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El piano en la sala (José Zárate y Diego Ramos)

El pianista Diego Ramos, izquierda, y el compositor José Zárate
29 de enero de 2023 19:30 h

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En uno de mis últimos textos publicados abordé el fuego del hogar.

Fuego como silencio, dibujo sinuoso;a pesar del leve y crujiente rumor que se obtiene cuando se incendia la madera, su textura siempre es enteramente espacial.

Sin embargo, los sonidos del piano se expanden en la sala como lo que, con tanta fuerza, son: disparos temporales gravemente incisivos.

Si el espacio del fuego sugiere el sentimiento, la débil plástica de los recuerdos, superiormente las notas aguerridas del piano decantan, en lo abrupto, no sólo el sentimiento, sino que revelan, por completo, el destino. Entonces se transgrede el proceso que recorre el camino rectilíneo, resuelto, que va desde la música a un muy mordiente resultado ya desprendido de la armonía.

Mi buen amigo el pianista Diego Ramos (nacido en Algeciras pero vinculado a Castilla-La Mancha por su trabajo; profesor en Alcázar de San Juan y Guadalajara) ejecuta al piano una precisa y anchurosa obra: ‘Ilbosco de Giarianno’, estructurada en siete cuadernos que contienen numerosas piezas concebidas, podríamos decir, como preludios que introducen una enseñanza que ya no es musical sino humanística. Esta obra fue compuesta por otro buen amigo mío, José Zárate (trabaja en el Conservatorio Jacinto Guerrero de Toledo, es madrileño pero posee hondas raíces en Mora), siendo ‘Ilbosco de Giarianno’ una creación inspirada en su estancia como pensionado en la Academia de España en Roma y que luego acabó en Madrid y Toledo al cabodel transcurso de tres años.

Como el propio compositor redacta en sus notas, esta obra pretende, en principio, que su “declamación produzca la sensación emotiva de transgredir los límites de lo bello entre la forma y la abstracción entro lo culto y lo popular”, propendiendo a “emociones, sensaciones e ideas musicales transmitidas a través del piano”, instrumento que es genuino artífice de la expresión rítmica que devenga representación de la meditación del hombre a solas. Como él mismo afirma, la obra interpretada por Diego Ramos (y que está cumpliendo una completa gira por la región: Alcázar de San Juan, Toledo, Guadalajara, Ciudad Real, Cuenca, Puertollano, Albacete y Almansa) se podría presentar como un largo poema ‘racconto’, al modo de las poesías de Cesare Pavese, si bien está plenamente concebido como un monumental relato no objetivo, sino profundamente subjetivo.

Las tan expertas manos de Diego Ramos están dotadas de un lirismo que se desliza certeramente sobre los ritmos adecuados, además de cargadas de la tremenda fuerza expresiva que el trabajo de Zárate exige.

Y así, el tiempo, en principio agresivo, irrenunciable en su labor, se nos torna muy confortable en la audición, gracias al sumo acierto de estos dos maestros, compositor e intérprete.

Un universo lleno de sutilezas sonoras y filigranas emocionales

Zárate insiste: “Él nos narra, partiendo de su declamación poética, un universo lleno de sutilezas sonoras y filigranas emocionales; todo ello producto de su maestría, pero sobre todo, de su pasión por el sonido y la expresión instrumental. Un músico que ha sabido recoger la esencia del hecho declamativo que pretende mi música como parte de su dimensión interpretativa y actoral, reforzando la pasión de las complejas piezas con la sensualidad de los momentos más tenues: la delicada sencillez frente al arrojo de la fuerza virtuosística.”

Toda esta obra, ‘Ilbosco di Giarianno’, delata, especialmente en el cuaderno final, compuesto en una sola pieza, “una intensidad crispada, dramática e hiriente”. ‘Ilbosco di Giarianno’ podría considerarse un trabajo en cierto modo autobiográfico, si bien su tono de autobiografía ha de residir en el fondo, hurgando en la sentimentalidad del autor. La forma de la música carece de significación, consistiendo solamente en la sucesión de un sonido tras otro ejecutada con la técnica más depurada posible. La música, como afirmaba el maestro lingüista Ferdinand de Saussure de la lengua, siempre es forma, no sustancia, aunque la sustancia, efectivamente, contribuya poderosamente a definir esa forma determinada.

Los sones del piano pueden ser, como resulta, muy hondamente, en este caso, expresión de la fase terminal de una sublime enfermedad convertida en los más bellos, amplificados y aplaudidos desgarros.

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