esperan llegar a la distancia en la que se encuentra la órbita de Mercurio y durante la misión se inclinará para tomar imágenes de las zonas polares del sol, algo que nunca se ha hecho. En total, la misión se prolongará durante siete años para intentar desentrañar algunos de los misterios del astro rey.

“Es nuestra estrella más cercana y conocemos poco de ella. Es casi el único laboratorio que tenemos. El resto están demasiado lejos”, explica Cernuda.

Lo que nos llega del cielo

Entre los objetivos de estudio de la misión Solar Orbiter están las partículas solares. Las estudiará el instrumento controlado por la Universidad de Alcalá. Forman parte de los numerosos tipos de materia que llega a la Tierra procedentes de nuestro sistema solar, en particular de Júpiter y del Sol.

En otras ocasiones lo que llegan son los remanentes de supernovas, estrellas que explotaron al llegar al fin de su ciclo de vida y que nos llegan en forma de rayos cósmicos y también desde el cielo nos llega radiación electromagnética y ondas gravitatorias.

Estas últimas, explica Cernuda, “son las más desconocidas, porque son muy débiles y no se han medido hasta hace un par de años, aunque presumíamos su existencia”. Se producen debido a fenómenos relacionados con cualquier objeto que tenga masa, aunque, añade, “para que lleguen a nosotros deben ser sucesos muy grandes, tanto como la unión de dos agujeros negros”.

Estas partículas, la radiación electromagnética o las ondas gravitatorias son “ventanas que tenemos para descubrir lo que hay en el universo (y nos queda mucho), en particular en nuestro sistema solar. Sabemos muy poco y cuánto más lejos, más difícil es hacer observaciones detalladas”.

Cada una de ellas nos da pistas de algún fenómeno, pero otra cosa es que lleguen a tener impacto sobre nuestras vidas. “La radiación solar es lo que más nos afecta, en concreto al funcionamiento de los satélites o a futuras misiones planetarias, pero en todo caso es muy importante estudiarlo y ser conscientes de las dosis de radiación que tendremos en los distintos ambientes espaciales”.

¿Y son las únicas cosas que pueden caernos desde el cielo? La respuesta es 'No'. De algunas de ellas hablamos con el científico.

Las lluvias de estrellas

Desde el cielo nos llegan también partículas de la conocida como ‘lluvia de estrellas’. Hablamos de objetos con un tamaño mayor, restos del paso de un cometa que orbita alrededor del sol.

Cuando la Tierra intersecta con las órbitas en las que han quedado estas partículas, caen hacia la Tierra por la atracción gravitatoria y se desintegran debido a la fricción con la atmósfera. Eso da origen a uno de los espectáculos veraniegos más populares cuando miramos al cielo.

El calendario para ver las lluvias de estrellas es “relativamente fijo” debido al conocimiento de las órbitas de los cometas y de la propia Tierra. “Podemos predecir, dentro de un margen de error, cuándo vamos a atravesar la estela del cometa”. Esta semana hemos tenido ocasión de contemplar las Delta Acuáridas y en unos días podremos hacer lo mismo con las Perseidas.

Es entonces cuando nuestro planeta atraviesa la estela del cometa Swift-Tuttle y la lluvia de estrellas es intensa. Este año el 12 de agosto será el momento del apogeo de las también conocidas como ‘Lágrimas de San Lorenzo’, aunque podrán verse entre el 9 y el 15 de este mes. “El problema este año es que van a coincidir con la luna llena”, advierte Ignacio Cernuda.

¿Y la basura espacial?

Si miramos al entorno más inmediato a la Tierra encontraremos una gran cantidad de restos de satélites. La basura espacial se ha ido acumulando en las que los científicos consideran las “bandas más útiles” desde el punto de vista tecnológico: la órbita LEO (low earth orbit) y la órbita geoestacionaria (GEO), algo más arriba y la más poblada de satélites.

“Es un problema que se está abordando. No es grave, pero puede llegar a serlo si no se alcanza ninguna solución” porque, explica, “tenemos del orden de millones de pequeños fragmentos, desde partículas de pintura a restos más grandes desechados de los cohetes”.

Uno de los principales problemas, explica el científico, es que “por muy pequeño que sea, la velocidad a la que se mueve puede destrozar un satélite. Hablamos de velocidades de 30.000 km/hora”. La única ventaja (si la tiene) es que esa velocidad en órbita les impide caer hacia la Tierra. Precisamente, las investigaciones para eliminar la basura espacial tienen que ver con la posibilidad de “frenar” esos restos para que puedan caer y desintegrarse de manera controlada.

“De hecho hay zonas específicas en el planeta donde se intenta que caiga, no la basura espacial sino los restos de cohetes o satélites. Son los llamados cementerios espaciales en lugares remotos en el Pacífico”.

Los impredecibles asteroides

Pero si hay una cuestión de la que se viene hablando en los últimos meses es de los asteroides. Son antiguas rocas espaciales, los restos que quedaron tras la formación de nuestro Sistema Solar, según los define la Agencia Espacial Europea, y los científicos los observan con cautela.

Uno de los que más famosos de los últimos meses es el conocido como 2006 (año de su descubrimiento) QV89. De él se dijo que podría impactar contra la Tierra el 9 de septiembre de 2019. En realidad, no está en curso de chocar contra nosotros, según los últimos estudios de la ESA y el Observatorio Europeo Austral. Esta roca, que tiene entre 20 y 50 metros de diámetro, fue noticia porque se dijo que había 1 entre 7.000 posibilidades de impacto.

“La alerta ha desaparecido porque se ha podido comprobar que sigue una trayectoria en la que no impactará contra la Tierra”, explica Cernuda, quien detalla que hay una lista de unos cientos de asteroides en observación, con el cálculo de sus trayectorias.

“Pero estos cálculos tienen errores porque la observación a veces no es precisa. Eso es lo que pasó con el 2006 QV89, que había estado en observación durante diez años y le habían perdido la pista. En todo caso, sabían por dónde tenía que ir en caso de impacto y al mirar el punto del cielo concreto no ha sido visto y el impacto se ha descartado”.

En la mayor parte de las listas que manejan las agencias espaciales, dice el profesor, “la posibilidad es de una entre varios miles de que pueda producirse un impacto. El que tiene mayores posibilidades tiene, una entre 16, está previsto para 2095. Pero quizá a medida que se acerque el momento comprobemos que la posibilidad es menor”.

Los más temidos son los que tienen un tamaño que oscila entre los 100 metros y el kilómetro de diámetro “porque se conocen muy poco. Se cree que puede haber unos 5.000 pero solo se han observado 2.000”.

¿Y qué hacer en caso de posibilidad de impacto? El científico explica que existe un proyecto liderado por la NASA (DART) “que ensayará cambiar de dirección la trayectoria del asteroide. La idea es poner una carga de media tonelada para provocar un cambio en la velocidad del asteroide que permita desviarlo. Lo que preocupa no es si ocurrirá sino cuándo lo hará. Y hay que estar preparados”.

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