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Aporías de enero

FOTO: Curiel

Miguel Ángel Curiel

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1 de enero de 2020, y la voz interior te dice, desapréndelo todo. Regresa, vadea todos estos años, deshazte en la corriente y diluye todos los pesados pensamientos en las aguas del río. Apenas quince kilómetros aguas abajo de T. y el río parece venir de otro lugar. Todo cambia de perspectiva desde aquí, siguiendo las aguas, al fondo entre la ligera bruma el San Vicente, la montaña totémica. El pueblo, H. en la orilla aún somnoliento. No se ve a nadie.

Un año comienza puro, limpio, cerramos los ojos y sólo vemos el sol. ¿Pero qué dice la verdad? ¿Qué nos susurra al oído de hielo el tiempo? Por un momento las aguas parecen limpias, patos negros se reflejan en las aguas donde el cielo disuelve su morfina blanca. Esto quita el dolor; al otro lado el color de cobre de los árboles invernales y los carrizos. De pronto, desde la otra orilla alguien con una traje de neopreno se lanza al agua y comienza a nadar hacia aquí. Un baño ritual de año nuevo, y te preguntas: ¿Tendrá frío? ¿Saldrá de las aguas limpio y purificado?

Al alcanzar esta orilla, te dice: -Buenos días. Nunca antes hice esto, lo vi en la televisión ayer-. No me lo pienso, me desnudo rápidamente y me tiro al agua y me doy un chapuzón muy rápido. Ahora los dos estamos sucios y limpios a la vez. Como Maurizio Palmellí, al tirarse desde el puente Cavour a las frías aguas del Tíber cada primero de año. El temblor del cuerpo lleva al alma, la hace vibrar. El agua estaba muy fría. Tirito.

2 de enero. Soy consciente de que esto no es un artículo para un periódico, en realidad no es nada. Unas cuantas obsesiones llevadas de un año a otro por la puerta de un día, y una reflexión aporética: el tiempo es un usurero, te presta el tiempo que después te quita, y el eco de ese tiempo te dice –no existo, el tiempo no existe, y te presto lo que no existe– A la vez veo el río, no se mueve, y si no se mueve, podría caminar sobre las aguas.

D.L. dice que estas aguas están tan sucias que son materia endurecida, un líquido tan espeso como el aceite industrial o el lodo político –y sin embargo aquí todo parece limpio y puro–. Si estuvieran tan limpias como aparentan, al intentar el paso te hundirías. Pero ahora soportan tu peso y el de tus impurezas. Intenta caminar por ellas sin hablar.

3 de enero. La niebla lo envuelve todo, desapareció de mi vista el San Vicente. Voy caminando desde H. a T. siguiendo el curso del río. Viejos secaderos de tabaco en ruinas a lo largo de toda la vega fluvial, un remake de Alabama. Había olvidado la belleza gris de la niebla, la seda que cubre todas las cosas, la quietud enferma del invierno. Más adelante, ya en el camino de las graveras, el feísmo se acumula a cada paso. Naves industriales, talleres de chapa y pintura. Los hornos de ladrillos, pequeñas fundiciones de forjados y vigas de cemento. Lo feo y lo bello. Grandes montañas de arena fluvial. Unos niños alcanzan la cima de la más alta y se tiran ladera abajo con un cartón. En correros recojo un paquete y una carta de J.F. en la que me habla de su proyecto de llegar nadando desde Aranjuez a Lisboa la próxima primavera, y del propósito de ir anotando lo que podría sentir en esa experiencia, en un librito muy escueto cuyo título podría ser “No miento, lo nadé entero”.

Día 4 de enero. En H. a A.J.S. le llaman el embalsamado o la estatua, pasa el día sentado en un banco del pequeño paseo fluvial mirando el río. No se ha movido de ese mismo lugar en diez años. Sacarle una palabra no es fácil, permanece siempre callado fumando un cigarro tras otro. Esta fue la excepción: “Las palabras son de humo. Cuídate de apresar las más justas en el momento adecuado, ese milagro sólo se le da a los tontos, es como un rayo que sale de la nada y va hacia la nada, incluso las fake news son obra de Dios, pronto este plátano desnudo me dará sombra y los mosquitos abrasaran mi cuerpo”.

Al mediodía levanta la niebla y la vista se abre a las distancias. Al atardecer el sol bruñe con una luz de cobre las arboledas fluviales que se llenan de garzas. El ocaso estremece al alma sensible. Otra aporía: la belleza es altamente política, es más revolucionaria hoy en día la novena sinfonía de Mahler que la internacional comunista.

Día 5 de enero. Cuando este artículo vea la luz, ya habrán pasado unos cuantos días desde que fuera escrito. Carne ya en mal estado, palabras que se estarán pudriendo. Pero lo he escrito al ritmo del mundo, no de la época, y por eso debe entrar como una cuña afilada en el momento de la gran estupidez. T. parecía a lo lejos, envuelta en la niebla, una ciudad fantasmal.

Diez minutos se tarda en autobús desde H., cuesta 1,30 euros, y nunca van más de cuatro pasajeros. Una sucesión de días amorfos e iguales; al menos aquí, en esta parte del mundo, el tiempo se ha detenido. La niebla es el fenómeno del discernimiento donde apenas se discierne nada. El río discurre contrario al tiempo. Si un día me fuera caminando de aquí, lo haría hacia el Este, en círculos cada vez más grandes, como aquellos equilibristas del circo de mayo que caminaban sobre una gran bola dorada. El río es un decorado, incluso las aves son atrezzo. A primera hora de la tarde hay pescadores de caña cada diez metros. Hace cincuenta años, aquí se pescaba de otra forma, no por deporte, pero ahora también se habla de otra manera, no por amor, sino más bien por odio a todo.

Día 6 de enero: Siempre en casas que me dejan amigos, en un viaje eterno por E. como Ernest Shackleton, pero con la suerte de Amundsen, o el señor Korzeniowski. Los solitarios buscan estar rodeados de la muchedumbre. Paso gran parte del día en un bar donde todo el mundo me observa. Busco gente mayor para que me hablen del río. Sus ojos son refractarios a la luz de otro tiempo.

La mejor de estas casas es la de P.T. apenas a cien metros de la orilla del río; por cama un tatami y por techo un cielo castellano de enero. El frío de las ocho y trece de la mañana. Conciencia absoluta de mí mismo, expansión y concentración de sentimientos. Aliento que podría helarse al roce con las cosas. En la radio portavoces del mal gritando con megafonía en los desfiladeros urbanos. Da igual la lengua en la que estén proferidos los insultos, ya todas están podridas. En un cuaderno una lista de lenguas podridas y desgastadas con las que se habría de escribir un libro que tratara de la nada.

Al caer el día, al fondo la sierra de Gredos sin apenas nieve. Al Suroeste, siguiendo la línea del río las Villuercas, crestas azules y tierras deshabitadas. Al Oeste las largas planicies del campo Arañuelo. La luz de cobre en los carrizos y álamos blanco de las orillas. Vermeer habría trasladado esta luz refractaria a un cuadro donde una adolescente de tez muy blanca teje el cielo. Un paisaje adusto donde las aguas y el tiempo están quietos. La levedad vacía del instante por la que pasa un río que parece limpio, pero por nada del mundo bebería de estas aguas. Por la noche los reyes magos me han traído un Adufe. Vi sólo sus sombras nocturnas en el tapial.

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