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La imagen más chocante de una sequía: el césped amarillo de Londres

Vista del parque de Greenwich, en el sureste de Londres, tras el mes de julio más seco de los últimos 185 años.

Ángeles Ródenas

Londres —

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Con los termómetros batiendo récords históricos de más de 40 grados y un mes de julio especialmente seco en el sur y este de Inglaterra –donde se ha contabilizado el índice más bajo de lluvia desde que se creó el registro de pluviometría en 1836–, los jardines británicos están mostrando a una nación entregada al cultivo de plantas los efectos ineludibles de la crisis climática.

Para Guy Barter, jefe horticultor de la Royal Horticultural Society, la institución más antigua de Reino Unido dedicada a la jardinería, este es el momento más difícil de sus 40 años de profesión. “En Gran Bretaña tenemos sequía cada cuatro o cinco años y hemos acumulado mucho conocimiento, pero esta claramente está siendo una de las más severas, al nivel de las de 1921 y 1976. Se van a perder plantas, pero es una buena oportunidad para que la gente reconsidere su jardín y piense qué va a plantar a medida que el calentamiento global altere nuestro clima”.

La primera baja es la estrella de los parques y jardines. El césped de hierba ha cambiado su habitual verde exuberante por tonos ocres y marrones más propios del clima mediterráneo, tanto en parcelas privadas como en parques públicos y jardines botánicos. “La tradición británica de salir a regar el césped por la tarde, tras volver a casa del trabajo y cenar no es sostenible en muchas zonas en este momento”, comenta el horticultor. Tanto es así que en los condados de Kent, Sussex, Hampshire y la isla de Wight las compañías de agua ya han introducido prohibiciones en el uso de mangueras para regar el jardín, lavar el coche o llenar la piscina.

A medida que avance el cambio climático y aparezca un nuevo patrón de calor será muy difícil cultivar muchas de las plantas favoritas

Guy Barter, jefe horticultor de la Royal Horticultural Society

El problema no es el calor, sino la sequía, aunque es muy difícil separarlos. Barter asegura que en un “verano corriente” la mayoría de las plantas que crece en los jardines británicos aguanta sin necesidad de ser regadas. En cambio, sin agua, las dalias y las hortensias enseguida se marchitan y pierden las hojas, las azaleas o las camelias no florecen bajo el calor intenso, y el habitual arce japonés de los jardines domésticos pierde agua por las hojas mucho más rápidamente de lo que las raíces tardan en encontrarla.

“A medida que avance el cambio climático y aparezca un nuevo patrón de calor será muy difícil cultivar muchas de las plantas favoritas, especialmente en el sureste de Inglaterra”, vaticina Barter. “Pero no es el fin del mundo, la mayoría de las plantas no dura tanto tiempo. En los jardines suele ser buena idea replantar cada cuatro o cinco años”, aclara sin caer en dramatismos. Además, recuerda con una sonrisa, plantas de climas cálidos fueron introducidas en los jardines británicos hace siglos.

Sin embargo, planificar el jardín del futuro no está exento de dificultades. Requiere plantas resistentes a veranos más calurosos e inviernos más húmedos. Por eso, es preciso combinar una buena selección las plantas con métodos de cultivo adecuados.

Necesidad de adaptación

En el Real Jardín Botánico de Kew las colecciones al aire libre no han sufrido daños significativos al margen de algunas hojas quemadas en las plantas más susceptibles al calor que ahora están siendo monitorizadas para ver si brotan nuevas hojas o el declive de la planta es irreversible.

No obstante, son conscientes de la necesidad de adaptar las nuevas plantaciones a climas más secos sin perder el encanto del espacio, como explica el director de Jardines, Richard Barley: “Tenemos que ser mucho más cuidadosos con las plantas que seleccionamos para cultivar al aire libre, pero también queremos desarrollar un mejor entendimiento de la humedad de la tierra a través de la tecnología. En el futuro nos gustaría utilizar sensores de humedad para tener una idea mucho más detallada de lo que estamos haciendo al regar las plantas”.

Los expertos enfatizan que un jardín más resiliente al cambio climático no tiene por qué ser menos vistoso. Siguiendo las indicaciones del horticultor, estaría salpicado de rosas, lavanda, romero o salvias en las zonas más soleadas, quizá plantadas en jardineras si el terreno es muy húmedo en invierno, y árboles y setos con raíces profundas, complementados con bulbos para el verano, en las áreas de sombra. En definitiva, un jardín resistente a la sequía mantiene su riqueza ornamental, no hay que resignarse a tener que contemplar “un arbusto atrofiado”, como apunta Barter.

Es cuestión de equilibrio. Tampoco hay que deshacerse del césped, basta con sustituir la hierba por tréboles, dice Barter. Requiere mucha menos agua, crece menos y atrae a las amenazadas abejas que a cambio ayudan a polinizar el jardín.

“Es importante tener abundancia de plantas en las ciudades, incluyendo céspedes, para mantenerlas frescas. Incluso cuando la grava o el pavimento son la única opción, tenemos que integrar muchas plantas para mantener la transpiración del suelo. El pavimento a la sombra de los árboles reduce mucho el efecto adverso de emitir el calor absorbido durante el día”.

Despertar conciencias

La jardinería es un pasatiempo nacional en Reino Unido al que casi la mitad de la población, más de 27 millones de ciudadanos, se declara aficionada. Convencer a todos estos individuos para que cuiden el ecosistema del que forman parte con pequeñas acciones –reciclar el agua, reducir el consumo de gasolina, eliminar el uso de plásticos o hacer su propio compost–, puede contribuir significativamente a combatir la emergencia climática.

Es importante tener abundancia de plantas en las ciudades. El pavimento a la sombra de los árboles reduce mucho el efecto adverso de emitir el calor absorbido durante el día

Richard Barley, director de jardines en Kew Gardens de Londres

La Royal Horticultural Society conoce de sobra el poder de la jardinería. Durante la Segunda Guerra Mundial participó en la campaña de difusión Cavar para la victoria (Dig for Victory) que enseñó a la población a cultivar huertos para combatir la escasez de alimentos. 

El jardín no solo es una herramienta práctica en la lucha contra el calentamiento del planeta, también puede ser una ventana para despertar conciencias. El 80% de la población de Gran Bretaña vive en ciudades y para muchas personas, asegura Barter, “el jardín o el parque es su referente de naturaleza. A lo mejor no están familiarizados con los efectos del cambio climático en la agricultura o en la silvicultura, pero si ven el césped seco y las espuelas de caballero marchitas en su parque, la amenaza se vuelve mucho más real”.

Los cambios que los ingleses están viendo a la puerta de su casas son una llamada de atención sobre otra crisis mucho más preocupante, la pérdida de biodiversidad. Barter lo explica con claridad: “Los jardines son creaciones artificiales y por lo tanto se adaptan. En cambio, es muy probable que la fauna y la flora nativas sufran”.

Y pone ejemplos: “Las hayas son susceptibles al cambio climático y sufrirán, mientras que los robles son más resistentes y se multiplicarán. Pero los tiempos de floración cambiarán con el clima y no sabemos si el ciclo vital de los insectos y los pájaros se sincronizará con las plantas de las que dependen. Como tampoco sabemos si los árboles que plantamos ahora sobrevivirán dentro de cien años ni si los animales podrán adaptarse al cambio climático en el tiempo que tenemos y a la escala de cambios necesaria, que es bastante alarmante”.

Desde el jardín londinense Kew Gardens, Richard Barley añade que nada en la naturaleza funciona de forma aislada. “La desaparición de una especie afecta a todo el ecosistema, aparte del potencial medicinal, los secretos contenidos en cualquier especie, que se pierden con ella. Tiene un efecto agravante con repercusiones más allá de la extinción de una especie”.

Precisamente, un espécimen de la colección de palmeras, la Ravenea moorei o Inazi en el lenguaje indígena de la isla Gran Comora, podría estar en ese punto de no retorno. Barley y su equipo han descubierto que podría ser el último de su especie en todo el mundo. Ya en los años 90, cuando se encontraron estas plantas en el archipiélago situado entre Mozambique y Madagascar se pensaba que estaban amenazadas por las prácticas agrícolas. Sólo el trabajo de campo confirmará si ha sobrevivido algún espécimen.

Este es el papel de los jardines botánicos, estudiar y proteger la flora para el futuro de la humanidad. Pero en algunas ocasiones, revela Barley, los jardines ornamentales también contribuyen a conservar plantas. “Algunas especies extinguidas en sus hábitats naturales crecen con frecuencia en los jardines, como la trompeta del ángel. Aunque parezca extraño, se ha conservado porque es una planta atractiva que la gente quiere cultivar”.

Quizá este verano marque un antes y un después en la apariencia de los jardines británicos, pero no mermará su poder para mitigar los efectos de la emergencia climática, que le obliga a mutar.

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