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El 'factor Torra': cuando la falta de autoridad desorienta a propios y rivales

El presidente de la Generalitat, Quim Torra.

Neus Tomàs

“No hemos tenido suerte con este presidente”, se lamentaba el director de La Vanguardia, Màrius Carol, este lunes en la tertulia de RAC1, la más escuchada en Catalunya. Quim Torra es un presidente atípico. Primero porque no aspiraba al cargo y segundo porque afirma que el día más feliz de su presidencia será cuando quien la ocupe sea de nuevo su antecesor, Carles Puigdemont.

Despectivamente se le señala como “el vicario” del expresident y sus declaraciones a menudo contribuyen a trasladar esa imagen de siervo de Puigdemont que algunos de sus asesores intentan combatir. Sus partidarios, la mayoría diputados de Junts per Catalunya recién llegados a la política parlamentaria y que en algunos casos aún no han entendido su funcionamiento, subrayan el perfil activista de Torra y agradecen que aceptase la presidencia en un momento tan complejo para el independentismo.

Siendo cierto que el actual presidente de la Generalitat nunca había ocupado cargos destacados en el ámbito político también es verdad que su vinculación a la política se remonta a hace más de dos décadas cuando dejó Unió Democrática para formar parte de Reagrupament, una escisión de ERC contraria a los pactos con los partidos de izquierdas. Sus integrantes tuvieron un eco mediático inversamente proporcional a sus resultados en las urnas. No consiguieron ni un diputado y la mayoría de sus dirigentes acabaron en las filas de Convergència.

Recurriendo al tópico, es posiblemente uno de los políticos más esclavo de sus palabras y de sus silencios. En este caso podría añadirse que lo es también de algunos polémicos artículos escritos mucho antes de ser investido como presidente. Artículos reprobables en su versión original y tergiversados para que lo fuesen aún más en muchos debates parlamentarios y tertulias televisivas que a menudo se entremezclan.

Torra pidió perdón por esos textos aunque le sirvió de poco y constató que su relación con los medios no sería fácil, más allá de la afabilidad que muestra siempre en la distancia corta. Aficionado a las redes (en eso coinciden con Puigdemont), a menudo se ha dejado aconsejar más por 'tuitstars' del independentismo que por sus propios asesores.

En su primera entrevista como president, concedida a TV3, reconoció que su hijo votaba a la CUP y que una de sus hijas estaba en un CDR. De ahí que su comprensión por algunas de las actuaciones de los CDR no siempre hayan sido compartidas por algunos de sus compañeros en el Govern y se han convertido en munición para la oposición que de manera unánime le reprocha su falta de respeto a la institución que preside. El último ejemplo ha sido sus críticas a la actuación de los Mossos el viernes pasado para evitar que una concentración de Vox y una plataforma antifascista de Girona coincidiesen.

Las imágenes de las cargas de agentes de la Policía Autonómica contra varios manifestantes independentistas pillaron a Torra en Eslovenia. Y desde ahí reclamó que rodaran cabezas en la cúpula de los Mossos. Podría ironizarse con que ese viernes es el día en que la CUP estuvo más cerca de tener en la presidencia de la Generalitat a alguien que comparte sus críticas a los antidisturbios de los Mossos. Pero tras escuchar las versiones del conseller de Interior y de la dirección de la Policía no ha rodado ninguna cabeza. La polémica la creó Torra y esta vez ni él ni nadie puede culpar a Madrid.

Un día después, ya en Bruselas, defendió la vía eslovena como modelo a seguir por el independentismo catalán. Sin aclaración ninguna se refirió a ella sin concretar qué quería decir con emularla “hasta las últimas consecuencias”. No era el primer dirigente independentista que apela a Eslovenia como ejemplo a emular. Torra se refería al doble referéndum y no habló de muertos. Pero en las horas posteriores no lo aclaró. Como ya tenía previsto, se refugió en el Monasterio de Montserrat protagonizando un ayuno en solidaridad con los cuatro presos que están en huelga de hambre en la prisión de Lledoners.

La bola se iba haciendo grande pero él siguió con lo suyo. Esclavo de unas declaraciones como mínimo poco oportunas y esclavo de un silencio que solo ha contribuido a generar mayor incertidumbre y dar argumentos a aquellos que tanto dentro como fuera del independentismo lamentan la falta de liderazgo del máximo representante de la Generalitat.

Esa falta de autoridad fue también motivo de críticas durante la reciente huelga de los médicos de asistencia primaria cuando el presidente de la Generalitat optó por la máxima discreción. Su equipo aseguró que estuvo al frente de las gestiones y al corriente de las negociaciones que pilotaban diferentes miembros de su Gabinete. Pero durante esos días la sensación que caló fue la de un presidente ausente. Un presidente que no está ni para apuntarse tantos como el acuerdo que ha permitido evitar que los funcionarios fuesen este miércoles a la huelga.

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