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Giancarlo de Cataldo: “La sociedad actual es más clasista que la de los años 70”

Giancarlo de Cataldo en el jardín del Istituto Italiano di Cultura de Barcelona./T.P.

Toni Polo

Un quinqui de los bajos fondos se encapricha de una niña de papá de la zona alta que coquetea con la revolución, en los años 70. Suena a Marsé. “Totalmente”, proclama Giancarlo de Cataldo (Taranto, Italia, 1956). “También a Vázquez Montalbán le debo mucho, pero sobre todo me ha influenciado la prosa de Juan Marsé”. Aún así, no podemos decir que el Libanés, protagonista de Roma criminal (Roca Editorial), esté inspirado en el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa. Para empezar, De Cataldo no lo ha leído porque no está traducido. Además, el ladrón romano quiere dominar Roma, tiene ansias de controlar los bajos fondos y tejer una red de delincuencia que lo convierta en el amo y señor de la capital. Tras ganarse la libertad, no dudará en utilizar los contactos y favores prestados en la cárcel para embarcarse en un asunto de drogas que debería ser el definitivo. En el camino conocerá a Giada, una niña bien ilusionada con hacer la revolución y fascinada por el Libanés.

Estamos a mediados de los años 70 pero el ritmo de la novela es absolutamente actual. “Eso he pretendido”, explica De Cataldo, sin dejar de fumar un toscano. “Me interesa que se lea como algo actual pero que se vea que el tejido social de hoy en día es otro, mucho más clasista: hace 30 años había ilusión por ser todos iguales. El criminal de los 70 soñaba morir en su cama como un burgués. Los delincuentes de ahora están orgullosos de ser bandidos mientras que los acomodados han hecho suyos principios que –se supone- no le corresponden. Lo vemos en la evasión de impuestos, en la arrogancia, en los robos y en tantas injusticias”. Hay que resaltar que Giancarlo de Cataldo es juez.

El protagonista del libro es conocido. Era uno de los personajes de Una novela criminal, el gran éxito narrativo del autor, más de seiscientas páginas que cuentan la historia de la banda de la Magliana, que se hizo con el control de la droga en Roma entre finales de los 70 y principios de los 90. Roma criminal, en cambio “es una novela que se lee en una tarde”, adelanta el autor. De alguna manera es una precuela de la primera. “Quería librarme de la sombra de los personajes de Una novela criminal pero el Libanés me perseguía, no quería irse”, se sincera De Cataldo. Entonces, en un festival literario, explicó un cuento inédito en el que el Libanés, el quinqui, lo procesaba a él, el juez. El entusiasmo del público le hizo darse cuenta de que ese personaje tenía más cosas que contar. Y en un arrebato, se puso manos a la obra: “Lo escribí en poquísimos días, con furia”. La única crítica (negativa) que hemos leído se basa en que es un libro demasiado corto… “Tenía que serlo”, justifica el juez. “Alargarlo habría sido manierismo; así, en cambio, es sincero”.

La ley de la calle

De hecho, es la sinceridad de la ley de la calle la que impregna estas intensas y adictivas 150 páginas. El Libanés es un criminal pero noble. “Es malo, es un hijo de puta al que no le importa nada la seducción del bien sino la del mal. Él tiene claro que le gusta Giada, pero le gusta más el dinero de la chica. Y punto”. Es fiel… a la ley de la calle. “Desde niño había aprendido de una maestra que no perdona: la calle. Ahí, donde te miran e inmediatamente saben si eres cordero o león”.

Pero, sobre todo, “el Libanés no es un asesino, aún no ha atravesado esa puerta que conduce a la oscuridad y, por tanto, todavía puede ser irónico”. De hecho, renuncia a matar cuando el jefe mafioso le da una pistola para que acabe ‘un trabajito’.

A De Cataldo le preocupa cómo han cambiado las cosas. “La ley de la calle se ha prostituido. Hoy los jóvenes criminales son violentos porque sí, y mucho más peligrosos. La generación de los que ahora tienen 30 años es hija de su tiempo y no tiene ningún sentimiento de solidaridad. Piensa en el mundo laboral: ¿quién es solidario cuando hay que arrastrarse para trabajar por una miseria? La Magliana tenía ciertas reglas…”

Todo encuentra su contrapunto en los bajos fondos. “Está muy bien la revolución en los libros, pero la calle, ay, la calle es una bestia espantosa”, escribe De Cataldo cuando Giada participa en una manifestación de la que le tendrá que sacar su amante. “Me fascinan las historias que mezclan los bajos fondos con las altas esferas. Es una de las características del género negro para explicar toda una sociedad”, dice. De hecho, el Libanés y Giada se conocen en la Suburra, el barrio donde antiguamente se mezclaban plebeyos y patricios. “Yo conocí a Giada”, revela De Cataldo. “En 1976, era la hija de un rico comerciante de alfombras que mantuvo un idilio con un delincuente”.

De alguna manera, Giada testimonia que “cierta parte de la izquierda en aquella época estuvo cegada por el mito del criminal y este supo aprovecharse de la situación”. El Libanés, por su parte, plasma la vida que le ha tocado vivir y que quiere exprimir al máximo hasta el final: Mejor morir en la calle que en el sofá.

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