Los derechos humanos no son un día: son una brújula

Cada 10 de diciembre me despierto con un nudo en la garganta y la misma certeza: los derechos humanos no son una fecha en el calendario. Son una brújula. Un compromiso que atraviesa cada gesto de mi vida.

En 1948, con el mundo aun sangrando por la guerra, la humanidad se atrevió a soñar otro futuro y escribió la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy, traducida a más de 577 idiomas, no es un papel solemne en la ONU: es el grito vivo de millones de personas que siguen diciendo “basta” a que la dignidad tenga precio, color, género o frontera.

Llevo décadas entre aulas, mediaciones familiares, congresos y calles. Y lo tengo clarísimo: los derechos humanos no se defienden solo con discursos. Se defienden con amor terco y ternura rebelde. Con la convicción de que toda persona herida es alguien a quien podríamos abrazar.

En 2025 ese compromiso es más urgente que nunca. Veo niñas a las que se les roba la infancia, personas mayores tratadas como objetos inservibles, mujeres sin soberanía sobre su cuerpo, migrantes que se ahogan mientras discutimos si “cabemos” y una crisis climática que castiga primero a quienes menos han contaminado. Pero, también veo luz. He visto mediadoras devolver la esperanza a familias rotas, estudiantes entender que la paz se cultiva en los pequeños gestos, mujeres valientes plantarles cara a las redes de prostitución y personas mayores recordarnos que la experiencia no caduca y que el edadismo también es violencia. Por eso este 10 de diciembre no “conmemoro”. Me reafirmo.

Seguiré defendiendo el artículo 19 aunque la verdad incomode a los poderosos. Seguiré peleando por el artículo 26, porque una persona educada jamás vuelve a arrodillarse. Y recordaré siempre que “nadie debería quedarse vivo trabajando” incluyendo derechos humanos fundamentales como el derecho al descanso y tiempo libre (Art. 24) y el derecho a un nivel de vida digno (Art. 25), que implican que el trabajo debe permitir vivir con dignidad y no solo sobrevivir, garantizando salud, bienestar y tiempo para la vida personal, no una existencia precaria a costa de la propia vida y salud.

Este año la campaña “Lo esencial de cada día” me ha atravesado el alma. Porque lo esencial, para mí, es poder mirar a cualquier persona a los ojos y decirle: «Tú importas. Tú vales. Tú tienes derecho a ser feliz» y actuar en consecuencia. Hoy no celebro un aniversario. Hoy renuevo mi promesa: seguiré formando corazones que no se conforman, acompañando en la calle a quienes muchos prefieren no ver, escribiendo, gritando, mediando, educando y abrazando. Seguiré poniendo amor donde otros ponen miedo, porque estoy convencida de que el amor valiente cambia leyes y cambia vidas.

Los derechos humanos no son un regalo de 1948. Son una tarea diaria que empieza cada mañana al abrir los ojos. Y yo, mientras tenga aliento, seguiré eligiendo esa tarea, con todo mi compromiso y todo mi cariño.