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La organización

Víctor Saura

(El manuscrito original fue hallado en catalán. Disculpen los errores de traducción. NdT)

La organización fue concebida y creada para restaurar las esencias milenarias del país. Se veía a sí misma heredera única y universal de una tradición ancestral truncada por la violencia y las oleadas colonizadoras. Ninguna otra podía llevar a cabo tamaña misión, ninguna podía devolver la gloria a una tierra tocada por la providencia, y menos que ninguna las organizaciones coetáneas que reivindicaban tradiciones heréticas o propugnaban evoluciones alternativas y temerarias.

En tiempos convulsos, y bajo el firme liderazgo del gran redentor, la organización arraigó, se expandió, triunfó y fue penetrando y conquistando cada rincón habitado del ecosistema hasta dejar en anécdota los pocos espacios que se le resistieron. No fue difícil confinar a la irrelevancia aquellos reductos que cuestionaron la doctrina del gran redentor y se negaron a adorarle. Él encarnaba en un solo ser todas las míticas virtudes de los prohombres del pasado, y fue así como, con plena justicia y naturalidad, el país, la organización y el redentor fueron fusionados en un todo conceptual. Tan potente llegó a ser la simbiosis que resistió el desgaste del tiempo y la desgraciada podredumbre de algunos engranajes de la organización, que fueron reemplazados con gran diligencia.

Muchos años más tarde, un grupo de simpáticos rebeldes pretendió dar lecciones de desobediencia a la organización, seguramente ignorando que nadie en el país había brillado tanto en este noble arte. Ya en tiempos remotos la organización había desobedecido las normas sobre administración del bien comunal, y con tal pericia lo había hecho que jamás sufrió consecuencia adversa. Porque siempre fue una desobediencia legítima, una desobediencia justa que la organización cometía convencida de que la recompensa que sacaba de ella era muy inferior a la que obtenían los administrados por el mero hecho de poder seguir disfrutando de su guía y protección.

A pesar del paso del tiempo y de la soberbia tarea llevada a cabo, es bien sabido que la finalidad fundacional de la organización nunca se alcanzó. Poderosos enemigos externos lo impidieron. Antiguamente, los enemigos internos, gente envidiosa y mezquina, o tal vez inculta e ignorante, afirmaban que con tal de justificar su subsistencia la misma organización no iba a permitir jamás que aquella finalidad fuera alcanzada, de tal manera que su maestría siguiera siendo necesaria por los siglos los siglos. Renegados y extraviados los hay en todos los hogares, y la organización hizo gala de su espíritu magnánimo mostrando santa paciencia con ellos, y el hecho dio buenos frutos, toda vez que algunas ovejas descarriadas acabaron encontrando la senda del juicio después de años de andadura por el camino errado. Y la organización acogió a los conversos con los brazos abiertos y les dio tanta estima como a sus propios hijos.

Un día, ante la inminente jubilación del redentor, uno de sus acólitos proclamó con proverbial lucidez: “Después del gran redentor, la organización”. Y así fue, ya que toda organización con tan noble cometido es en verdad un organismo vivo, un ser que se afana por su pervivencia, pues entiende que sin ella se pierde toda esperanza.

Llegada la hora, el redentor se retiró a meditar, se transmutó en oráculo de Delfos y comenzó a dictar a un escriba su vida y milagros como legado para las generaciones venideras, y entre sus mejores hombres eligió al mejor para cederle el timón de la nave. Sucedió, sin embargo, que los renegados aprovecharon el impasse para tomar al asalto el gobierno, y lo que llegó a continuación fue un septenio negro de infausto recuerdo, años de penuria, sequía y hambre que nos hubieran abocado al abismo si no fuera que el mejor de los hombres retomó el control del país y decidió conducirlo al santo grial de la prosperidad y la máxima plenitud.

Ciertamente, en un primer instante el mejor de los hombres, ungido ya en el cargo de gran almirante, trató de entenderse con los bárbaros del centro, tal como años atrás el gran redentor había sellado un acuerdo de paz y tregua con el temible caudillo de los castizos; pero fue un esfuerzo inútil, pues como es sabido todas las tribus bárbaras sin excepción las forman gentuza incivilizada que sólo anhela apoderarse de nuestra hacienda y nuestras doncellas. Había llegado, pues, la hora de conducir al pueblo a la tierra prometida, como en tiempos pretéritos hiciera Moisés con los judíos, y el gran almirante no dudó un instante en poner en riesgo su propia vida para hacer realidad aquella legendaria empresa.

Es entonces, en el año 1 DP [Después del Procés] de la era moderna, que la organización sobresalió en su magisterio litúrgico. Nunca antes y nunca después la vida pública alcanzó nivel equiparable de drama escénico. La epopeya en mayúscula derrotó al sopor de lo rutinario. Cada ocasión solemne fue mayestáticamente realzada, cada vocablo y cada consigna cuidadosamente elegidos, cada gesto y movimiento meticulosamente auditados hasta encontrar el punto óptimo de cocción y entrega a los relatores de la gesta, cronistas de magna reputación que al sonido de las dulzainas proclamaban la buena nueva; y si hacía falta se invocaba a los más populares hombres de deportes y de ciencias para rendir vasallaje al almirante, y si hacía falta 400 delegados de las más lejanas comarcas eran convocados para alzar la vara a su paso, tal como habrían hecho con sus fulgentes espadas los caballeros de la mesa redonda.

Con inmenso coraje, superior incluso al del gran redentor, el gran almirante se deshizo del molesto grupo de vacilantes que durante treinta años había parasitado a la organización, y acto seguido llamó a los ciudadanos honrados y libres a seguirlo en el viaje hacia la tierra de Ulises. Y juntos remaron con fuerza. Y de las urnas surgió el mandato inequívoco de los honrados y libres, que unos pocos hombres sometidos osaron cuestionar y que los serviles de los bárbaros quisieron arrebatar con malas artes.

Los sometidos y los serviles eran el peor lumpen de la especie humana, fracasados y resentidos, golfos piojosos sin capacidades ni valores, manipuladores de la verdad excelsa, huéspedes de la indecencia y el rencor. Y un día unas bestias adiestradas por los bárbaros llegaron a penetrar en los sagrados templos de la organización y del mismo hogar del gran redentor. Y tal fue la mala fe empleada por la satánica coalición que consiguieron apartar del camino de la cordura a los simpáticos rebeldes, transfigurados en antipáticos rebeldes, de cuyo leal apoyo dependía el éxito de la legendaria empresa.

Y entonces, en el año 3 DP, al amanecer de un nuevo día, por primera vez el gran almirante sintió las fuerzas flaquear. Y lo hizo saber a los suyos o los suyos lo percibieron. Y uno de sus acólitos proclamó con proverbial lucidez: “Después del gran almirante, la organización”.

Extracto del Llibre dels Feits de la Desconnexió

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