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Las operaciones artificiales

Teresa Navarro. Secretaria de Organización y Cuidados de Podemos CLM y candidata de Unidas Podemos CLM a las Cortes de CLM por Cuenca

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Quiero evitar vivir en un continuo enfado, a duras penas lo consigo. Me resulta penoso ver los informativos, leer la prensa generalista, los telediarios o los subtitulares… Hago un ejercicio constante de reconducción en la tendencia que me lleva desde caer en la tentación de apagarme informativamente a la autorresponsalibidad de conocer por dónde se mueve el mundo. Llevo semanas desayunándome con el percutir diario de la Ley del Sólo Sí es Sí y para colmo, días leyendo el mantra artificial de la 'división del feminismo'. ¿En qué consiste esta supuesta división? ¿Es oxímoron o realidad?

Recuerdo los primeros momentos de esta cuarta ola del feminismo, cuando empezaba a crecer tanto que ya sabíamos que venía a arrasar las sombrillas de usos y costumbres patriarcales, y que nos levantaría de la arena independientemente de nuestra edad, condición económica, circunstancias familiares o lugar de residencia. Con toda la fuerza, la ilusión y hasta el merchandising tomamos las calles sintiéndonos verdaderamente hermanas (también de nuestros hermanos hombres aliados), compartiendo el espacio nietas y abuelas, profesoras y alumnas, en los pueblos, en las ciudades, colgando el delantal y haciendo pancartas con cualquier cartón. 

Comenzamos a sentirnos fuera del discurso cuando se hablaba en “masculino genérico” (otra contradicción gramatical en sí misma), a reivindicar amargamente que las violencias efectivamente tienen género y que tenemos que referirnos a ellas en plural, a descubrir(nos también) micromachismos. La mirada violeta se amplificó entonces desde la experiencia vital propia de cada una, a las mujeres que teníamos alrededor y no tan cerca. Todas éramos mujeres. Todas racializadas, con doble o triple jornada, con más o menos cargas de cuidados, a todas evaluándonos en función de nuestra forma de maternar o por decidir no hacerlo. Sin embargo, no pocas se encuentran con múltiple carga por no cumplir estándares falsos de la mal llamada “normalidad”: el color de tu piel, dónde te compras la ropa, tu talla de pantalón, los genitales con los que naciste….

 Y tuvimos de nuevo un Ministerio de Igualdad, cuya titular, Irene Montero Gil, en un ejercicio identitario y político, trascendiendo su propia vivencia continua de violencias machistas, lo tuvo claro: había venido a mejorar las vidas de todas, que en conclusión es mejorar todas las vidas. Con toda la valentía y firmeza, se han puesto encima de la mesa debates silenciados, ninguneados, caricaturizados… y necesarios. La salud sexual y reproductiva, la mirada diferenciada de los diagnósticos y la investigación clínica en las mujeres y sus problemas de salud específicos, la cuestión de la corresponsabilidad, los trabajos feminizados, los suelos pegajosos y la ilusoria meritocracia, el deseo femenino, el cuerpo y su normativización, el sí y el no, el sentirse y ser mujer, la posibilidad de decidir para y sobre una misma. 

Feminismo para el complicado mundo del siglo XXI, inclusivo y centrado en las diversidades situacionales de las mujeres. Un nuevo 8 de marzo volví a verlo y a sentirme segura de estar en el espacio adecuado. En realidad no lo estaré tanto, no lo estaremos las mujeres que no tengamos una heridita para demostrar que nos resistimos. Quienes se han posicionado y votado con la derecha nos dejan desprotegidas y revictimizadas de nuevo. El PSOE ha querido enarbolar una bandera de 'buenas feministas' que huele a alcanfor. Organizan manifestaciones paralelas en un intento de desprestigiar los logros del Ministerio, sin darse cuenta (o a pesar de ello, en una instrumentalización electoralista preocupante) de que son también los de los movimientos sociales y feministas, y lo que consiguen con el discurso del “feminismo dividido” es que esas brechas sean por donde se nos cuelen discursos de odio antifeminista de consecuencias cuanto menos, inquietantes.

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