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Una enorme decepción

EFE

Francisco Núñez

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El ejercicio de la política debería ser un noble privilegio que algunos pocos tenemos la suerte de desarrollar. El servicio a los demás –ya lo expliqué en una de mis reflexiones durante la pandemia- debería ser el único motivo para dedicarse a esta profesión.

El problema está cuando el que lo practica cree que deber ser servido por los demás y no ser él el que sirva a los que libremente le eligieron.

Durante estos últimos meses, más de tres ya, han sido muchísimas las personas que me han trasladado la misma conclusión: la enorme decepción que han sentido con su presidente, el presidente que debiendo haber sido de todos, lo ha sido únicamente de él mismo.

Es verdad que he escuchado otro calificativos muy elocuentes: repulsión por su falta de humanidad, vergüenza por lo que ha hecho y dicho, indignación y enfado por cómo ha tratado a sus paisanos… pero yo me quedo con la decepción, una enorme decepción.

Habrá quien piense que realmente no creo realmente que Emiliano García Page me haya decepcionado. Habrá quien diga que ellos ya sabían realmente cómo era y que yo también lo sabía.

Pero la verdad es que, hasta que ha tenido la responsabilidad de gestionar una crisis tremenda, no ha aparecido como ese personaje indigno de representarnos a todos los castellanomanchegos.

Cierto es que, anteriormente, aparecieron caracteres de su personalidad poco recomendables. Hay que recordar que fue reprobado por los concejales del ayuntamiento del que él mismo era alcalde por sus declaraciones machistas.

Pero lo de estos tres meses ha sido un enorme y cruel desatino. Todo se ha hecho rematadamente mal. Desde el principio. Incluso desde antes del principio.

Cuando había informes que desaconsejaban las concentraciones masivas de personas. Cuando sabían que algo peligroso estaba acechando, lo que se demuestra porque han reconocido que, meses antes, habían preparado un equipo para prevenir lo que pudiera pasar.

Pero prefirieron hacer lo que hacen siempre. Politizar la sociedad. Priorizar el sectarismo ideológico de un partido cuyos dirigentes creen que su deber es voltear la sociedad para crear un nuevo estado cuyo modelo ha demostrado ser un enorme fracaso cuyas consecuencias son la fractura social y la miseria.

Por eso ocultaron lo que sabían y se lanzaron a promover esas manifestaciones politizadas. Sin atender a razones.

Por eso nos encerraron en nuestras casas y se dedicaron a tomar decisiones que poco tenían que ver con la gestión sanitaria de la pandemia, imponiendo un estado de excepción encubierto: controlando el centro nacional de inteligencia, censurando lo que se puede publicar en las redes; tramitando una ley educativa ideológica y sectaria; pactando con los proetarras eliminar la reforma laboral; imponiendo la ley del silencio; amenazando y reprimiendo…

Luego, cuando ya era tarde, declararon el estado de alarma y todos nos vimos obligados a permanecer confinados en nuestras casas, salvo aquellos, claro está, a los que les tocó pelear en primera línea de la batalla contra el coronavirus.

Hace ya más de tres meses desde aquellos días previos al Estado de alarma en los que Page eclosionó como lo que realmente es. Aquel día faltó al respeto a toda la comunidad escolar y comenzó su particular venganza con los alcaldes que no le rendían pleitesía.

Insultó a los profesionales de la Educación, llamando vagos a los profesores y hablando de que lo único que querían eran 15 días de vacaciones. Puso en peligro a alumnos, profesores y personal docente con su decisión de continuar las clases, aunque la decisión quedó revocada, a su pesar, al instaurarse el decreto de alarma y decretarse el cierre de centros escolares.

Más tarde, faltó al respeto a nuestros mayores, cuando dijo que los que estaban en las residencias eran “personas no válidas que se hubieran muerto igual por una gripe”. ¿Cómo se puede hablar así, de esa manera, de nuestros padres y abuelos?

O cuando dijo “que ya echaríamos la cuenta” de los muertos cuando tocara. ¿Cabe mayor desprecio por todos los que han perdido la vida en estos meses trágicos?.

Y faltó al respeto a médicos y personal de enfermería cuando les recomendó que trabajaran más y no hicieran videos, negando el colapso de las urgencias.

Y lo que es aún más grave: cuando instó a las familias de los fallecidos a denunciar a los propios profesionales si consideraban que no utilizaron con los que murieron unos respirados que, según él, había de sobra.

Pero es que esa soberbia le llevó a no aceptar ninguna medida propuesta por la oposición. Recuerdo que tres días antes del decreto de estado de alarma yo mismo le propuse a Page que exigiera a Sánchez que nos pagara urgentemente los 135 millones de euros que nos debe hoy todavía para poder comprar material sanitario. Y todos los acólitos del presidente de la Junta se rieron de mi propuesta. ¿Cuántos contagios se hubieran evitado si se hubiera gastado ese dinero en material preventivo? Desgraciadamente para muchos fallecidos, nunca lo sabremos.

Y esa soberbia le llevó a no escuchar a las asociaciones de profesionales sanitarios y a los propios colegios de médicos. Todavía resuena como un enorme estallido agónico el wasap que envió el presidente del Colegio de Médicos de Albacete –desde su cama, enfermo de coronavirus- al consejero de Sanidad, -a ese que el propio Page tilda de crack- implorando ayuda: «Los pacientes por los suelos taponando las puertas»… «Jesús, te pido, por favor, toda la ayuda que puedas dar a Albacete, te lo pido por caridad»… «No nos dejes, Jesús»… «Por Dios, Jesús»…

Un wasap que nunca tuvo respuesta.

Quizá la prepotencia, la soberbia, el creerse en posesión de la verdad absoluta, había fermentado dentro de nuestro presidente y surgió como pájaro de mal agüero. Ya afirmé que en esta crisis no cabía la prepotencia. Dije que no era tiempo ni de soberbias ni soberbios.

Lamento tener que afirmar con total rotundidad que yo, y muchos castellano manchegos, no nos sentimos representados por este presidente. Para mí y creo hablar también en nombre de miles y miles de castellano manchegos, Emiliano García Page ha dejado de ser nuestro presidente después de estos meses de nefasta gestión de una crisis brutal, sin precedentes, pésimamente gestionada y en la que los que la han sufrido, incomprensiblemente, han sido despreciados, ultrajados e insultados.

Hace tiempo hacía un ruego a mis paisanos. Les decía que si alguna vez observaban que, como responsable público y máximo representante de sus intereses en un Gobierno les faltaba al respeto y demostraba inquina por los míos, deberían expulsarme para siempre del ejercicio del servicio público.

Y hoy añado que, si alguna vez perciben que me parezco en algo al presidente que nos ha tocado sufrir como gestor de esta pandemia, me lo hagan saber y me impongan un castigo por ser lo contrario a lo que se espera de un dirigente político.

Aún así, seguiré trabajando proponiendo ideas y soluciones ante las graves consecuencias que hoy padecemos y vamos a sufrir en los próximos días y los próximos meses.

Por más que me apene y me suponga un enorme rechazo intentar convencer a una persona que no ve más allá de la imagen que le devuelve el espejo, lo voy a hacer.

Es mi responsabilidad. Se lo debo y se lo debemos a los que tienen que levantar esta tierra y a los que se dejaron la vida por errores que ellos no cometieron.

Va por todos ellos.

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