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El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.

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El centro se fortifica, la periferia hierve

J. Ramón González Cabezas

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A la espera de lo que digan las urnas en Catalunya, las elecciones del domingo han iluminado de forma inequívoca el mapa político español. Más allá de los beneficios y perjuicios de las dos grandes fuerzas políticas que acaparan desde hace treinta años la alternancia en el poder, un dato emerge de forma incontestable: los nacionalismos llamados “periféricos” emergen con fuerza frente al nacionalismo “central” o de Estado. Exhiben ambición y capacidad para proyectarse hacia el futuro en un momento de gran zozobra de España como cuarta economía de la zona euro y como Estado configurado en nacionalidades y regiones autónomas.

Eso no es todo. La pavorosa difuminación del PSOE como alternativa de poder abre una vía de agua de dimensiones inciertas en el tradicional bipartidismo español. La insólita erosión del primer partido de la oposición en las Cortes aumenta las dudas sobre la virtualidad de la bandera federal frente a la aceleración de los movimientos independentistas y los síntomas de agotamiento del actual modelo territorial. Desde este punto de vista, el doble revés electoral del PSOE en Galicia y Euskadi abre un pasillo de amplio recorrido a las nuevas fuerzas soberanistas que compiten en el terreno de la izquierda en las comunidades históricas.

Galgos o podencos

En la muy conservadora Galicia, que ha vuelto a ratificar con creces su tradicional fidelidad al PP, el voto nacionalista tradicionalmente agrupado bajo las siglas del BNG sólo contabiliza ya algo más del 10% del total, pero en Euskadi el soberanismo recupera con fuerza las riendas del poder por mediación del PNV y se acerca en conjunto a los dos tercios del voto (59,64%) tras el espectacular regreso de la izquierda abertzale a la arena política.

Sin duda Rajoy ha salido aliviado transitoriamente del doble test del domingo, pero el proyecto “nacional” –“nacionalizador”, según Wert—del PP va a afrontar a medio plazo un enorme desafío que parece cada vez más indisolublemente unido al de la propia salida de la crisis económica: rediseñar y consensuar una nueva idea de España como estado moderno, en armonía con todos los hechos nacionales que le dan identidad y naturaleza, por un lado, y en plena cohesión con el marco europeo que le define como tal, por otro. El riesgo de implosión del país no es solamente, pues, de índole económica.

Guste o no guste, la cuestión está planteada crudamente, con independencia de si en el origen de las cosas galopan galgos o podencos. Probablemente aún hace falta cierta perspectiva histórica para saber hasta qué punto la crisis que amenaza con volar la eurozona está atizando las tensiones nacionalistas en el seno de algunos estados miembros. También es preciso afinar al considerar si este fenómeno es asimilable o coincide con otros asociados a los ciclos de recesión profunda como los populismos, la xenofobia o el proteccionismo a ultranza. Algo hay de todo, como sucede en los tiempos revueltos del nuevo siglo.

El primer ministro belga y líder del Partido Socialista de Valonia, Elio di Rupo, sin duda afectado por la victoria del líder separatista flamenco Bart De Weber en la alcaldía de Amberes, no ha dudado en incluir la cuestión en la lista de fantasmas que exacerban el euroescepticismo y amenazan de raíz al proyecto europeo, como consecuencia de la catástrofe económica y social provocada por el crack de la deuda. Más de uno se ha escandalizado por ello.

Hoy por hoy, sin embargo, la hipótesis parece cuando menos plausible, visto el peso del debate fiscal y financiero en el pleito secesionista planteado en algunas grandes regiones europeas, tanto del norte (Escocia, Flandes) como del sur (Norte de Italia, Catalunya, Euskadi). Sin duda la componente lingüística, cultural o identitaria constituye un elemento crucial en la mayoría de estos conflictos, pero es un clamor que la disputa sobre la distribución de las rentas y el reparto de las cargas en una situación de emergencia como la actual cataliza hasta extremos irracionales el debate inter-territorial y el principio de solidaridad.

Estampida en el corral

El caso de Catalunya es paradigmático, en la medida en que traduce y sintetiza la combinación de la reivindicación histórica con la urgencia y el dramatismo de la coyuntura. El descontento y decepción acumulados desde el cambio de siglo por la actitud del poder central y los grandes partidos de Estado ha resistido el paso del tiempo hasta que el escenario de quiebra y asfixia financiera ha derivado abiertamente en una actitud de desafección definitiva.

La gran novedad es que este estado de ánimo ha prendido como la pólvora en las clases medias del país y en el vasto tejido empresarial, cultural y asociativo que caracteriza la sociedad catalana. De este modo, la frustración y el cansancio por el desacuerdo, la incomprensión o el maltrato ha dado paso súbitamente a un divorcio explícito perfectamente sincronizado, por otra parte, por CiU como gran fuerza nacionalista que desde los años ochenta ha actuado orgullosamente de pal de paller –piedra angular, literalmente “palo de pajar”- de Catalunya, salvo el accidentado paréntesis del Tripartito. En la fase más cruda de la Gran Recesión y con las arcas exhaustas, la doble experiencia de dos años de mayoría absoluta del PP en Madrid y un gobierno en minoría en Barcelona ha sido clave para que Artur Mas haya decidido dar el salto y enfilar en multitud la salida del corral. Su turno llega el 25-N.

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