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La memoria del trabajo

Jordi Borja

La lucha del hombre contra el poder es también la lucha de la memoria contra el olvido

Milan Kundera

He leído un libro autoeditado que no debiera solamente llegar a los familiares, amigos más próximos y compañeros de Pegaso y del Metal de Comisiones Obreras. Es un libro que debería estar en las bibliotecas de los barrios y de las escuelas, en los locales sindicales y en las librerías.

Los libros escritos por líderes obreros, en los que cuentan a la vez su vida, su trayectoria sindical y política, sus reflexiones sobre todo ello, no abundan en España de las últimas décadas. El libro de Antonio Castán, Huellas imborrables (2013), nos relata una historia que empieza a inicios de los años 50, cuando era niño pastor en el Alto Aragón, y llega hasta hoy. Entre estas fechas transcurre un largo período de más 40 años de estadía en Barcelona -donde aun vive, en Nou Barris- y de militancia sindical y política.

Antonio Castán empieza su hermoso texto autobiográfico con estas palabras: “Llevo 42 años viviendo en el conflicto, que no de él, en todas sus fases, organización, propaganda, agitación, presión, negociación, conciliación y acuerdos, siempre con el liderazgo necesario, sin perder de vista los objetivos posibles…” y termina el párrafo “para fortalecer el sindicalismo de clase que permita conquistar una sociedad cada vez más justa en el terreno sociopolítico, porque el conflicto no es un fin, solo es un medio. Quienes confunden estos dos términos son el problema, no la solución”. Una verdadera lección de sindicalismo, un magnífico ejemplo de opción de vida.

Son las palabras de un sindicalista, que por ser consecuente es también un militante político, y si él dice que vive en el conflicto, no de él, también podría decir que ha vivido siempre en la política, pero no de ella. Por lo menos desde mediados de los años 60, cuando llegó a Barcelona con apenas 16 años y de pastor de ovejas pasó a ser obrero del metal, en la “Pegaso”.

Le conocí en la primavera de 1969, en un encuentro clandestino en ESADE propiciado por Alfonso Comín, entre un reducido núcleo de sindicalistas, la mayoría de ellos experimentados y todos vinculados al colectivo Qué Hacer y Bandera Roja (BR), representada por Comín, otro compañero y yo. Antonio era el más joven del grupo y el menos integrado a Qué Hacer. Este colectivo, de base cristiana, me recordó a la vieja tradición sindicalista de Pestaña y Peiró, dirigentes históricos de la CNT, y a las experiencias e ideas del movimiento consejista (organización asamblearia desde los lugares de trabajo) y luxemburguista (Rosa Luxemburgo). Expresaban una fuerte desconfianza hacia los partidos políticos, no a la política, y eran críticos con la concepción leninista del partido. BR estaba a medio camino entre la cultura propia de las organizaciones comunistas y las ideas basistas, no en vano nació en el ambiente del mayo del 68. Las asambleas son el medio más adecuado y democrático para promover y mantener las movilizaciones y construir bases organizativas combativas. Tanto los líderes de Qué Hacer como nosotros, los de BR, éramos conscientes de que teníamos diferencias pero también puntos de contacto y supongo que cada grupo deseaba atraer a algunos miembros del otro.

Antonio habló poco pero me pareció especialmente lúcido, claro en sus expresiones y abierto a las ideas políticas, no hacía discursos ideológicos y demostraba a la vez mucho realismo y mucha voluntad para la acción. Al terminar la reunión le propuse un encuentro entre nosotros dos. Si no recuerdo mal el próximo encuentro fue a cuatro, él vino con Santi Medina y yo con Enric Solé. El acuerdo con Antonio, Santi y sus compañeros de Pegaso fue sobre este método de trabajo pero complementado con núcleos de reflexión e iniciativa políticas. Poco después ellos crearon la célula de BR en la Pegaso, lo cual me pareció un retorno a los orígenes pues en 1961 contribuí a crear la célula del PSUC en la misma empresa y posteriormente la detención de sus principales miembros me obligó a exiliarme algunos años.

Unos meses después de la creación de la célula de BR Antonio y Santi, a los que yo conocía por Sergi y Batista (“nombres de guerra”, es decir de clandestinidad) se integraron en los órganos de dirección. En 1974 una parte importante de los fundadores de BR nos reintegramos al PSUC, no así los compañeros de Pegaso y una parte de la organización. Hubo discusión política, pero no enfrentamientos personales. Durante la transición y los primeros años de la democracia nuestros caminos fueron distintos, no hubo ocasión de encuentros. Años más tarde nos reencontramos casualmente y desde entonces una vez al mes comemos y charlamos unas cuantas horas los tres, a lo que se añade casi siempre Jordi Costa (ex dirigente sindical de Olivetti) y en ocasiones otros compañeros.

Las Huellas imborrables es un gran libro. Es un libro fundamental de memoria histórica obrera, un documento de referencia para conocer las condiciones de vida de los trabajadores, sus sentimientos y sus ilusiones, las prácticas colectivas sindicales y políticas, su visión sobre los procesos políticos que han vivido y en los que han intervenido desde los duros años de la postguerra, el largo periodo de lucha contra la dictadura immobilista mientras la sociedad a partir de los 60 cambiaba y se movilizaba; las esperanzas y los desencantos de la transición, el nuevo sindicalismo en el marco democrático formal. La reflexión de Antonio llega al presente, a la actual situación marcada por la salvaje agresividad de un capitalismo especulativo que exige una voluntad de renovar el sindicalismo de negociación superestructural, promover formas de organización y lucha desde la empresa y desde el territorio. Hay que recuperar el sindicalismo también en su dimensión de movimiento sociopolítico. El presente se alimenta de la historia.

La obra de Antonio Castán es también su historia, una trayectoria vital rica de experiencias que el autor sabe transmitir al lector, el cual se convierte desde las primeras páginas en cómplice del protagonista. Los primeros capítulos de su infancia y adolescencia transcurren en un pequeño pueblo del Alto Aragón. El niño que pronto será pastor explica, con las palabras del adulto y los sentimientos del adolescente, la vida cotidiana, la casa, el entorno, el trabajo, las largas horas de soledad sin otra compañía que las ovejas, los momentos de juego y de fiesta, los momentos dramáticos también, como el combate contra la perfidia de unas corrientes que no puede evitar que se lleve a un compañero para siempre. El joven que apenas sale de la adolescencia llega a Barcelona, la casa de huéspedes, el trabajo, otro tipo de soledad en la gran ciudad en la que no conoce prácticamente a nadie, la nostalgia de los seres y los paisajes que dejó atrás, los recorridos por la ciudad, el descubrimiento del amor, la conciencia de clase, la actividad sindical y política. El autor consigue explicar su vida, sus actividades y sus estados de ánimo con las palabras justas, necesarias e imprescindibles. La subjetividad está presente pero es austera, de emoción contenida, sin ningún asomo de narcisismo, la ternura está presente pero no es explícita, se intuye, a veces con gotas de ironía, otras haciendo hablar a los hechos. Antonio no evita hablar de él pero habla más de los otros, de los entornos, de los comportamientos colectivos. Su estilo es propio de la literatura objetiva, lo que importa es lo que hacen los personajes. Los sentimientos y los pensamientos se adivinan, se conocen a través de los actos.

La escritura de la obra merece por último un último comentario especial, aunque no es lo último en importancia. Es una obra, ágil, elegante, ligera, aparentemente simple, con una gran capacidad de síntesis, a veces casi elíptica, siempre comprensible. Sabe transmitir emociones sin exponerlas, ideas sin discursos, historia real y colectiva a partir de una peripecia vital, todo lo que dice el texto está cargado de sentido. En literatura, como en política, la forma es parte fundamental del contenido. Una buena obra debe ser necesariamente una obra con estilo propio, atractivo, elaborado sin que se note, bien escrita sin ser en ningún momento relamida. Un libro cuya escritura vuela pero lo que cuenta es radicalmente terrenal.

Los trabajadores, los movimientos sociales y políticos de las clases populares, hacen historia, con sus vidas y su trabajo, con sus luchas y sus esperanzas. Escriben la historia con hechos, pero para entender y participar en la historia todos necesitamos también conocer como ellos viven la historia que construyen cada día, en su acción cotidiana que les enfrenta al poder político y económico con su memoria y sus palabras. Prescindir de la historia de los trabajadores contada por ellos mismos es contribuir al olvido de la historia real, es asumir la versión y el lenguaje de los poderosos y de los privilegiados. Obras como Huellas imborrables son tan necesarias como en este caso hermosas.

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