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DeciDir es un canto a la libertad. Una oda al amor fraternal y al respeto. Un espacio donde podemos conversar sobre todas aquellas cosas que nunca diríamos a nadie. Porque creemos que causan demasiado estridor y quizás los demás piensen que estamos locos. Pero sobre todo porque nunca las hemos conversado con nosotros mismos. Es hora de hacerlo. Hablemos, pues.

Brittany Maynard: marcar el día D de su muerte

Manifestación por los derechos de Brittany Maynard / Foto: right_to_die

Fernando Pedrós - Periodista, filósofo y miembro de Derecho a Morir Dignamente (DMD)

La joven estadounidense de 29 años Brittany Maynard tenía desde hace meses marcado en su calendario el 1 de noviembre, el pasado sábado, para su muerte. Su decisión la ha contado en diversas ocasiones en televisión, ha sorprendido a la nación y nos ha sorprendido a todos los que hemos conocido en los últimos días la noticia. Cuando llevaba pocos meses casada y estaba dispuesta a tener su primer hijo, se le diagnosticó a principios de año un tumor de los más rebeldes en el cerebro. Han bastado pocos meses para que el desarrollo del tumor invadiera el cerebro y deformara su rostro con un pronóstico irremediable y con posibilidad de una muerte cercana: los médicos no aseguraban que pudiera vivir más de un año.

Todo su plan personal se vino abajo en poco tiempo. “De pronto detuve todos mis planes. No puedo traer un niño al mundo pues no va a tener una madre”, confesaba en la televisión. Y también de manera radical cambió su plan de vida por un proyecto de morir: “Espero estar rodeada por mi familia: mi marido, mi madre, mi padrastro y mi mejor amiga, que es médico. Moriré en casa, en la cama que comparto con mi marido y me marcharé en paz, con la música que me gusta sonando de fondo”. Sin duda a estas horas su vida se ha apagado y ha dejado de sonar la música de fondo.

Es tremendo en una edad tan pletórica tener que decidirse por la muerte, pero peor era para Britanny esperar una muerte irremediable y con sufrimientos. Ha elegido morir por un suicidio asistido. El médico le ha prescrito unos medicamentos que la han sedado y le han producido la muerte. Y para ello tuvo que trasladar su residencia de Oakland, en California, a Portland, en el estado de Oregón, donde está legalizado el suicidio asistido, lo mismo que en otros cuatro estados de Estados Unidos.

Hay países que no se atreven a legalizar la eutanasia. Es siempre la sombra del homicidio la que frena el debate sobre la eutanasia y los estados norteamericanos que elaboran una ley de muerte digna prefieren legalizar solo el suicidio asistido. Hablo de sombra puesto que según mi criterio la eutanasia no es como se dice un ‘homicidio consentido’. Esa expresión siempre me pareció como el absurdo del ‘círculo cuadrado’. Homicidio es quitar la vida a otro violentando su voluntad pues la víctima no desea morir. Mientras que la eutanasia es el cumplimiento de la libre voluntad de un enfermo: en la eutanasia se ayuda a morir a quien quiere morir y no puede valerse por sí mismo.

Y por ese miedo al homicidio hay estados que relegan la eutanasia y aceptan el suicidio asistido huyendo de la sombra maldita del homicidio. En Estados Unidos son seis los estados que han legalizado el suicidio asistido de entre los 50 que componen la confederación. Pero en Europa, independientemente de los tres países que tienen ley de eutanasia, solo Suiza acepta el suicidio asistido y en Francia la comisión Sicard lo veía como aceptable. España no lo acepta y ni siquiera se plantea un debate a pesar de la aprobación mayoritaria de la opinión pública.

El Código Penal español tiene incluso con el suicidio asistido una actitud intransigente y dice en el art. 143 que “el que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona” será condenado a pena de cárcel. Es obvio que quien obligue, induzca o empuje a una persona al suicidio está actuando contra tal persona, pero frente a este prohibicionismo del Código Penal pensemos en Ramón Sampedro. Este tetrapléjico no murió por eutanasia sino por suicidio asistido. Hay quien le puso sobre la mesita la bebida letal con una pajita que podría alcanzar con sus labios. Fue una ayuda necesaria, pero la voluntad de morir era de Ramón Sampedro, quien se suicidaba libremente era el enfermo tetrapléjico y así libremente puso sus labios sobre la pajita y sorbió. El acto necesario fue el beber; si no hubiera bebido para nada hubieran servido las acciones de quien o quienes le facilitaron la bebida mortal, la pusieron en el vaso, sobre la mesita con una pajita… Le facilitaron el medio para morir, pero no suplantaron su libre voluntad, ni le obligaron a beberlo. Y así lo pudimos ver y escuchar quienes entonces contemplamos el vídeo que recogía su muerte y las palabras que tuvo antes de morir. Quien le asistió para poder morir tuvo que mantenerse en el total anonimato y solo, cuando pasado el tiempo todo había prescrito, se supo quién había sido la mano invisible que le atendió.

Si quieres acercarte a la situación de estos enfermos que o bien desean el suicidio asistido o solicitan la eutanasia, vale la pena que entres en internet y contemples los minutos que desees y aguantes “El anuncio más largo del mundo” que es una experiencia angustiosa de cientos de personas en España que sufren actualmente las consecuencias de un deterioro irreversible sin poder ejercer su derecho a una muerte digna.

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