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Rosella Postorino, escritora: “Para mí, Jesús es como un ex del que sigo enamorada”

La escritora Rosella Postorino, en la sede de la editorial Anagrama en Barcelona

Sandra Vicente

11 de febrero de 2025 21:56 h

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Rosella Postorino (Reggio Calabria, 1978) es de esas novelistas que dice que sus personajes son como sus hijos. Los piensa, los crea, los educa y los modela en su mente antes de plasmarlos en el papel. Y todos ellos tienen algo suyo. También Omar, Nada y Danilo, los protagonistas de su último libro, Me limitaba a amarte (Anagrama, 2025), una novela sobre los niños bosnios que se refugiaron en Italia durante la guerra de los Balcanes.

Ella no es refugiada ni ha pasado por una guerra -“por fortuna”-, pero la rabia, la tristeza y el desconcierto de esos niños, dice, es la suya también. El libro toma el contexto de una guerra concreta, en un país concreto y en un momento determinado. Pero, en realidad, trata de una cuestión que Postorino define como “universal”: el abandono. El abandono de las familias, especialmente de las madres, que decidieron abandonar a sus hijos para que se salvaran de las bombas. Pero también el abandono de Dios, que dejó desamparados a los ciudadanos durante esta guerra religiosa.

Sus novelas suelen basarse en historias reales y en episodios históricos. ¿Por qué escoge Bosnia ahora?

Empecé a pensar en este libro en 2019 porque leí un artículo que me produjo un cortocircuito. Hablaba de esos niños de Sarajevo que, en julio de 1992, llegaron a Italia. Debían permanecer el tiempo que durara la guerra, pero es que se quedaron. Se hicieron adultos en Italia y muchos de ellos no regresaron a su tierra.

Son personas separadas de sus padres, de sus afectos. Y esto, para mí, supone una contradicción enorme. Sí, se salvaron porque se salvaron de las bombas. Pero ¿a qué precio? Lo perdieron todo: el amor de su madre, no saber si los suyos seguían vivos o muertos.

Muchas ciudades que acogieron niños bosnios retrasaron su regreso argumentando que Sarajevo, durante la posguerra, no era segura ni propicia para la infancia. ¿Hicieron bien en no dejarles volver?

Me gusta mucho indagar en la idea del mal y el bien y las sombras que hay en ambas opciones. Acogerlos fue hacer el bien, pero está claro que a estos niños les causó un enorme sufrimiento. Es imposible, para los humanos, hacer el bien sin que haya un poco de mal. Y ese fue el cortocircuito.

A partir de ahí me puse a indagar y reparé en otro tema que es troncal: la separación. La historia de estos niños es la de la separación por culpa de la guerra. Pero es que hablamos de un tema universal de toda la condición humana, porque la ruptura es el inicio de la vida. Nacemos arrancándonos y separándonos del cuerpo de nuestras madres. Nacemos a partir de una herida y no tengo claro que ésta se llegue a curar durante nuestra vida.

La familia ejerce una gran fuerza centrípeta, pero también centrífuga. La amamos con locura, pero también tenemos un deseo constante de separarnos y huir

Toda la novela está escrita desde el punto de vista de la infancia, lo que le da una sinceridad y crudeza brutal al relato. Esos niños sienten rencor hacia las madres y los adultos que, de hecho, les salvaron de la guerra. ¿Por qué decidió presentarlo así?

La familia ejerce una gran fuerza centrípeta, pero también centrífuga. La amamos con locura, aunque no la hayamos escogido. Pero también tenemos un deseo constante de separarnos, irnos, huir. Es decir; es normal que los hijos abandonen a los padres, pero no es normal que sea a la inversa. Pero sí pasa y pasa más de lo que pensamos. Esa idea me permitía hablar de la maternidad alejándome del cliché.

¿Por qué tiene tanto peso la figura de la madre en su novela?

En Italia la madre es todo un qué. Después de una presentación de este libro, una señora del público me dijo que, aunque le había gustado, no le había parecido bien que, en toda la novela, no hubiera ni una madre normal. Pero ¿qué es una madre normal?. Desmitificar la figura de la madre me permite hablar de todas las contradicciones en la existencia de cualquier persona.

Las madres tienen un poder enorme en la ficción y a mí me interesaba seguir esa estela porque las relaciones humanas están basadas en creencias viscerales e irracionales que condicionan nuestra existencia. Es cierto que hay madres que abandonan a sus hijos para que se salven, pero también las hay que lo hacen porque no les quieren. Y yo necesitaba hablar de lo inimaginable, lo impronunciable. Al menos en Italia eso es un tabú.

Las malas madres son un tabú tremendo. En Italia pero también en España. ¿Cree que se debe a la influencia de la moral católica?

Bueno, la Virgen María no decidió ser madre. Lo fue por el deseo de un otro más grande y ella tuvo que aceptarlo. En Italia tenemos una canción dedicada a ella [Madre, io vorrei] que dice “Me gustaría saber qué pensaste cuando supiste que este hijo que esperabas no era para ti. Si le explicaste lo que le pasaría y cuantas veces lloraste a escondidas cuando supiste que pronto lo matarían, por nosotros”. Es decir que hasta en la religión católica está prevista esta separación.

La supervivencia biológica, a veces, no es suficiente porque vivir sin amor es inútil

Hay un momento de la novela en que uno de los niños protagonistas le pregunta a otra si vale la pena seguir viviendo si dejas a los tuyos atrás. Esa pregunta queda sin responder. ¿Qué diría usted?

Yo no tendría dudas. ¿Prefieres estar sola en la paz, o con las personas que quieres en la desgracia? Yo habría escogido quedarme allí. La separación de quienes amamos es una pérdida demasiado grande para el ser humano. La supervivencia biológica, a veces, no es suficiente porque vivir sin amor es inútil.

Su novela es un canto de respeto por la infancia en un mundo muy adultocéntrico. Hay una escena en la que un niño es arrancado de los brazos de su madre y, mientras las educadoras le consuelan, y los otros niños “respetan su llanto, sin inmiscuirse como sí hacen los adultos”. ¿Cree que cuidamos mal de la infancia?

Para empezar, creo necesario desmontar la idea de que la infancia es algo idílico. Eso y que los niños no entienden lo que sucede. Yo tengo una conexión muy fuerte con mi yo niña; es como si estuviera dentro de mí y recuerdo la infancia como un momento en el que todavía no disponía de palabras para mencionar las cosas. Y eso da mucho miedo.

Además, es una etapa muy personal, durante la que hay mucha conexión con el propio cuerpo y el mundo interior. Y la suma de todo eso se malinterpreta como felicidad o ignorancia. Y nos lleva, a veces, a tomar malas decisiones para con los niños. Pero, dicho esto, yo no tengo hijos, con lo cual soy la última que puede opinar sobre cómo cuidarlos.

Usted ha reflexionado mucho sobre su propia maternidad y sobre su decisión de no tener hijos. ¿Por qué fue?

En parte fue como respuesta a que, de alguna manera, se nos coacciona para ser madres. Es como si plasmarte en otro fuera necesario para vivir en sociedad. Igual es cierto que soy demasiado radical para ser madre.

Hace años, pregunté a las personas que integraban los tribunales de menores de Milán por qué decidieron no hacer regresar a esos niños cuando acabó la guerra de los Balcanes. Me dijeron que no podían devolverles a orfanatos que habían sido bombardeados, a ciudades que estaban en ruinas. Esas personas sintieron la responsabilidad de no generar otro trauma. ¿Fue acertado? Sin duda sí, pero algunos de esos niños se sintieron secuestrados. Las interacciones entre seres humanos siempre son complicadas y, seguramente, lo son más con los niños porque dependen completamente de los adultos.

Rosella Postorino, autora de 'Me limitaba a amarte', durante la entrevista en Barcelona

Muchos de esos niños que no regresaron entonces han acabado construyendo una vida adulta en las ciudades que los acogieron. ¿Ha hablado con ellos? ¿Cómo han crecido en ese desarraigo?

Muchos de ellos no regresaron porque no les dejaron. Algunos, incluso, llegaron a pensar que les habían vendido y eso es terrible. La mayoría tiene claro que decidieron por ellos sin su consentimiento y algunos tienen la intención de regresar, ahora que son adultos. Durante la investigación, hablé con una mujer llamada Daya, que vive en Rimini, y me dijo que cuando sus hijos no la necesitaran, volvería a Sarajevo. Pero eso para mí es absurdo: ¿Por qué? ¿Dónde están las personas que quieres? ¿Por qué vuelves a un sitio donde no te queda nada?

No entiendo el amor por la tierra… Cuando visito Reggio Calabria, que es donde nací, siento una familiaridad bonita, pero no tendría sentido volver porque quiero vivir allí donde puedo querer y ser querida. Muchos de los huérfanos que decidieron regresar, dejando atrás a los amigos y familias de acogida italianas, vivieron en precariedad y pobreza porque, en ese momento, Sarajevo era un polvorín. ¿Valió la pena?

Igual muchos quieren volver, no tanto por patriotismo, sino para recuperar la capacidad de decisión que les robaron siendo niños.

Seguro, pero no deja de ser una manera de seguir atrapado en el trauma. Si cuando puedes escoger, escoges algo relacionado con tu pasado, es que has dejado de lado el presente y a las personas que forman parte de él.

La guerra de los Balcanes fue una guerra entre religiones. En esa historia de abandono, ¿habla también de abandono de Dios?.

Hay un personaje de la novela que dice que la cualidad que le falta a Dios es la ternura. Dios crea y, después, se aparta. Mira lo que pasa en el mundo desde la distancia. No puede sentir ternura porque, de tenerla, no lo soportaría. Entender la figura de Dios es entender por qué existe el mal.

El pecado original no es del hombre, es de Dios, porque es él quien inventa la muerte y de ahí sale la posibilidad del mal. Si puedo matarte es porque puedes morir. Y tú vas a intentar sobrevivir de todas las maneras posibles, aunque eso implique hacer cosas infames. Todo ello, a pesar de que estamos programados para morir. Y esa contradicción se la inventa Dios, no el ser humano.

El pecado original no es del hombre, es de Dios, porque es él quien inventa la muerte y de ahí sale la posibilidad del mal

Dice que todos los personajes que ha escrito a lo largo de su carrera tienen algo suyo. ¿Usted también se siente abandonada por Dios?

Yo nazco como niña católica, como todas las hijas de mi generación, sobre todo las del sur. Y era creyente con todo mi cuerpo: me entristecía que la Virgen se pareciera a Bernadette y no a mí. Soñaba con tener una estatua de Jesús, de esas que lleva el corazón en la mano. Pero un día, conocí la filosofía. Y empecé a hacerme preguntas. Y no hubo marcha atrás.

Fue muy doloroso darme cuenta de que ya no era creyente. Durante mucho tiempo luché, como en una relación tóxica: yo sabía que se había acabado, pero no lo aceptaba. En el fondo, Jesús es como un ex del que sigo enamorada. Todavía sufro, sin aceptar del todo que la historia haya terminado.

¿Está enfadada con Dios?

En realidad, un poco. La religión te da un esquema para ver el mundo del que no puedes escapar. La indignación de mis personajes es mía. Es la indignación de una persona huérfana y que se siente abandonada. La creación, que se considera un acto de amor, en realidad es violencia.

Usted era adolescente cuando esos niños llegaron a Italia. ¿Recuerda esos días?

Para nada. Recuerdo la guerra, pero no a los niños bosnios. Me acuerdo del asedio y de que fue un conflicto muy mediático. Fue el primero que se pudo seguir por televisión. Vimos el horror y pensamos que no podría haber nada peor que aquello, pero seguimos estando igual. Tenemos la franja de Gaza, las tragedias del Mediterráneo, las deportaciones de Trump…

Acostumbrarse al dolor es un instinto de supervivencia. Si tuviéramos que retener las desgracias que sufren todos los seres humanos, nos volveríamos locos

Quizás porque fue una guerra muy mediática, muchos países se volcaron a ayudar a esos niños. Pero los conflictos que han venido después también han afectado mucho a la infancia, tal como hemos visto en Gaza, pero la solidaridad no ha sido la misma. ¿A qué lo atribuye?

Los niños siempre están en el centro, pero parece que la solidaridad va menguando. Estamos demasiado expuestos a la desgracia. Acostumbrarse al dolor es algo que puede ser biológico, un instinto de supervivencia. Si tuviéramos que retener las desgracias que sufren todos los seres humanos del mundo, nos volveríamos locos. Y luego está el tema de la distancia. Si las guerras que vemos hoy fueran en Europa, sería otra cosa.

Pero usted defiende que la guerra de los Balcanes no fue una guerra europea.

Es que no creo que Europa considerara la guerra en Bosnia como un conflicto suyo. Hacía poco que había caído el muro de Berlín, reinaba un optimismo enorme y, de repente, una guerra en el corazón del continente. Pero en un lugar con mayoría musulmana. Todo el mundo se preguntaba si aquello era o no Europa. Y, sobre todo, si queríamos un estado musulmán en el centro de Europa.

Una guerra civil, tribal, de religión, no tenía nada que ver con los valores europeos, no podíamos intervenir. Como mucho con los Cascos Azules, aunque no pudieran hacer nada. La manera en como intervino Europa demuestra que no pensó que esa guerra fuera suya. No era un lugar estratégico...No había petróleo en Bosnia. Pero ese país representaba los valores europeos de integración y respeto entre múltiples culturas, historias, religiones y lenguas. No salvar a Bosnia era no salvar a Europa. Y me parece evidente que Europa está en decadencia. 

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