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El dilema del césped, amenazado por las sequías y a la vez apreciado para 'refrescar' las ciudades

Césped ya marrón en el Parque del Poblenou, en Barcelona, a mediados de abril

Pau Rodríguez

30 de abril de 2023 22:46 h

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La hierba de los parques de Barcelona hace ya casi un mes que amarillea, cuando no está directamente marrón. Es una imagen poco habitual en primavera, más bien de verano, pero la sequía ha obligado al Ayuntamiento a dejar de regar sus casi 150 hectáreas de césped natural. Igual que la capital catalana, otras ciudades se plantean cuál es el futuro de estos agradables tapices verdes en plena emergencia climática. Consumen agua, sí, pero a la vez bajan la temperatura y capturan CO2. 

No es un dilema que esté solo sobre la mesa de los consistorios. La industria del césped natural es consciente de ello desde hace décadas y, en algunos casos, ha mejorado la eficacia del riego. Pero en Catalunya, por ejemplo, directamente se ha prohibido regar dentro de las medidas de excepcionalidad por la falta de lluvias. Esto significa que algunas empresas del sector se verán golpeadas. “Vamos a tener que dejar morir el césped, no tenemos otra opción. Es un golpe muy duro”, asegura una empresaria de Girona que se dedica a vender tepes.

¿Cuánto tiempo se puede dejar sin regar el césped antes de que se muera? ¿Tiene sentido dejarlo marchitar para luego replantarlo cuando haya menos escasez de agua? ¿Existe un modelo de gestión del césped natural que sea compatible con el clima de secano de gran parte del territorio español? Estas son algunos de los interrogantes que el sector lleva abordando desde hace tiempo. Pero hay otros: ¿Cuál debe ser el papel del césped en la apuesta de las ciudades por más espacios verdes? ¿Debe la hierba dejar paso a otras plantas? O el que se formulan muchos afectados: ¿Cómo es posible que en Catalunya se puedan regar campos de golf –por ser un deporte federado– y no jardines públicos?

“Debemos ajustar nuestro verde a nuestra disponibilidad de agua”, comienza por lo básico Joan Pino, director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), que depende de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). “Lo lógico es que en tiempo de restricciones se dejen de regar los céspedes. Se van a secar y marchitar y es inevitable que nos acostumbremos a que en primavera ya no estén lozanos”, advierte el ecólogo. En Reino Unido, con un clima favorable a los tepes, es lo que ocurrió el año pasado, en una imagen tan atípica de los parques de Londres que se volvió viral

A la pregunta de qué tipo de césped hay que usar y cuánto puede aguantar, nadie tiene una respuesta clara. En España cada vez se usa más la variedad C4, de secano, y no la C3. Pero la gama de semillas es muy amplia e incluye avances tecnológicos para hacerlas más resistentes. “Depende de muchos aspectos. De la estructura de la tierra, de si es madura y tiene más capacidad de retención, de si la variedad tiene más o menos necesidades hídricas…”, enumera Pep Rosselló, técnico de Infraestructura Verde del Ayuntamiento de Calvià, en Baleares, y vocal de la Asociación de Parques y Jardines (ASPARJA). 

El césped aguanta... pero no para siempre

Con la llegada del calor, es precisamente cuando la hierba necesita más agua, aunque suela ser la época de menos lluvias. “En circunstancias normales puedes regar dos veces a las semana en julio y agosto, jugando a hacerla sufrir sin que se muera. Las hay que en cinco días les basta diez minutos de agua”, abunda Rosselló. También influye el modelo de aspersores, puesto que los hay ya que se pueden conectar a las estaciones de meteorología y programar el agua exacta para regar.

Según Pino, el césped de hoy en día tiene un sistema de raíces que les permite aguantar meses. “Aunque si tardamos dos años en regar bien, puede que se hayan muerto”. Narcís Serradell, de la empresa Tirogaverd –de producción de césped y mantenimiento de jardines–, vaticina: “En un estado de latencia por falta de agua, las variedades C4 pueden superar el verano y rehacerse en un 100%; otras quizás un 30 o un 40%”.

Serradell, que se dedica a comercializar rollos de césped, tiene la suerte de que en su zona, en la comarca del Baix Empordà, hay una excepción para el riego. Pero en general, la mayor parte de la población catalana está bajo unas restricciones que impiden regar jardines (solamente los árboles y gota a gota). El césped solo se puede mantener con aguas de lluvia recogidas de tejados o regenerada de las depuradoras, lo que deja sin margen de maniobra a mucha gente. Están exentos de cumplirlo las entidades deportivas federadas.

Esto es lo que ha provocado que algunos empresarios puedan pillarse los dedos. Para vender tepes hay que sembrar en verano y dejar primero que brote la hierba y luego que vaya ganando densidad. Esta época suele ser cuando empiezan las ventas importantes. Pero muchos ayuntamientos o empresas como hoteles y cámpings se están echando atrás, aseguran fuentes del sector, y sus céspedes a la venta se están marchitando. “Me parece una salvajada que lo estemos dejando morir cuando diariamente veo que se riegan céspedes artificiales, o la tierra de las pistas de tenis y las hípicas para que no levanten polvo”, critica la empresaria gerundense. 

Adiós al tepe perfecto

Entre expertos, técnicos municipales y empresarios hay varios puntos de consenso. Uno de ellos es que los jardines de España no pueden ser como los de Escocia. Hay que abandonar la idea del tepe perfecto, algo que ya se ha hecho en los últimos años, en Catalunya sobre todo desde la gran sequía de 2008. “Esto está pasando también en Francia, con un nivel de césped alto que ha ido bajando”, apunta Serradell. 

La otra idea compartida es que en el pasado se regaba demasiado y mal, sobre todo los jardines privados, y que esto ha ido cambiando. “Los céspedes se pueden llegar a regar un 150% más de lo que requieren. Te diría que casi todos los problemas que presentan muchos jardines es porque se riega demasiado”, abunda Serradell. “Ha pasado también con los árboles”, añade Pino, “con una apuesta por los caducifolios que tienen necesidades de agua muy importantes, pero esto se ha ido ajustando”. 

Donde sí hay más debate es en el espacio que hay que reservar en las ciudades para el césped. Inmersos en transformaciones urbanísticas que favorezcan a los peatones, y que combatan las islas de calor, ayuntamientos como el de Barcelona celebran y anuncian cada metro cuadrado de verde que ganan al asfalto. Pero Antonio García-Bravo, coordinador de los servicios de conservación de Parques y Jardines de Barcelona, reconoce que tiene un coste: “Césped es lo que más tenemos y consume mucha agua. Hay que regar mucho para mantenerla verde”.

Más arbustos en la ciudad para compensar

La capital catalana usa desde hace tiempo aguas freáticas para el riego, pero a día de hoy, con la sequía, también está prohibido (solo se permite este agua para la limpieza de calles). García-Bravo defiende que no hay que renunciar a la hierba en la ciudad, pero sí “equilibrar” su peso en favor de los arbustos, por ejemplo, que se pueden dejar de regar sin tantos inconvenientes. A nivel ornamental, quizás no pueden competir con el césped, pero en cuanto a la captación del dióxido de carbono que se emite en las ciudades, son mucho mejores. 

“El verde de la ciudad hay que adaptarlo y hacerlo más natural y menos decorativo”, insiste García-Bravo. Y recuerda que en Barcelona hace tiempo que trabajan en renaturalizar los entornos urbanos. “Los nuevos proyectos de jardinería de las ciudades no contemplan muchos metros cuadrados de césped, sino un porcentaje más equilibrado con zonas puntuales y unos sistemas de riego muy bien estudiados, usando cada vez más aguas terciarias o regeneradas para no recurrir a la potable”, añade Rosselló, de la asociación ASPAJ. 

En los últimos años, además, han aparecido estudios que demuestran que el verde, y también el césped, ayudan a mitigar el efecto ola de calor en las ciudades y a bajar las temperaturas del suelo. Un investigador de Santiago de Compostela que vio cómo durante la pandemia florecía la hierba entre los adoquines decidió medir cómo afectaba a su temperatura y constató que el pavimento llegaba a bajar de 55 a 30 grados al sol en función de si tenía o no verde.

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