Asocio a Joan Barril con Joan Manuel Serrat. Por la coincidencia del nombre y los misterios del funcionamiento del cerebro, que mezcla hechos, personas y cosas a su aire. Quizás porque Serrat puso música a un par de textos de Barril o quizás porque me caen bien los dos. Me caían. Barril ya no está.
Hacía días que me llegaban mensajes sobre la salud. “¿Sabes algo de Barril?”, me preguntaban algunos amigos que sabían que había trabajado con él. No sabía nada. Hacía años que no trabajábamos juntos y yo no compartía su afición por el buen comer, el buen beber y la buena literatura, por lo que era difícil que coincidiéramos en algún acto social o salida de amigos. Y no quise saber nada. Hace unos días murió Josep Maria Bachs y me temía que si pedía por Barril la respuesta podía ser jodida.
Esta mañana, mi compañera me ha despertado para decírmelo. “¡Vaya!”, he dicho. ¿Qué otra cosa podía decir? La casa de Joan en la parte alta de la ciudad había servido como consulta ginecológica de mi mujer. Era curioso e, incluso divertido, que le costase tener hijos con su mujer ginecóloga. Hacían todos los cálculos y maniobras para conseguir que se quedara embarazada pero no había manera. Un buen día, sin embargo, la cosa funcionó. Y con el tiempo vinieron al mundo un puñado de hijos. No sé si alguno de ellos ha heredado la pasión periodística y de analista social del padre.
Fue mi director en el semanario “El Món” y trabajé con él en el PSC, Ràdio Quatre o la COM. Digo trabajar con él porque decir trabajar “a sus órdenes” suena a excesivo conociendo su forma de ser y actuar. Cuando yo hacía de productor de “La República”, que dirigía y presentaba en la COM, y se caía a última hora de la tarde el invitado principal del día siguiente, no había ataques de nervios en el equipo. Y eso es de agradecer en un mundo tan estresante como el de la radio. Tiraba de agenda y al día siguiente aparecía en la redacción con algún amigo que solucionaba dignamente la papeleta.
Le angustiaba más tener que escribir una reflexión diaria para un periódico y no tener ningún tema en la cabeza. Entonces telefoneaba a los amigos y les pedía ideas. Hablabas con él y, de repente, se le encendía la lucecita y paría un artículo brillante.
La última vez que nos encontramos fue en la plaza Cataluña. Iba con una moto no muy grande y se sacó el casco para que le reconociera. El paso de los años hace que, a veces, te encuentres con amigos de toda la vida y que su nombre no te venga a la cabeza. Nunca me ha pasado con Barril. Siempre que pase por ese aparcamiento de motos me vendrá su recuerdo. Nunca lo olvidaré. Es lo que pasa con la buena gente.
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