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La desaparición del periodista Xavier Batalla (Barcelona, 1948) nos deja más huérfanos frente al vacío intelectual y la trivialidad que amenazan al “mejor oficio del mundo”, según la definición de Gabriel García Márquez. “Nadie que no la haya sufrido puede imaginar esta servidumbre que se nutre de los imprevistos de la vida; nadie que no lo haya vivido puede siquiera concebir lo que es el pálpito sobrenatural de las noticias, el placer orgásmico del scoop, la demolición moral del fracaso”, decía “Gabo” en su discurso ante la Vª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa reunida en Los Ángeles en 1996. Batalla respondía como muy pocos a esa emoción íntima e indescriptible del periodismo sin concesiones ni adjetivos, pensado para mejorar el conocimiento de los individuos y elaborado con los mejores instrumentos del lenguaje al servicio de la inteligencia y el bien común.
“Nadie que no haya nacido para esto y está dispuesto a vivir solamente para esto -concluía en su discurso magistral de entonces el gran periodista y Nobel de Literatura de 1982- podría durar en un oficio tan incomprensible y voraz, cuyo trabajo concluye después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede ni un momento de paz hasta que no comience de nuevo con más ardor en el minuto siguiente”. El último minuto de Xavier Batalla fue el 24 de septiembre de 2011, fecha de publicación de su última entrega de la imprescindible sección “Nueva Agenda” de La Vanguardia, diario donde desembarcó en 1986 para asumir la corresponsalía en Londres tras una larga travesía previa en El Correo Catalán, Diario de Barcelona y El País. Un cáncer cerebral le apartó del oficio hasta privarle de la escritura y el habla, sin que en ningún momento, sin embargo, su mirada dejara de transmitir su fortaleza intelectual y su pasión invencible por el acontecimiento y el debate de ideas.
Un doble legado
Xavier Batalla deja un legado imborrable como periodista y ser humano, dos condiciones no siempre armónicas en un oficio tan propenso a las derivas de la ambición, la soberbia o el amiguismo. Además de corresponsal en Londres, donde forjó su devoción por la escuela del periodismo anglosajón en plena revolución conservadora de Margaret Thatcher, Batalla desplegó su autoridad moral y su celo profesional en sus múltiples funciones como corresponsal diplomático, editorialista y articulista de La Vanguardia, donde alumbró y dirigió hasta su desaparición unos de sus productos estrella: La Vanguardia Dossier, publicación sin precedentes en el periodismo español sobre los grandes temas de alcance mundial. La colección da fe de su enorme erudición y su agenda de relaciones y contactos en los centros de influencia de medio mundo.
Su devoción por la Historia como instrumento para entender y explicar el presente caracteriza su trayectoria como analista de los acontecimientos del último tercio del siglo XX y la nueva era inaugurada con el desplome del imperio soviético, los atentados a las Torres Gemelas y, en fin, la Gran Recesión tras la caída de Lehman Brothers. Pocos periodistas de su generación tenían la visión y capacidad para acceder a instancias y personalidades de dimensión mundial, desde el influyente historiador y crítico social norteamericano Arthur M. Schlesinger hasta el antiguo presidente turco Turgut Özal, entre muchos otros. Su atención permanente a la política de las principales potencias y los grandes escenarios de conflicto era compatible con el seguimiento de otros países emergentes como Canadá o Sudáfrica, dos de sus destinos preferidos en su amplia agenda de viajes como corresponsal diplomático o enviado especial en zonas de actualidad extrema.
El ascetismo y profesionalidad de Xavier Batalla en misión de trabajo eran legendarios, tanto como su irreductible sentido del humor, su pasión innegociable por el Barça y su abrumador conocimiento y fascinación por los grandes del cine y la música, desde Francis Ford Coppola a Frank Sinatra. La imponente biblioteca de su casa y su archivo personal lo dicen casi todo de él: un trabajador inexpugnable, dotado de una curiosidad y una disciplina sin límites. Así, durante años se dedicó a fotografiar metódicamente la transformación urbanística de la Barcelona previa a los JJ.OO. de 1992 con el fin de “capturar” el acontecimiento y añadirlo a su pequeña gran colección de historia. Incluye otros fetiches como los mejores carteles de partidos del Barça o las miniaturas de los principales dirigentes del pasado siglo.
Un europeo del siglo XX
Batalla era, en efecto, un producto genuino y un exponente de lo mejor que ha dado generacionalmente el siglo XX en tanto que individuo y profesional del periodismo. Aunque ingeniero de formación, era un humanista enragé, incompatible con la frivolidad, la incompetencia y el pensamiento reaccionario o totalitario. Despreciaba la vulgaridad y la ignorancia, sobre todo cuando se presentan arropadas por la púrpura del poder. Además de sus colegas de trabajo y amigos, centenares de jóvenes periodistas han tenido el privilegio de beneficiarse de su sabiduría y rigor como profesor asociado de Periodismo Internacional en la Universidad Pompeu Fabra (UPF) de Barcelona.
Ganador del Premio Ciudad de Barcelona y recientemente galardonado con el premio Oficio de Periodistas 2012, que otorga el Colegio de Periodistas de Catalunya, también ha sido distinguido pocos días antes de su fallecimiento con el Premio Proteus de Ética, concedido por la editorial del mismo nombre. Más allá de cualquier pompa, Xavier Batalla era un honrado ciudadano de a pie, barcelonés, catalán, español y, sobre todo europeo y europeísta que sirvió al periodismo con fidelidad y hasta sacrificio a su deber ético. Lo echaremos siempre en falta.