Tú explota que nosotros ya rehacemos las leyes y el relato. Este podría ser el título de la película que nos intentan vender. O mejor dicho, que nos obligan a vivir a golpes de decreto, porra y recorte.
La crisis sistémica que vivimos, oficialmente desde 2008, sigue su curso. Y lo sigue porque el pirómano no puede apagar el fuego y menos si tiene interés en que el incendio siga arrasando con todo. Donde 'todo' quiere decir, incluso, nuestras vidas o la propia vida del planeta.
Cuando los medios de comunicación hablan de crisis, de reavivadas económicas, de ascensos o descensos, lo hacen siempre en clave empresarial. La voz de sus dueños. Nuestras vidas son daños colaterales, en el mejor de los casos, o directamente, breves de la crónica roja de lucha y represión, o negra de terrorismo machista o patronal. Nuestros verdugos, los asesinatos tolerados dentro del sistema patriarco-capitalista. El ecocidio ambiental no pasa de ser una anécdota o algo extravagante para frikis.
Lo cierto, sin embargo, es que el sistema en el que vivimos nos está matando. De golpe o poco a poco. De forma edulcorada y legal o de forma violenta y desagradable. De los recortes antisociales, el desmantelamiento de los servicios públicos, de la condena a la precariedad más absoluta y en la miseria, al asesinato machista, en las fronteras que se vuelven fosas comunes y en la guerra imperialista. Las necesidades de subsistencia del patriarco-capitalismo pasan por la destrucción de las vidas de las personas que lo hacemos posible.
Las grandes empresas siguen marcando al dictado las leyes de unos centros de gobierno cada vez menos democráticos, incluso desde la lógica burguesa y de representación. Una Unión Europea no elegida por nadie secuestra la soberanía de los estados capitalistas para obligarlos a legislar en favor del máximo beneficio empresarial. La ley contra la vida, los estados contra su población. Ninguna novedad, salvo que se nos vende como inevitable cuando, ocho años después de que dijeran que están en crisis, las supuestas soluciones no han hecho más que agravar el problema: no quieren solucionarlo, sólo quieren salvarse ellos y hacerlo a costa de nuestras vidas.
Mantener las tasas de beneficio que hacen evolucionar el patriarco-capitalismo es imposible. Al no querer aceptar y al no tener más mundo donde poner las garras del imperialismo, la necesidad de sobreexplotación se vuelve contra la propia población mientras se agrava aún más contra la otra. La búsqueda de un mayor beneficio lleva hacia una mayor extracción de plusvalía directa -menores sueldos, desregulación laboral, menores prestaciones- e indirecta -desmantelamiento de los servicios públicos que obligan al repago a quien se lo pueda permitir. Y mientras tanto, robando y corrompiendo a raudales.
La solución no puede venir de los de arriba, los que nos explotan. La solución tiene que venir por fuerza de las explotadas: somos las únicas interesadas en cambiarlo todo, al cambiar esta lógica ilógica de funcionamiento. Debemos poner el mantenimiento de la vida en el centro de nuestra acción social y colectiva, no la explotación monetaria que lucra unos cuantos.
Trabajemos menos. En imperativo: tenemos que trabajar menos. En clave productiva y reproductiva. En el trabajo, quien tenga, y en casa, todo el mundo. Las grandes datos macreconómicos no entienden nuestras vidas y no dependen de una mayor explotación de la poca gente que tiene trabajo, mientras que nuestras vidas sí dependen de todo lo que tenemos que hacer para mantenerlas a diario. El trabajo productivo no puede ocupar tantas horas diarias, un trabajo que sumado al reproductivo se lleva la mayor parte del día.
Trabajemos todas. También en imperativo y también en el trabajo y en casa. Socialicemos medios de producción y repartamos equitativamente el trabajo reproductivo. Todo el que quiera tiene que poder trabajar de manera asalariada, todo el mundo debe trabajar en casa. Si entendemos trabajar como las tareas reproductivas para hacer posible la vida, todo el mundo debe contribuir en la producción de estos bienes y servicios. No puede ser que unos sólo sean consumidores o explotadores. El sistema patriarco-capitalista se sustenta sobre el trabajo gratuito ejercido por las mujeres, un trabajo que si se pagara a precio de mercado sería inasumible. Las jornadas interminables, en el trabajo y en casa, se repartirán para que todos tengan tiempo para trabajar y tiempo para vivir.
Producimos lo necesario. Lo que necesitamos para la vida. La crisis de sobreproducción no es sólo un absurdo dentro de la lógica ilógica del sistema patriarco-capitalista, sino que se hace a costa de la destrucción del territorio y el medio ambiente, es decir, de la vida. La desigualdad inherente al sistema lo hace aún más despreciable cuando provoca que parte de la población tenga excedentes materiales que no puede consumir mientras que grandes masas de población no tienen ni para vivir. El sistema nos consume a medida que consumimos y a medida que no podemos hacerlo. Necesitamos más tiempo y dignidad para vivir que no sobreexplotación productiva de bienes inútiles.
¡Redistribuyámoslo todo! La riqueza y la miseria, el disfrute y el sufrimiento. El trabajo productivo y reproductivo. El trabajo y el tiempo. La alegría y la rabia.
Este 1 de mayo, nos vemos a las 18 horas en plaza Universitat. En las calles, como todos los días del año. Contra el patriarco-capitalismo, con la lucha de la clase trabajadora. Nos va la vida.