A pesar de ser fechas de gastar, de comprar, salir y comer, también lo son de mirar qué no necesitamos para dar, de pensar en los que más, de comprar números de lotería o regalos de entidades no lucrativas, de llevar juguetes a escuelas, iglesias, etc. Y está claro, son fechas en que se hacen más evidentes les diferencias económicas y sociales y en que las muestras de humildad asociadas a obras de beneficencia adquieren aún más valor que durante el resto del año.
Y cuando la humildad es un valor predominante, y en un contexto católico se tiñe de sacrificio, sufrimiento, culpa, pecado por disfrutar o por desear, acabamos prohibiéndonos la generatividad individual y social. Es decir la capacidad de generar, de crear algo nuevo o diferente aportando nuestra originalidad.
Nos lastramos la iniciativa, la generosidad que nos hace dar lo mejor de nosotros, sin saber si será valorado, y contribuir en proyectos de otros, de crear ocasiones para compartir talentos, de pensar en servicios o formas de trabajar y hacer que vayan más allá de lo que hemos/han establecido... Entonces nos encontramos sin darnos cuenta atrapados en situaciones imposibles: ¿cómo podemos innovar o mejorar socialmente sin poder desear o tener ambición para hacer algo diferente? Sabemos que sin imaginación no se habrían hecho inventos útiles, ni mejorado las condiciones vitales de parte de la población, ni creado obras de arte... las sufragistas tenían un deseo que las movilizó, así como tantos otros individuos y colectivos que se han movido por una visión, un deseo o una ambición.
Claro que para intervenir en nuestros entornos, influir desde lo que queremos y nos mueve, todavía podemos hacerlo dándonos razones de escasez; “Lo hacemos por necesidad”, “No teníamos alternativa”, “Me lo pidieron y lo hice de forma altruista”... Y así cabizbajos y procurando no sobresalir demasiado ya no nos permitimos aspirar a nada mejor, a generar riqueza y formas más justas de redistribuirla, a salirnos de los estándares y atrevernos a imaginar nuevas posibilidades, y no sólo eso sino también a hacer, probar, liderar, arriesgar y, en definitiva, hacer uso de nuestra capacidad de agencia a pesar de que a menudo nos parezca que no la tenemos o nos lo quieran hacer creer.
Sé que tampoco andamos sobrados de modelos constructivos de liderazgo, las vidas de santos que tenemos actualmente no son ejemplares. San Bárcenas, san Urdangarín y otros a más pequeña escala nos muestran cómo la ambición por dar lo mejor de sí es transformada en avaricia de beneficio individual exclusivamente, donde disfrutar de lo que se tiene se convierte en conservar lo que tenemos a pesar que sea engañando o robando a los que menos tienen, donde ocupar puestos de poder desde los que podríamos influir más directamente en beneficio de más, se convierte en el establecimiento de territorios sin ley, en los que el shérif y su pandilla cuentan con unos beneficios especiales que no se aplican al resto de mortales.
Y de esta forma podemos llegar a sentirnos desamparados sin modelos ejemplares, cabreados con el mundo, como si todo fuera lo mismo y emprender o construir ya no valiera la pena, podemos encontrarnos resignados pasivamente, acomodados o hasta estar suficientemente satisfechos si solo miramos a nuestro pequeño círculo próximo, i hasta podemos acabar mirándonos mal a los que viven mejor, a los que encuentran sentido a su trabajo, a los que creen que todavía pueden hacer cosas desde la abundancia, la confianza en los otros y la solidez de lo que uno/a desea en profundidad.
Felices (santas) fiestas.
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